Lo ejecutan en un sobrerruedas, a poca distancia de subdelegación de Policía

Ese cuerpo -sin nombre hasta esta tarde- jamás imaginó que hoy lunes perdería la vida a balazos, y que sus restos quedarían resguardados por esas lonas rojas tan distintivas de los mercados ambulantes.


El minutero del reloj se aproximaba a las 2 de la tarde y el vuelo de las palomas chocaba con la timidez punzante del viento, el mismo que anunciaba con bastante anticipación un ocaso gélida de diciembre, en la colonia Azteca de la delegación Cerro Colorado.

Para los vecinos de la calle Huajimic parecía ser un inicio de semana común y corriente. Casi la hora de la comida.

A las afueras de sus viviendas, y sobre esa misma avenida, la jornada de los comerciantes del sobrerruedas ya anunciaba su final.

Otro día cualquiera, de ésos que cansan, pero que nutren la cartera y enorgullecen el alma, y que terminan haciéndole la contra a aquella sentencia que el entrañable Tyler Durden, solía repetir: “Tenemos empleos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos.”

En fin, acá los clientes del mercado ya escaseaban, y fueron varios los comerciantes que habían decidido levantar sus cosas de manera pausada.

Las cajas vacías, la fruta manoseada, o aquella que nadie quiso por estar seca o pasada, eran las mermas que resistían entre los esqueletos metálicos y las tarimas que mordisqueaban el polvoriento piso de tierra.

De repente, y sin nadie siquiera intuir, sonaron los disparos. De buenas a primeras nadie supo cuántos fueron. La poca gente que se encontraba cayó presa de la psicosis colectiva.

Esos estruendos tenían un destinatario: un hombre que se encontraba en el sitio, y que como resultado quedó tirado, boca abajo, aferrándose a la tierra, esa misma en la que su sangre, cada vez más seca, era absorbida por la aridez sedienta del lugar.

Ahí, entre la confusión, lograron huir su o sus verdugos. Esos o ése que no titubeó para arrebatarle la vida al sujeto, que, hasta esta tarde, es una más de las 1811 personas asesinadas durante el año en Tijuana.

Ese cuerpo -sin nombre hasta este momento- jamás imaginó que hoy lunes perdería la vida a balazos, y que sus restos quedarían resguardados por esas lonas rojas tan distintivas de los mercados ambulantes.

Irónicamente, un casco que llevaba como protección para bicicleta, y del que resaltaban figuras fluorescentes, ahora se empañaba por los murmullos de los curiosos, quienes comenzaban a atar los cabos del crimen.

Tras la cercanía de la subdelegación del Azteca, a los minutos hicieron su arribo los agentes de la Policía Municipal, elementos de la Guardia Nacional de la Fiscalía del Estado, junto con la prensa.

Ya lo demás era sólo un trámite, recolectar evidencias, fotografías el cuerpo, y levantarlo para tratar de esclarecer su asesinato.

Y mientras eso sucedía, esperando que una panel del SEMEFO arribaba al punto, ahí esperaba el cadáver del hombre sin nombre hasta esta tarde, quien como únicos datos, además de su tez morena, era el de vestir pantalón negro deslavado, su playera blanca, una sudadera verde amarrada a la cintura, y unos tenis Adidas que ya no le dieron la energía para alcanzar a huir del lugar antes de ese estruendo que le arrebató la vida.

Ahora sólo faltaban los últimos disparos, los del obturador que le darían el espacio a su historia en la nota roja de los medios de la ciudad.

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