Pamela Anderson, Amber Heard y los límites del arco redentor de las mujeres

Hollywood busca reivindicar, redimir, recontextualizar y a mujeres famosas, bellas, y siempre incomprendidas de nuestro pasado semireciente, por lo general blancas y que en un momento fueron despreciadas, por algo de índole sexual.


Por: Jessica Bennett

Para su caracterización en el papel de Pamela Anderson en Pam & Tommy, la serie de Hulu, la actriz Lily James tuvo que someterse a cuatro horas de maquillaje diarias y a llevar hasta 50 pares de prótesis de mama talla 34DD, que hubo que cambiarle varias veces durante el rodaje, y que a veces estaban tan sudadas que casi se le caían.

La serie narra el matrimonio relámpago de Anderson y su ex, Tommy Lee, baterista de Mötley Crüe, y se centra en el video grabado durante su luna de miel y después robado de su domicilio y difundido a las masas. Pero esta adaptación de la historia, en la que ellos no han participado, aspira a ser la versión empoderadora de los hechos: es un intento de plasmar las dificultades que tuvo que superar Anderson después, y “provocar una conversación sobre cómo tratamos a las mujeres”, dijo James.

¿Que la cámara parece bastante interesada en detenerse en esas prótesis de mama? No te preocupes: se trata de arte feminista.

Y es el tipo de arte que parece omnipresente hoy en día en Hollywood, parte de una serie de proyectos anunciados que se proponen “reivindicar”, “redimir”, “recontextualizar” y “reconsiderar” a mujeres famosas, bellas, por lo general blancas y siempre incomprendidas de nuestro pasado semireciente, y que en un momento determinado fueron vilipendiadas, normalmente por algo de índole sexual. El razonamiento —y el lenguaje de marketing— tiende a ser que, al contar de nuevo —¡y consumir!— las adversidades que sufrieron estas mujeres desde el punto de vista de hoy, más tolerante, estamos ayudando a las mujeres a reivindicar su poder.

Pamela Anderson
Pamela AndersonCredit…Emily Berl para The New York Times.
Amber Heard
Amber HeardCredit…Foto de consorcio de Michael Reynolds/EPA vía Shutterstock

Pam & Tommy no es el ejemplo más reciente de este género, aunque sí tal vez el más controvertido, en parte porque Anderson no quiso tener nada que ver con él. En el momento en el que se anunció, en 2018, ya había muchos otros proyectos de éxito parecidos: un biopic y un documental sobre Anita Hill, sobre el tratamiento que recibió tras denunciar a Clarence Thomas por acoso sexual; Yo, Tonya, sobre la figura del patinaje Tonya Harding, hoy tratada como una persona más compleja que una mera villana de clase baja; y Lorena, sobre Lorena Bobbitt, que hoy responde al nombre de Lorena Gallo y a la que ya no vemos solo como la mujer que amputó el pene a su marido, sino también como una víctima de maltrato doméstico.

“Siempre se enfocan en eso —dijo Gallo en 2019, en una entrevista publicada en The New York Times—. Y era como si no quisiesen darse cuenta o no les importase por qué lo que hice”.

Estas historias tuvieron lugar antes del #MeToo, antes de las redes sociales, antes de que empezáramos a reexaminarlo todo, desde el arte que consumimos y los monumentos que hemos erigido hasta la mismísima fecha de fundación de nuestra nación. Así, muchos de estos recientes intentos de echar la vista atrás han sido muy reveladores: Framing Britney Spears, por ejemplo, el documental producido por el Times el año pasado, y Britney vs. Spears, el de Netflix, indagan en los detalles sobre la explotadora tutela de la estrella del pop y de la cobertura sobre ella en los tabloides, que reavivó la conversación sobre los abusos de la tutela. Los documentales sobre Janet Jackson, incluido el producido por ella, reavivó la conversación sobre cómo se la trató después del infausto “fallo de vestuario” en el Super Bowl de 2014, cuando su pecho quedó al descubierto y se puso a Jackson en la lista negra, pero no así al hombre que se lo había dejado al descubierto, Justin Timberlake

Debemos parte de este contexto redentor a Monica Lewinsky, por supuesto, cuyo affaire con el presidente fue el telón de fondo durante mis años de adolescencia y cuya vuelta al ojo público ayudé seguramente a facilitar, una vez que tuve edad suficiente para identificar su complejidad. Escribí sobre Lewinsky en 2015, poco antes de su charla TED sobre la humillación pública, y luego otra vez el año pasado, cuando se convirtió en tema de la serie de FX Impeachment. (La serie, que cuenta con Lewinsky entre sus productores, narra la historia del affaire desde el punto de vista de las mujeres implicadas).

Desde entonces, he aplicado un enfoque similar a las vidas de otras mujeres vilipendiadas: Katie Hill, la excongresista que dimitió en medio de un escándalo a causa de una “pornovenganza”; Paula Broadwell, la antigua amante —palabra femenina en inglés que no tiene equivalente masculino— del general David Petraeus; Amanda Knox, que hace una década fue absuelta del impactante asesinato de su compañera de piso y que lleva desde entonces intentando recuperar el equilibrio.

De modo que no soy inmune al atractivo de este arco redentor. Y, sin embargo…

Hay un término que aprendí hace poco: “escoptofilia”. Significa “amor por mirar”. Podría referirse a la pornografía o incluso a un accidente de coche, pero a menudo se utiliza en el cine para describir cómo miramos a las mujeres retratadas en la pantalla. No es ningún secreto que a los seres humanos les encanta consumir espectáculo, y les encanta doblemente cuando hay mujeres y sexo de por medio. Pero ¿en qué momento tanto el retrato ficcionado de ese espectáculo, como que nosotros lo veamos, se volvió tan malo como mirar el espectáculo en sí?

Ursula Macfarlane, directora de un documental de próximo estreno en Netflix sobre Anna Nicole Smith, la atribulada actriz y modelo que murió de sobredosis accidental a los 39 años, dijo cuando se anunció el proyecto: “Este parece el momento adecuado para reexaminar la vida de otra mujer bella y joven cuya vida fue escudriñada y finalmente destruida por nuestra cultura”.

Tal vez, pero ¿a partir de qué punto esos reexámenes simplemente perpetúan los tropos que en primera instancia las hicieron merecedoras de una mirada retrospectiva? ¿Quién cuenta esas historias, quién debería sacar provecho de ellas y cuándo todo eso que se dice sobre la recontextualización y sobre derrocar la mirada masculina empezó a tener más que ver con la representación de una redención que con las mujeres que están en el centro de esas historias?

La escritora Kathryn VanArendonk ha llamado a esto “el turismo de la empatía”: el intento de llevar de viaje a los espectadores a un pasado lo suficientemente reciente para ser reconocible, pero lo bastante lejano para que resulte extravagante. En consecuencia, algunos esfuerzos —y, quizá aún más, el modo en el que la gente habla de ellos— pueden caer en una especie de engreimiento.

Aún podemos consumir estas historias, pero desde un punto de vista más tolerante. Se nos da la posibilidad de sentirnos bien por dónde está hoy Lewinsky (¡es productora!), pero también de mirar embobados cómo le enseña el tanga al presidente de Estados Unidos, una escena a la que, según me dijo, accedió a regañadientes.

Podemos asentir con la cabeza al escuchar un diálogo rotundo; por ejemplo: “Pasa que las cualquieras”, dice el personaje de Anderson tras un fallo judicial decepcionante, “no pueden decidir qué pasa con las imágenes de su cuerpo”. Pero al verlas, nosotros estamos haciendo lo mismo.

No hay nada como volver a ver el derrumbamiento de la vida de una mujer a causa de un video sexual en el nombre de la rectificación de la historia.

Si sirve de algo, la verdadera Anderson —que en estos momentos vive una suerte de renacimiento— no ha visto la serie sobre ella. Me dicen que no quiere. Según personas cercanas a ella, se arrepiente de pocas cosas en su vida —ni siquiera de Kid Rock—, pero esa cinta es lo único que querría poder deshacer. Ahora está trabajando en su propia versión de la historia, en un documental con Netflix, coproducido por uno de sus hijos, además de unas memorias.

Spears, ya libre de su tutela —resultado, posiblemente, de la nueva atención suscitada por las películas sobre ella— dijo que se sintió “avergonzada” por Framing Britney Spears, y también está trabajando en unas memorias donde se propone contarlo todo.

Lewinsky es la que quizá ha gestionado su rehabilitación con más delicadeza, al insistir en ser parte de ella. Pero también ella me ha dicho que habría preferido que esa serie sobre ella no existiera.

“Espero que sea la última vez”, dijo.

Hay suficientes fábulas sobre mujeres agraviadas en la historia como para seguir contándolas eternamente. Pero ¿de verdad hoy estamos mejor por haber escuchado tantas?

No hace falta mucho esfuerzo para descubrir ejemplos de mujeres imperfectas cuyas vidas está escudriñando nuestra cultura, en tiempo real. Esas cuyas credenciales son puestas en entredicho. Cuyos gustos para la moda son desacreditados. Cuyas vidas personales son transgredidas por los tabloides. Sobre cuyas caídas en desgracia, sea por buenos motivos o no, se saliva demasiado.

La semana pasada, la actriz Amber Heard subió al estrado en el juicio en su contra por difamación. La ha demandado su exmarido, Johnny Depp, por un artículo de opinión que Heard escribió en 2018, donde afirmó ser víctima de maltrato doméstico. (Depp ha negado haber maltratado a Heard, y la ha acusado a ella de maltrato).

Faltan aún semanas para conocer el resultado del juicio, y hay numerosas razones para expresar escepticismo sobre ambas partes de la historia. Y, sin embargo, son los admiradores de Depp los que flanquean los juzgados a diario, saludando desde la horca, mientras que las redes sociales —y los comentarios en las retransmisiones en directo del juicio— están inundados de memes e insultos contra Heard, tildándola de “cazafortunas”, “falsa”, “bipolar” y “manipuladora”, hasta el punto de que, al parecer, ha tenido que contratar un servicio de seguridad.

Se supone que las tramas redentoras, en teoría, deben ser una enseñanza sobre la empatía, sobre la humanidad intrínseca de cada mujer caótica e imperfecta. Pero ¿de qué nos sirven, si no pueden ayudar a modelar cómo nos tratamos ahora mismo?

Hasta la siguiente trama redentora, supongo.

Aldea84
Aldea84http://aldea84.com
Sitio para nativos y migrantes digitales basado en la publicación de noticias de Tijuana y Baja California, etnografías fronterizas, crónicas urbanas, reportajes de investigación, además de tocar tópicos referentes a la tecnología, ciencia, salud y la caótica -y no menos surrealista- agenda nacional.
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Por: Jessica Bennett

Para su caracterización en el papel de Pamela Anderson en Pam & Tommy, la serie de Hulu, la actriz Lily James tuvo que someterse a cuatro horas de maquillaje diarias y a llevar hasta 50 pares de prótesis de mama talla 34DD, que hubo que cambiarle varias veces durante el rodaje, y que a veces estaban tan sudadas que casi se le caían.

La serie narra el matrimonio relámpago de Anderson y su ex, Tommy Lee, baterista de Mötley Crüe, y se centra en el video grabado durante su luna de miel y después robado de su domicilio y difundido a las masas. Pero esta adaptación de la historia, en la que ellos no han participado, aspira a ser la versión empoderadora de los hechos: es un intento de plasmar las dificultades que tuvo que superar Anderson después, y “provocar una conversación sobre cómo tratamos a las mujeres”, dijo James.

¿Que la cámara parece bastante interesada en detenerse en esas prótesis de mama? No te preocupes: se trata de arte feminista.

Y es el tipo de arte que parece omnipresente hoy en día en Hollywood, parte de una serie de proyectos anunciados que se proponen “reivindicar”, “redimir”, “recontextualizar” y “reconsiderar” a mujeres famosas, bellas, por lo general blancas y siempre incomprendidas de nuestro pasado semireciente, y que en un momento determinado fueron vilipendiadas, normalmente por algo de índole sexual. El razonamiento —y el lenguaje de marketing— tiende a ser que, al contar de nuevo —¡y consumir!— las adversidades que sufrieron estas mujeres desde el punto de vista de hoy, más tolerante, estamos ayudando a las mujeres a reivindicar su poder.

Pamela Anderson
Pamela AndersonCredit…Emily Berl para The New York Times.
Amber Heard
Amber HeardCredit…Foto de consorcio de Michael Reynolds/EPA vía Shutterstock

Pam & Tommy no es el ejemplo más reciente de este género, aunque sí tal vez el más controvertido, en parte porque Anderson no quiso tener nada que ver con él. En el momento en el que se anunció, en 2018, ya había muchos otros proyectos de éxito parecidos: un biopic y un documental sobre Anita Hill, sobre el tratamiento que recibió tras denunciar a Clarence Thomas por acoso sexual; Yo, Tonya, sobre la figura del patinaje Tonya Harding, hoy tratada como una persona más compleja que una mera villana de clase baja; y Lorena, sobre Lorena Bobbitt, que hoy responde al nombre de Lorena Gallo y a la que ya no vemos solo como la mujer que amputó el pene a su marido, sino también como una víctima de maltrato doméstico.

“Siempre se enfocan en eso —dijo Gallo en 2019, en una entrevista publicada en The New York Times—. Y era como si no quisiesen darse cuenta o no les importase por qué lo que hice”.

Estas historias tuvieron lugar antes del #MeToo, antes de las redes sociales, antes de que empezáramos a reexaminarlo todo, desde el arte que consumimos y los monumentos que hemos erigido hasta la mismísima fecha de fundación de nuestra nación. Así, muchos de estos recientes intentos de echar la vista atrás han sido muy reveladores: Framing Britney Spears, por ejemplo, el documental producido por el Times el año pasado, y Britney vs. Spears, el de Netflix, indagan en los detalles sobre la explotadora tutela de la estrella del pop y de la cobertura sobre ella en los tabloides, que reavivó la conversación sobre los abusos de la tutela. Los documentales sobre Janet Jackson, incluido el producido por ella, reavivó la conversación sobre cómo se la trató después del infausto “fallo de vestuario” en el Super Bowl de 2014, cuando su pecho quedó al descubierto y se puso a Jackson en la lista negra, pero no así al hombre que se lo había dejado al descubierto, Justin Timberlake

Debemos parte de este contexto redentor a Monica Lewinsky, por supuesto, cuyo affaire con el presidente fue el telón de fondo durante mis años de adolescencia y cuya vuelta al ojo público ayudé seguramente a facilitar, una vez que tuve edad suficiente para identificar su complejidad. Escribí sobre Lewinsky en 2015, poco antes de su charla TED sobre la humillación pública, y luego otra vez el año pasado, cuando se convirtió en tema de la serie de FX Impeachment. (La serie, que cuenta con Lewinsky entre sus productores, narra la historia del affaire desde el punto de vista de las mujeres implicadas).

Desde entonces, he aplicado un enfoque similar a las vidas de otras mujeres vilipendiadas: Katie Hill, la excongresista que dimitió en medio de un escándalo a causa de una “pornovenganza”; Paula Broadwell, la antigua amante —palabra femenina en inglés que no tiene equivalente masculino— del general David Petraeus; Amanda Knox, que hace una década fue absuelta del impactante asesinato de su compañera de piso y que lleva desde entonces intentando recuperar el equilibrio.

De modo que no soy inmune al atractivo de este arco redentor. Y, sin embargo…

Hay un término que aprendí hace poco: “escoptofilia”. Significa “amor por mirar”. Podría referirse a la pornografía o incluso a un accidente de coche, pero a menudo se utiliza en el cine para describir cómo miramos a las mujeres retratadas en la pantalla. No es ningún secreto que a los seres humanos les encanta consumir espectáculo, y les encanta doblemente cuando hay mujeres y sexo de por medio. Pero ¿en qué momento tanto el retrato ficcionado de ese espectáculo, como que nosotros lo veamos, se volvió tan malo como mirar el espectáculo en sí?

Ursula Macfarlane, directora de un documental de próximo estreno en Netflix sobre Anna Nicole Smith, la atribulada actriz y modelo que murió de sobredosis accidental a los 39 años, dijo cuando se anunció el proyecto: “Este parece el momento adecuado para reexaminar la vida de otra mujer bella y joven cuya vida fue escudriñada y finalmente destruida por nuestra cultura”.

Tal vez, pero ¿a partir de qué punto esos reexámenes simplemente perpetúan los tropos que en primera instancia las hicieron merecedoras de una mirada retrospectiva? ¿Quién cuenta esas historias, quién debería sacar provecho de ellas y cuándo todo eso que se dice sobre la recontextualización y sobre derrocar la mirada masculina empezó a tener más que ver con la representación de una redención que con las mujeres que están en el centro de esas historias?

La escritora Kathryn VanArendonk ha llamado a esto “el turismo de la empatía”: el intento de llevar de viaje a los espectadores a un pasado lo suficientemente reciente para ser reconocible, pero lo bastante lejano para que resulte extravagante. En consecuencia, algunos esfuerzos —y, quizá aún más, el modo en el que la gente habla de ellos— pueden caer en una especie de engreimiento.

Aún podemos consumir estas historias, pero desde un punto de vista más tolerante. Se nos da la posibilidad de sentirnos bien por dónde está hoy Lewinsky (¡es productora!), pero también de mirar embobados cómo le enseña el tanga al presidente de Estados Unidos, una escena a la que, según me dijo, accedió a regañadientes.

Podemos asentir con la cabeza al escuchar un diálogo rotundo; por ejemplo: “Pasa que las cualquieras”, dice el personaje de Anderson tras un fallo judicial decepcionante, “no pueden decidir qué pasa con las imágenes de su cuerpo”. Pero al verlas, nosotros estamos haciendo lo mismo.

No hay nada como volver a ver el derrumbamiento de la vida de una mujer a causa de un video sexual en el nombre de la rectificación de la historia.

Si sirve de algo, la verdadera Anderson —que en estos momentos vive una suerte de renacimiento— no ha visto la serie sobre ella. Me dicen que no quiere. Según personas cercanas a ella, se arrepiente de pocas cosas en su vida —ni siquiera de Kid Rock—, pero esa cinta es lo único que querría poder deshacer. Ahora está trabajando en su propia versión de la historia, en un documental con Netflix, coproducido por uno de sus hijos, además de unas memorias.

Spears, ya libre de su tutela —resultado, posiblemente, de la nueva atención suscitada por las películas sobre ella— dijo que se sintió “avergonzada” por Framing Britney Spears, y también está trabajando en unas memorias donde se propone contarlo todo.

Lewinsky es la que quizá ha gestionado su rehabilitación con más delicadeza, al insistir en ser parte de ella. Pero también ella me ha dicho que habría preferido que esa serie sobre ella no existiera.

“Espero que sea la última vez”, dijo.

Hay suficientes fábulas sobre mujeres agraviadas en la historia como para seguir contándolas eternamente. Pero ¿de verdad hoy estamos mejor por haber escuchado tantas?

No hace falta mucho esfuerzo para descubrir ejemplos de mujeres imperfectas cuyas vidas está escudriñando nuestra cultura, en tiempo real. Esas cuyas credenciales son puestas en entredicho. Cuyos gustos para la moda son desacreditados. Cuyas vidas personales son transgredidas por los tabloides. Sobre cuyas caídas en desgracia, sea por buenos motivos o no, se saliva demasiado.

La semana pasada, la actriz Amber Heard subió al estrado en el juicio en su contra por difamación. La ha demandado su exmarido, Johnny Depp, por un artículo de opinión que Heard escribió en 2018, donde afirmó ser víctima de maltrato doméstico. (Depp ha negado haber maltratado a Heard, y la ha acusado a ella de maltrato).

Faltan aún semanas para conocer el resultado del juicio, y hay numerosas razones para expresar escepticismo sobre ambas partes de la historia. Y, sin embargo, son los admiradores de Depp los que flanquean los juzgados a diario, saludando desde la horca, mientras que las redes sociales —y los comentarios en las retransmisiones en directo del juicio— están inundados de memes e insultos contra Heard, tildándola de “cazafortunas”, “falsa”, “bipolar” y “manipuladora”, hasta el punto de que, al parecer, ha tenido que contratar un servicio de seguridad.

Se supone que las tramas redentoras, en teoría, deben ser una enseñanza sobre la empatía, sobre la humanidad intrínseca de cada mujer caótica e imperfecta. Pero ¿de qué nos sirven, si no pueden ayudar a modelar cómo nos tratamos ahora mismo?

Hasta la siguiente trama redentora, supongo.

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Aldea84http://aldea84.com
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