El Covid-19 pausó la actividad económica, incluido el sector de los eventos en Baja California, pero no las necesidades en los hogares ni en las comunidades como los albergues o los centros de rehabilitación.
Por: Lucía Gómez Sánchez
El rechinido de las llantas del carro destartalado se escucha desde media cuadra de distancia; quizá más. Es un sonido errante, que trastabilla y se mezcla con el clásico pregonar de los pioneros en la actividad.
La proclama es a la usanza de antaño, pero con ritmo actual, pegajoso, “cantadito” y bajo el peculiar estilo de alguien que imprime su sello al hacer cualquier cosa.
¡“Nopaleees… frutaas y verduraaaas… !”, irrumpe una voz masculina, joven y con entusiasmo de deshacerse de la mercancía recorriendo las menos calles posibles.
En días pasados, la lista de productos se amplió y por ocasión incluyó Pan de Muerto a domicilio, con la doble intención de fomentar la tradición y mejorar las ventas.
“Hay que vender lo que se deje”, afirma Cristian con una sonrisa que se adivina bajo el cubrebocas y alcanza sus ojos.
“Ahora en Navidad vamos a vender arbolitos”, comenta en tono de broma y hasta burlón y es que no es posible ni figurarse la imagen de pinos de Navidad apilados sobre el carro de supermercado destartalado que empuja con frutas, verduras, condimentos y ocasionalmente Pan de Muerto.
Sin duda, cumplir el ofrecimiento demandaría mayor inversión y por lo menos un carrito en mejores condiciones que ese de las tiendas de 99 centavos del “otro lado”, que quién sabe cómo llegó a manos de estos comerciantes que iniciaron el negocio empujando diablitos con rejas de frutas y verduras casi pasadas, en mucho peores condiciones que las que ahora ofrecen. Lento y con todos sus altibajos, pero la situación ha prosperado.
Cristian es uno de los tijuanenses a los que la pandemia por el Covid-19 obligó a cambiar de giro.
Antes, junto con sus compañeros del centro de rehabilitación se dedicaba a construir tarimas y plataformas de escenarios para eventos musicales.
Cuenta que iban tan lejos como a Ensenada y da nombres de cantantes populares que se presentaron en ese municipio antes de que el coronavirus terminara por restringirlo casi todo e impidiera la expedición de permisos para eventos masivos.
Por su descripción, se intuye que algunas de las tarimas que ayudó a construir fueron para conciertos en la popular Ruta del Vino. “En ranchos bien planitos, allá en Ensenada, donde está bien bonito”.
Al evocar esa época, el joven de no más de 25 años de edad adopta una expresión de alguien que se refiere a tiempos mejores y que realmente disfrutaba hacer su trabajo.
En honor a la verdad, por su actitud y entusiasmo, tampoco se puede afirmar que el papel de vendedor-pregonero le cause alguna molestia.
Cristian lleva casi un año dos meses internado en el centro de rehabilitación. Además de la abstinencia, ahí ha sobrellevado la contingencia sanitaria por el Covid-19 y permanecerá por tiempo indefinido, porque si de algo está consciente es de que aún no está listo para abandonar el lugar y todo lo que implica su estancia en él, incluido el programa de los Doce Pasos.
“No se crea… Todavía no me siento listo, por eso no me quiero salir”, comparte con el tono enfático de alguien no dispuesto a repetir en un infierno.
Aprovecha para presentar a su nueva compañera. Ella estará sirviendo en la ruta para suplir la ausencia del que compartió con él los primeros meses, desde abril que optaron por vender frutas y verduras a domicilio, recorriendo las calles de colonias y gritando la oferta de lo conseguido para el comercio cada mañana.
“El compañero, ‘el altote’ ya terminó su proceso. Anda bien y ya entró a trabajar a una fábrica”, menciona Cristian con un dejo de orgullo y bienestar por el logro del otro, quien en alguna ocasión mencionó que él no podía enfermar de Covid, porque todos los días al salir pedía: “ser cubierto con el manto sagrado de Cristo” y estaba seguro de que así lo conseguía.
El Covid-19 pausó la actividad económica, incluido el sector de los eventos en Baja California, pero no las necesidades en los hogares ni en las comunidades como los albergues o los centros de rehabilitación. Ahí la razón del cambio de giro de muchos, de vender “lo que se deje”. (lgs)