Ataques de pánico: cómo detectarlos y qué hacer

Aunque el 30% de la población mundial ha tenido en algún momento una crisis de ansiedad, muchas personas no saben reconocerlas.


La ansiedad es una respuesta fisiológica, cognitiva y conductual del organismo. Cuando ocurre experimentamos una serie de síntomas físicos, como aumento del ritmo cardíaco o sudoración; una respuesta cognitiva, como la preocupación; y acciones conductuales, representadas principalmente por la evitación de determinadas situaciones que nos resultan amenazantes y que pueden provocar la aparición de los síntomas antes mencionados. Eso, en general, es ansiedad.

Sin embargo, cuando hablamos de un “ataque”, normalmente nos referimos a lo que en psicología y psiquiatría se conoce como ataque de pánico (que en clasificaciones más antiguas se denominaba crisis de angustia) o ataque de ansiedad. Es importante señalar que un ataque de pánico no se considera un trastorno de ansiedad. Lo cierto es que muchas personas los padecen: aproximadamente el 30% de la población ha tenido un ataque de pánico en algún momento de su vida. Y cuando sucede, muchos no son conscientes de la situación.

Un ataque de pánico es la aparición repentina de una serie de síntomas, de los cuales los más comunes son: aumento del ritmo cardíaco, sudoración, mareos, sensación de ahogo y presión en el pecho. Pero también existe un síntoma cognitivo, que es la creencia de que te está pasando algo muy malo, que te está dando un infarto o te enfrentas a una muerte segura. Esto sucede muy rápido y no dura mucho, por lo general alcanza su punto máximo entre siete y diez minutos antes de calmarse.

Los síntomas fisiológicos que se producen durante un ataque de pánico constituyen una respuesta de alarma del organismo que normalmente se desencadena ante un peligro inminente. Esos síntomas son los que preparan al cuerpo para reaccionar y evitar ese peligro, ya sea luchando o huyendo. En otras palabras, es una respuesta orgánica y adaptativa que sirve para protegernos.

El problema con los ataques de pánico es que el cuerpo desencadena esa respuesta en el momento equivocado, como una falsa alarma. El mecanismo se activa sin peligro real a la vista. La exposición a factores estresantes diarios crónicos como demasiado trabajo, responsabilidades excesivas y dificultades económicas, por nombrar algunos, puede aumentar nuestro nivel de ansiedad, lo que desencadena estados de nerviosismo, inquietud, preocupación y sueño deficiente o intermitente. Estos altos niveles de ansiedad pueden activar el sistema de alarma en ausencia de peligro real, provocando un ataque de pánico.

El principal problema de los ataques de pánico es la mala interpretación de los síntomas físicos, ya que las personas tienden a creer que son peligrosos y pueden causar la muerte. Cuando una persona es capaz de cuestionar estas interpretaciones erróneas y se da cuenta de que los síntomas no son peligrosos ni fatales y que la presión en el pecho es en realidad presión muscular y no un signo de infarto, los síntomas físicos disminuyen.

No estás teniendo un ataque al corazón.

La principal preocupación de las personas que sufren ataques de pánico suele ser la idea de que puedan estar teniendo un ataque al corazón. Entonces, ¿cómo distinguir uno de otro? Si cuando aparecen estos síntomas intensos la persona cuestiona su gravedad y consecuencias y comienzan a remitir en los próximos minutos, efectivamente se trata de un ataque de pánico.

Es útil tratar de desviar la atención de los síntomas. En estudios, las personas que han sufrido ataques de pánico han dicho que cosas como jugar un juego móvil que requiere concentración funcionaron para ellos. Es decir, cualquier actividad que desvíe la atención de los síntomas y la sensación catastrófica que producen. Centrar su atención en respirar suave y lentamente también puede ayudar.

Otra cosa importante a la hora de prevenirlas, cuando te ha pasado antes, es no evitar las situaciones que la han desencadenado por miedo a que vuelva a ocurrir. Esto puede aumentar el problema. También te recomendamos ejercicios o actividades diarias que te ayuden a relajarte; enfocándote en el momento, en el presente y en todo lo que te rodea; y la realización de actividades de ocio gratificantes. Es decir, todo aquello que ayude a reducir los niveles de ansiedad que sufrimos en nuestro día a día.

Los factores de riesgo identificados en estudios científicos que se han asociado a problemas de ansiedad, incluidos los ataques de pánico, son, entre otros: ser joven, ser mujer, problemas de salud física, insatisfacción laboral o dificultades económicas.

Nuestro grupo de investigación ha desarrollado algoritmos de riesgo que, respondiendo a una serie de preguntas, estiman la probabilidad de sufrir un trastorno de ansiedad en el próximo año. Utilizamos estas predicciones para realizar intervenciones personalizadas con el objetivo de prevenir la aparición de este tipo de problemas. Actualmente estamos probando una intervención personalizada online (en español) para todo tipo de población en un ensayo clínico aleatorizado. Nuestro objetivo es frenar un problema que afecta a muchas personas.


Con información de EL PAÍS. / por: PATRICIA MORENO PERAL

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