Pero ya no nos reímos. Sobre las continuaciones de ‘El Club de la Pelea’

El protagonista es amordazado y controlado por su personalidad alterna y, para liberarse, acaba disparándose a sí mismo.


Por: Sergio Ceyca 

Celebre novela en prensa, tantas veces

prometida que la vez que sale el autor

no le ha jugado un boleto.

Macedonio Fernández

He sido testigo de cómo el final de El club de la pelea altera a las personas. Cuando estudiaba la universidad solía visitar a una amiga que vivía cerca de la casa, quién también era hija única como yo, para echar la plática o pasar las tardes viendo películas; en una de esas ocasiones hurgamos el librero de devedés de su padrastro y encontramos el de la película de David Fincher. Yo la había visto poco tiempo atrás y sentí un arrebato de rebeldía adolescente que, en ese momento, quise compartir con mi amiga. Así que le propuse mirarla. Siempre que veo una película que ya he visto en compañía de alguien que no, me gusta observar sus reacciones: a cómo la trama se iba deslizando a su desenlace, mi amiga se sorprendió de que el protagonista, interpretado por Edward Norton, descubriera que tiene otra personalidad llamada Tyler Durden, interpretada por Brad Pitt, quien el espectador pensó que era un personaje independiente que quería tumbar al Sistema.

Tras el descubrimiento, el protagonista es amordazado y controlado por su personalidad alterna y, para liberarse, acaba disparándose a sí mismo. Entonces, obtiene una herida en la mejilla y el personaje interpretado por Helena Boham Carter se acerca y le pregunta por qué se hirió a sí mismo, a lo que Norton responde que todo estará bien. En ese momento se escucha una explosión. Como los personajes están frente a un ventanal con vista de un valle nocturno que tiene grandes edificios de oficinas, miramos un par de construcciones explotar y colapsar sobre sí mismas. “Me conociste en un momento muy extraño de mi vida”, dice Norton antes de agarrar la mano de Boham Carter y que ambos admiren, en primera fila, el colapso del resto de los edificios del valle empresarial.

Mi amiga se puso a brincar de la emoción. Quería tirar golpes, quería organizarse y hacer explosivos con jabón. Y es que el final de El club de la pelea cumple la función de satisfacer al espectador al proponer que Norton se deshizo de su personalidad parásita, al mismo tiempo que se liberó del sistema que, quizá, la generó en primer lugar.

Sin embargo, la mayoría no conoce el final de la novela. El narrador se queda a la merced de un psiquiátrico, al cual llama el cielo, donde es cuidado por personas que forman parte del proyecto de insurrección planteado en la historia. Es un final más cercano a la literatura clásica como en Crimen y castigo, cuando Dostoyevski se toma la molestia de informarnos que Raskólnikov logra encontrar la sanación al estar internado en Siberia, donde purga sus culpas; o en Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, cuando averiguamos qué ocurre con las hermanas Bennet después de la serie de enredos y problemas en los que se han visto envueltas.

De hecho, en estas semanas, el final original del libro ha llegado a ser más conocido porque, en China, una plataforma de streaming añadió un mensaje final en el que se cuenta que la policía abatió al proyecto de insurrección y encarceló a Tyler Durden para terminar el movimiento de sedición. Como si Tyler Durden, de inicio, pudiera ser encarcelado. Como si su naturaleza no fuera estar, de inicio, encerrado.

Todo esto viene a colación porque Chuck Palahniuk se ha abocado estos años a hacer dos continuaciones de El club de la pelea, en esta ocasión en formato de cómic. En ambos casos se apoyó en los grotescos e inocentes dibujos de Cameron Stewart; así como en las artísticas pinturas de acuarelas que son el sello personal de David Mack para las portadas. La primera, El club de la pelea 2, narra el inevitable regreso de Tyler Durden a la vida del protagonista y de Marla Singer diez años después, cuando son el clásico matrimonio americano que vive en una casa de los coloridos suburbios con un hijo y un perro. Sebastián, que es como ahora se identifica el protagonista, cree tener dormido y amordazado a Durden en el fondo de su mente gracias a la ayuda de su psiquiatra y del medicamento que le receta; pero la realidad es que Marla ha estado cambiando sus medicamentos para que Durden aparezca de vez en cuando y llevárselo a la cama; al mismo tiempo, el psiquiatra de Sebastián es un miembro del proyecto de insurrección quien despierta a Durden durante sus terapias para que siga organizando a las tropas. Hay apariciones extrañas y bizarras tanto de Chloe, la chica con leucemia que solo quiere sexo en la historia original, como de Robert Paulson, una especie de zombie-mastodonte que es utilizado como una fuerza brutal y sobrenatural. En esta historia, las líneas entre ficción y autor se desdibujan y hasta Palahniuk aparece como personaje, formando parte de uno de los grupos de autoayuda, en este caso a través de la escritura, que forman parte del proyecto de insurrección.

Todo en la historia, sin embargo, escala muy rápido y para el cuarto capítulo ya estás viendo ataques políticos, secuestros y personas masacradas, haciendo que las mecánicas de la historia original queden olvidadas con rapidez.

Un poco más cercana la mecánica original de triangulo de personajes, El club de la pelea 3 plantea otro escenario en que, después de los hechos del segundo capítulo. En esta ocasión, Marla está embarazada de Durden y la familia espera que nazca el niño. El proyecto de insurrección original, y otro que Durden ideó después, han sido desarticulados y, para generar avances y sostener a la familia, el protagonista y Tyler Durden tienen que hacer equipo para enfrentarse a una nueva organización secreta abocada al caos a través de un marco de pintura por el cual puede pasarse a un mundo fuera del tiempo, y un virus de transmisión sexual que las personas se van compartiendo (el cómic fue apareciendo ya durante la pandemia).

Aunque las ilustraciones grotescas y sus efectos son disfrutables en el formato –como la sobreposición de imágenes reales sobre la viñeta de cómic, ya sea sangre, moscas u otras cosas–, la realidad es que al final de los dos tomos, uno como lector puede sentirse un poco defraudado. La ilustración a lo Jhonen Vazquez no contrasta con la seriedad que se tenía tanto en el libro original como en la adaptación cinematográfica, todo se enrarece demasiado y no necesariamente para bien. Aunque al inicio la continuación de El club de la pelea pueda emocionar, entre más van ocurriendo cosas que dejan patente lo que en televisión se llama el ‘salto del tiburón’, el lector del cómic puede desmotivarse a continuar con la lectura. Al menos a mí me pasó. De inicio, al no existir un primer cómic de El club de la pelea, los puentes que llevan a la locura y a lo grotesco parecen infranqueables. De pronto esta continuación se vuelve un poco una parodia de lo que una continuación real pudo haber sido como las series de animación noventera que se hicieron de Bettlejuice y de Volver al futuro, al ponerlas a un lado de las películas.

Basten dos ejemplos. Cuando en un giro metaficcional Chuck Palahniuk, en algún punto del segundo tomo, tiene que encontrar un final que salve a los protagonistas del destino apocalíptico que Durden les ha reservado. En ese universo, además, existe la película de David Fincher y se habla de que Tyler Durden no es una personalidad alterna de Sebastián, sino una entidad que tiene cientos de años alterando al mundo y pasando de persona en persona, y que espera pasar (en ese momento de la trama) al hijo del protagonista y a Marla; es decir, Durden pasa de ser un desdoblamiento de personal a transformarse en una entidad mágica y sobrenatural.

Otro. Al no encontrar un escape posible para la trama, Palahniuk es llevado por los fanáticos de la historia (casi todos de la película) hacia el lugar del conflicto quienes quieren motivarlo para encontrar una mejor resolución al conflicto; y entre todos, salvan a los personajes principales. Poco después Tyler Durden, derrocado, se acerca a disparar en la cabeza al novelista de bestsellers. Es decir, Palahniuk como personaje en realidad no tiene ninguna injerencia en la trama.

Si aquella tarde hubieran existido ya las continuaciones de El club de la pelea, y fueran películas, y mi amiga y yo hubiéramos corrido a ponerlas en la pantalla, me pregunto si la emoción de mi amiga hubiera sobrevivido a la primera historia. Quizá si hubiéramos hecho lo contrario (haber visto las continuaciones primero), sí, en la que la película original fuera el cierre final. Pero parece que, como parafraseaba Bolaño, todo lo que comienza como comedia acaba como monólogo cómico, pero ya no nos reímos.

Aldea84
Aldea84http://aldea84.com
Sitio para nativos y migrantes digitales basado en la publicación de noticias de Tijuana y Baja California, etnografías fronterizas, crónicas urbanas, reportajes de investigación, además de tocar tópicos referentes a la tecnología, ciencia, salud y la caótica -y no menos surrealista- agenda nacional.
spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

Artículos relacionados

spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

spot_img

Lo más reciente

spot_img

El protagonista es amordazado y controlado por su personalidad alterna y, para liberarse, acaba disparándose a sí mismo.


Por: Sergio Ceyca 

Celebre novela en prensa, tantas veces

prometida que la vez que sale el autor

no le ha jugado un boleto.

Macedonio Fernández

He sido testigo de cómo el final de El club de la pelea altera a las personas. Cuando estudiaba la universidad solía visitar a una amiga que vivía cerca de la casa, quién también era hija única como yo, para echar la plática o pasar las tardes viendo películas; en una de esas ocasiones hurgamos el librero de devedés de su padrastro y encontramos el de la película de David Fincher. Yo la había visto poco tiempo atrás y sentí un arrebato de rebeldía adolescente que, en ese momento, quise compartir con mi amiga. Así que le propuse mirarla. Siempre que veo una película que ya he visto en compañía de alguien que no, me gusta observar sus reacciones: a cómo la trama se iba deslizando a su desenlace, mi amiga se sorprendió de que el protagonista, interpretado por Edward Norton, descubriera que tiene otra personalidad llamada Tyler Durden, interpretada por Brad Pitt, quien el espectador pensó que era un personaje independiente que quería tumbar al Sistema.

Tras el descubrimiento, el protagonista es amordazado y controlado por su personalidad alterna y, para liberarse, acaba disparándose a sí mismo. Entonces, obtiene una herida en la mejilla y el personaje interpretado por Helena Boham Carter se acerca y le pregunta por qué se hirió a sí mismo, a lo que Norton responde que todo estará bien. En ese momento se escucha una explosión. Como los personajes están frente a un ventanal con vista de un valle nocturno que tiene grandes edificios de oficinas, miramos un par de construcciones explotar y colapsar sobre sí mismas. “Me conociste en un momento muy extraño de mi vida”, dice Norton antes de agarrar la mano de Boham Carter y que ambos admiren, en primera fila, el colapso del resto de los edificios del valle empresarial.

Mi amiga se puso a brincar de la emoción. Quería tirar golpes, quería organizarse y hacer explosivos con jabón. Y es que el final de El club de la pelea cumple la función de satisfacer al espectador al proponer que Norton se deshizo de su personalidad parásita, al mismo tiempo que se liberó del sistema que, quizá, la generó en primer lugar.

Sin embargo, la mayoría no conoce el final de la novela. El narrador se queda a la merced de un psiquiátrico, al cual llama el cielo, donde es cuidado por personas que forman parte del proyecto de insurrección planteado en la historia. Es un final más cercano a la literatura clásica como en Crimen y castigo, cuando Dostoyevski se toma la molestia de informarnos que Raskólnikov logra encontrar la sanación al estar internado en Siberia, donde purga sus culpas; o en Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, cuando averiguamos qué ocurre con las hermanas Bennet después de la serie de enredos y problemas en los que se han visto envueltas.

De hecho, en estas semanas, el final original del libro ha llegado a ser más conocido porque, en China, una plataforma de streaming añadió un mensaje final en el que se cuenta que la policía abatió al proyecto de insurrección y encarceló a Tyler Durden para terminar el movimiento de sedición. Como si Tyler Durden, de inicio, pudiera ser encarcelado. Como si su naturaleza no fuera estar, de inicio, encerrado.

Todo esto viene a colación porque Chuck Palahniuk se ha abocado estos años a hacer dos continuaciones de El club de la pelea, en esta ocasión en formato de cómic. En ambos casos se apoyó en los grotescos e inocentes dibujos de Cameron Stewart; así como en las artísticas pinturas de acuarelas que son el sello personal de David Mack para las portadas. La primera, El club de la pelea 2, narra el inevitable regreso de Tyler Durden a la vida del protagonista y de Marla Singer diez años después, cuando son el clásico matrimonio americano que vive en una casa de los coloridos suburbios con un hijo y un perro. Sebastián, que es como ahora se identifica el protagonista, cree tener dormido y amordazado a Durden en el fondo de su mente gracias a la ayuda de su psiquiatra y del medicamento que le receta; pero la realidad es que Marla ha estado cambiando sus medicamentos para que Durden aparezca de vez en cuando y llevárselo a la cama; al mismo tiempo, el psiquiatra de Sebastián es un miembro del proyecto de insurrección quien despierta a Durden durante sus terapias para que siga organizando a las tropas. Hay apariciones extrañas y bizarras tanto de Chloe, la chica con leucemia que solo quiere sexo en la historia original, como de Robert Paulson, una especie de zombie-mastodonte que es utilizado como una fuerza brutal y sobrenatural. En esta historia, las líneas entre ficción y autor se desdibujan y hasta Palahniuk aparece como personaje, formando parte de uno de los grupos de autoayuda, en este caso a través de la escritura, que forman parte del proyecto de insurrección.

Todo en la historia, sin embargo, escala muy rápido y para el cuarto capítulo ya estás viendo ataques políticos, secuestros y personas masacradas, haciendo que las mecánicas de la historia original queden olvidadas con rapidez.

Un poco más cercana la mecánica original de triangulo de personajes, El club de la pelea 3 plantea otro escenario en que, después de los hechos del segundo capítulo. En esta ocasión, Marla está embarazada de Durden y la familia espera que nazca el niño. El proyecto de insurrección original, y otro que Durden ideó después, han sido desarticulados y, para generar avances y sostener a la familia, el protagonista y Tyler Durden tienen que hacer equipo para enfrentarse a una nueva organización secreta abocada al caos a través de un marco de pintura por el cual puede pasarse a un mundo fuera del tiempo, y un virus de transmisión sexual que las personas se van compartiendo (el cómic fue apareciendo ya durante la pandemia).

Aunque las ilustraciones grotescas y sus efectos son disfrutables en el formato –como la sobreposición de imágenes reales sobre la viñeta de cómic, ya sea sangre, moscas u otras cosas–, la realidad es que al final de los dos tomos, uno como lector puede sentirse un poco defraudado. La ilustración a lo Jhonen Vazquez no contrasta con la seriedad que se tenía tanto en el libro original como en la adaptación cinematográfica, todo se enrarece demasiado y no necesariamente para bien. Aunque al inicio la continuación de El club de la pelea pueda emocionar, entre más van ocurriendo cosas que dejan patente lo que en televisión se llama el ‘salto del tiburón’, el lector del cómic puede desmotivarse a continuar con la lectura. Al menos a mí me pasó. De inicio, al no existir un primer cómic de El club de la pelea, los puentes que llevan a la locura y a lo grotesco parecen infranqueables. De pronto esta continuación se vuelve un poco una parodia de lo que una continuación real pudo haber sido como las series de animación noventera que se hicieron de Bettlejuice y de Volver al futuro, al ponerlas a un lado de las películas.

Basten dos ejemplos. Cuando en un giro metaficcional Chuck Palahniuk, en algún punto del segundo tomo, tiene que encontrar un final que salve a los protagonistas del destino apocalíptico que Durden les ha reservado. En ese universo, además, existe la película de David Fincher y se habla de que Tyler Durden no es una personalidad alterna de Sebastián, sino una entidad que tiene cientos de años alterando al mundo y pasando de persona en persona, y que espera pasar (en ese momento de la trama) al hijo del protagonista y a Marla; es decir, Durden pasa de ser un desdoblamiento de personal a transformarse en una entidad mágica y sobrenatural.

Otro. Al no encontrar un escape posible para la trama, Palahniuk es llevado por los fanáticos de la historia (casi todos de la película) hacia el lugar del conflicto quienes quieren motivarlo para encontrar una mejor resolución al conflicto; y entre todos, salvan a los personajes principales. Poco después Tyler Durden, derrocado, se acerca a disparar en la cabeza al novelista de bestsellers. Es decir, Palahniuk como personaje en realidad no tiene ninguna injerencia en la trama.

Si aquella tarde hubieran existido ya las continuaciones de El club de la pelea, y fueran películas, y mi amiga y yo hubiéramos corrido a ponerlas en la pantalla, me pregunto si la emoción de mi amiga hubiera sobrevivido a la primera historia. Quizá si hubiéramos hecho lo contrario (haber visto las continuaciones primero), sí, en la que la película original fuera el cierre final. Pero parece que, como parafraseaba Bolaño, todo lo que comienza como comedia acaba como monólogo cómico, pero ya no nos reímos.

Aldea84
Aldea84http://aldea84.com
Sitio para nativos y migrantes digitales basado en la publicación de noticias de Tijuana y Baja California, etnografías fronterizas, crónicas urbanas, reportajes de investigación, además de tocar tópicos referentes a la tecnología, ciencia, salud y la caótica -y no menos surrealista- agenda nacional.

Artículos relacionados

spot_imgspot_imgspot_imgspot_img
spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

spot_img

Lo más reciente

spot_img