Soñé con Luis Miguel

Soñé con Luis Miguel. Yo estaba en la avenida Tapachula de la colonia Hipódromo, donde hace varios años estaba ubicado el Consulado Americano, y justo donde mi papá y yo atendimos un puesto de tacos. 


Ahí, para los que suelen pasar por dicha calle, actualmente hay un terreno baldío, el cual durante mucho tiempo fue usado como estacionamiento público para todos aquellos que iban a su trámite de visa, migración o cualquiera relacionado con la embajada. 

Pero bueno, Luis Miguel apareció ahí, y los rumores entre la gente se basaban en que “El Sol” había ido a sacar su visa, cosa que yo no comprendía, al ser él puertorriqueño y tener la nacionalidad estadounidense por nacer en la isla. 

Yo estaba a la altura de un teléfono público, del que aún en estos tiempos queda su esqueleto metálico, cuando, tras una malla ciclónica, alcance a observar que un hombre galante, de traje de color crema, y acompañado de una mujer exageradamente espectacular, ingresaba a pie al estacionamiento. 

Los finos pasos de la rubia que iba a su lado se medio trababan entre la tierra amarilla y la pedrería del parqueadero; a Luis Miguel se notaba sudoroso y nervioso. 

Iban con un guardaespaldas de imponente tamaño, casi me atrevería a decir que, del fenotipo de Shaquille O’Neal, quien les marcó el camino para dirigirse a un automóvil Cadillac, de un impecable brillo negro en carrocería y llantas, sin presentar las clásicas manchas polvorientas y grasientas que deja el Armor All. 

“Saquen sus cámaras, ahí viene el sol” comenzaron a decir cerca de una veintena de personas que ya, por arte de magia, estaban a mi lado. 

Yo saqué la mía, una Kodak de rollo, regalo de un amigo de la familia en la Navidad del 89 y que siempre llevábamos a las fiestas o eventos, dentro de un estuche que yo me acomoda al cinturón y de niño me hacía sentir muy especial. 

“Luismi, Luismi” le gritaban al cantante, quien parecía ignorar a todos, mientras se alejaba del Cadillac, donde ya la rubia se había subido y dejado la puerta abierta, mostrando la parte lateral de su larga y torneada pierna que no alcanzaba a ser protegida por su vaporosa falda. 

Le seguí sus pasos al hijo de Luisito Rey con la lente de mi Kodak, mientras apretaba el obturador varias veces, sin darme cuenta, en el instante, que ya ni siquiera tenía rollo disponible. 

Tuve que sacar mi celular que actualmente uso, aunque triste porque las fotos que toma con zoom carecen de calidad y, además, esa aura que sólo las cámaras de rollo tienen no la iba a poder presumir en las imágenes. 

Luis Miguel se enfiló al baño del estacionamiento, por el que desfilaron miles de personas a través de los años que me tocó presenciar al trabajar en esos alrededores. 

Le puso sus 25 centavos de dólar, y el ruido de la máquina enclavada en la máquina le dio el permiso de que entrara. 

Todos estábamos a la expectativa. “Nomás va a mear, así que tengo la cámara lista”, pensé. 

Los minutos pasaron y el rumor se extendió generalizadamente. “Luis Miguel está cagando y en ese baño no hay papel ni jabón”. 


“Utaaa, este cabrón se va a tener que quitar las calcetas”, me dije, mientras notaba ya cierta impaciencia en la guapa pareja de Luismi y entre el sueño, el olor que siempre emanó de ese baño, muy parecido al del edifico de Fotografía de la UABC, comenzaba a invadir mi nariz. 

Pasados cerca de otros cinco minutos fue cuando salió, por lo que mi índice no dejaba de apretar el botón correspondiente para tomar las fotos. 

Lo habré hecho más de 50 veces, por lo que varias de las imágenes quedaron en una secuencia perfecta. 

Luis Miguel no se veía avergonzado, al contrario, llevaba el cabello relamido y húmedo y galantemente se acercó a una señora que estaba a metros de mí para regalarle una especie de bufanda, que no supe de dónde la sacó ya que no la llevaba puesta, y decirle “es para ti, muchas gracias por todo, por tu apoyo”. 

Se metió al Cadillac y ya no recuerdo más, únicamente que a él se le veía sonriente, y tranquilo. 

Lo último que traté de hacer fue buscar ponerme en contacto con TvNotas.

En mis manos tenía la noticia del año “¡Luis Miguel se metió a un baño público, no se limpió con papel y ni se lavó las manos!” imaginaba el titular, mientras, de manera ofensiva, algunas personas que aparecieron misteriosamente en el lugar no dejaban de gritar a todos los que habíamos tomado fotos “¡Paparazzis, paparazzis, malditos paparazzis!”. 

(En la foto encerré el sitio desde donde yo me encontraba. El baño donde él se metió queda a la altura de la palma) 

Alonso Valenzuela
Alonso Valenzuelahttp://aldea84.com/
Comunicólogo por parte de la Universidad Autónoma de Baja California. 13 años de experiencia en medios impresos y digitales. Desde 2020 director de Aldea 84. Buscando construir una sociedad con un alto sentido crítico.

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