Poner apodo a los genitales de tu pareja o a los tuyos puede ser algo inocente y divertido, pero de igual forma puede tener una mala intención. 

Poner apodo a los genitales de tu pareja es una práctica usual entre personas que puede suceder por diversión o también por erotismo, dependiendo de qué tipo de apodo utilice cada quien. Esto es porque así como hay quienes disfrutan de poner apodo a los genitales de su pareja para poder entablar una dinámica de seducción, también hay quienes más bien lo hacen en un tono ligero y hasta bromista, quizá hasta para aliviar la carga de ciertas palabras. 

En el caso de los segundos, puede no ser muy buena señal porque probablemente se trata de un estigma que existe en la sociedad de manera recurrente, por el cual nos da miedo nombrar a los genitales por su nombre. Por ejemplo, a veces nos da pena decirle pene al pene o vulva a la vulva, incluso en muchos casos la gente no se atreve a decir clítoris y prefiere nombres como campana eléctrica. Este acto, aunque es inocente y a veces hasta divertido, puede representar un prejuicio frente al cuerpo que vale la pena cuestionar y quizá detener. 

Es decir, vale la pena preguntarse si eres de las personas que suele poner apodo a los genitales, ¿cual es la razón por la cual prefieres usar otros nombres a los reales? Si se trata de un tabú o miedo a decir estas palabras, entonces puede ser buen momento de confrontar esos miedos y de hacer las paces con el cuerpo que tenemos todas las personas, que no tiene nada de malo y que podemos nombrar desde el amor y la aceptación. 

Por otro lado, también es cierto que en la historia se han encontrado distintas formas de referirse al pene y la vagina con apodos que no necesariamente responden a un prejuicio o miedo, sino que se aprovechaban para expresarse de manera más poética. Por ejemplo, en algunas sociedades de la antigüedad existían personas que eran conocedoras de los aspectos psicológicos y espirituales del erotismo, es decir, que probablemente no tenian un miedo al tema del que tuvieran que escudarse mediante apodos, pero que asi inventaron su respectivo lenguaje para hablar de los encuentros sexuales y de las partes del cuerpo, para crear un lenguaje poético que le diera un valor menos superficial o explicito, quiza incluso buscando los efectos de esta vulgarizacion del sexo, como puede llegar a suceder con el consumo excesivo de pornografia. En estos casos, pensamos que es más un punto a favor que algo en contra el poner apodo a los genitales de una pareja o persona. Por ejemplo, para la literatura china, la vulva y la vagina eran llamadas “caverna secreta”, “almohada de almizcle” y “corazón interno”, mientras que en sánscrito se le conoce como “loto de su sabiduría” y en las escuelas esotéricas occidentales le llamaban “rosa mística”.

Otro aspecto negativo de los apodos para los genitales es que podría llegar a ser de tono burlesco y hasta humillante. Por ejemplo, un apodo que haga referencia a los pechos de una mujer para implicar que son pequeños, pueden afectar mucho la confianza de una persona. Lo mismo puede suceder en un hombre que tenga un apodo que haga referencia al tamaño de su pene, aumentando la presión social que existe en la expectativa de tener un pene grande, algo que no siempre coincide con la realidad de los cuerpos. 

Para concluir, hay que pensar que ningún extremo es saludable. Poner apodo a los genitales de tu pareja o incluso para referirse a los propios, no es necesariamente algo malo que hay que evitar a toda costa, sino que puede ser algo importante para ser sensibles e incluso, para ser más sensuales. Sin embargo, el otro extremo de usar apodos por miedo, inseguridad o tabu también debe trabajarse para conseguir que el sexo no sea un tema negativo, sino normal. Y eso sí, bajo ninguna circunstancia es válido burlarse del cuerpo de una persona mediante apodos o nombres que tengan la intención de lastimar.