“México lo paga con sus vidas”: la violencia alimentaria que trajo el acuerdo con EU y Canadá

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El 1 de enero de 1994, día en que estalló la guerrilla del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), también entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), firmado entre México, Estados Unidos y Canadá.


Ese acuerdo comercial detonó el crecimiento económico de los tres países. Más de 20 años después de haber sido firmado, la Administración del expresidente mexicano Enrique Peña Nieto presumió un crecimiento de la actividad comercial trilateral del 265%, con valor en 2012 de 1,05 billones de dólares, casi la totalidad del actual Producto Interno Bruto mexicano, según datos del Banco Mundial. Sin embargo, estos beneficios no necesariamente se tradujeron en mejoras en la vida de los habitantes de la región norteamericana.

Por el contrario, la proliferación de alimentos ultraprocesados que fomentó el TLCAN ha impactado de manera significativa en la salud y en los hábitos de consumo de nutrientes de mexicanos, estadounidenses y canadienses, identificó la antropóloga médica y cultural Alyshia Gálvez, investigadora y autora del libro Comer con el TLC: Comercio, políticas alimentarias y la destrucción de México.

Sputnik conversó con la también profesora universitaria de estudios sobre América Latina en la Universidad de la Ciudad de Nueva York para comprender los daños en la alimentación que ha causado este tratado comercial a casi 30 años de que entró en vigor y ratificó muchos de sus criterios con su renegociación en el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).

Comidas procesadas: omnipresentes

El TLCAN permitió que los alimentos ultraprocesados se encuentren en prácticamente cualquier parte, acusa la investigadora Gálvez.

“En lugar de las comidas tradicionales, los alimentos tradicionales de la milpa, del maíz y frijoles, cocina ancestral, vemos realmente un boom de comidas ultraprocesadas y sabemos que estas comidas ultraprocesadas tiene un efecto dañino en el cuerpo cuando se consumen con frecuencia o en altas cantidades [por su alto contenido de azúcares y grasas, además de las técnicas que se usan para producirlos]”, asegura.

A decir de la experta, el TLCAN promovió el consumo de carne porque el ganado se alimenta del maíz procesado y modificado de origen estadounidense, que goza de bajos precios. Concretamente, agrega, la comida rápida permitió ventajas al capitalismo estadounidense porque sobreexplota la mano de obra, ofrece comida barata que facilita reducir salarios y absorbe excedentes agrícolas.

En México, señala, el TLCAN permitió a las empresas estadounidenses buscar mano de obra móvil y mal pagada del otro lado de su frontera sur, trabajadores vulnerados por el hecho de que Washington no autoriza la migración suficiente para responder a la demanda de trabajadores.

Mientras que en Estados Unidos se puede comprar fruta fresca todo el año, acusa la analista en su libro, sus alimentos preparados y empacados llegan a todas partes del mundo y desplazan otras formas de comer.

“Las empresas estadounidenses obtienen ganancias espectaculares en términos de expansión de sus mercados de exportación para comidas y bebidas procesadas, químicos y otras cosas. Los ciudadanos mexicanos pagan el precio absorbiendo excedentes y productos estadounidenses, y hasta los efectos secundarios de los pesticidas, herbicidas, químicos y disruptores endócrinos que se utilizan en la producción y el procesamiento de alimentos”, indica en sus conclusiones.

“El pueblo mexicano literalmente paga con sus vidas. Primero pagan como trabajadores, valorados según su capacidad de trabajo, con los riesgos de movilidad cargados sobre sus propias espaldas, con escenarios muy limitados para su empoderamiento y participación cívica, y cada vez más pagan con sus cuerpos, blancos para consumo cada vez mayor, hasta que los límites mismos del cuerpo humano han sido empujados hasta el extremo”, añade.

Además, las enfermedades derivadas de esta relación les son presentadas a las víctimas como si fueran su culpa, resultado de su incapacidad para consumir alimentos en proporciones correctas y con nutrientes adecuados.

El aumento de las enfermedades crónicas asociadas con la dieta en México no es una consecuencia imprevista ni un efecto secundario de los cambios económicos y políticos traídos por el TLCAN. Más bien es un resultado lógico de dar prioridad a la inversión extranjera directa, la agricultura industria, las teorías de las ventajas comparativas y un concepto determinado de desarrollo que no ve ningún rol para la agricultura en pequeña escala”, agrega la antropóloga.

“Las comidas y bebidas procesadas han inundado el mercado mexicano, haciéndose cada vez más baratas y más accesibles en todas las comunidades no sólo porque las empresas siempre están en busca de nuevos mercados, sino también porque se ha creado el espacio para que lo hagan, y la logística de la expansión de su mercado ha sido facilitada por políticas gubernamentales específicas”, enfatizó.

Las corporaciones influyen mucho en la democracia de EU

Un ciudadano estadounidense que acude a las urnas a votar tiene mucho menos capacidad de influencia entre los parlamentarios de su país que los cabilderos que presionan directamente a los integrantes del Capitolio para promover sus intereses y dictar de qué manera deben legislar en beneficio de las grandes multinacionales de la industria alimentaria y otros sectores, señala la antropóloga.

Supuestamente, apunta, el TLCAN fue negociado por los representantes populares de Ottawa, Washington y la Ciudad de México. “Pero si analizamos bien el proceso de negociación vemos que las corporaciones grandes, las industrias alimentarias y otras industrias tuvieron una voz demasiado alta, demasiado amplificada en estas negociaciones porque pudieron lograr muchos beneficios”, explica.

Los intereses económicos de estas firmas alcanzaron un estatus mucho más alto que el bienestar de las poblaciones interpeladas por el tratado comercial, reconoce la académica, además de sobreponerse a los intereses de pequeños productores y campesinos.

Esas industrias, indica, usualmente utilizan donaciones a partidos políticos para coaccionar a candidatos y representantes democráticos. “Es un problema del sistema electoral que tenemos y del sistema político, que tenemos una puerta abierta a las donaciones privadas corporativas”, agrega la especialista.

La continuidad empresarial con el T-MEC

El magnate y expresidente de Estados Unidos Donald Trump convirtió al TLCAN en uno de los principales blancos de sus críticas y sus promesas de campaña, bajo el argumento de que el acuerdo comercial afectaba a los trabajadores estadounidenses. Durante su Gobierno, impulsó la renegociación del acuerdo, de donde surgió el nuevo T-MEC.

La antropóloga Alyshia Gálvez identifica que ambos acuerdos trilaterales están orientados a otorgar oportunidades de grandes negocios a las corporaciones. “Ni el tratado de ahora ni el anterior tienen programas efectivos para promover al pequeño cultivador o al emprendedor de pequeña escala”, observa.

Por el contrario, el TLCAN puede traducirse en una creciente crisis sanitaria de enfermedades no transmisibles en México, además de un golpe cultural transnacional derivado de estrategias empresariales, acusa en el libro.

Esta situación, dice, ha generado una enorme estabilidad, exacerbado la pobreza y desplazado a millones de personas, donde los pobres sufren los peores impactos e incluso utilizan recursos de programas de combate a la pobreza para comprar alimentos y bebidas procesados.

“Acuerdos bilaterales de comercio que no fueron pensados para asegurar un campo de juego parejo y equitativo han producido un paisaje en el que los ciudadanos-consumidores están cada vez menos protegidos“, estima.

Sin embargo, asegura que la Administración del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ha enfatizado la necesidad de apuntalar la soberanía alimentaria de México mediante la reducción de la dependencia a los alimentos importados.

“Que haya menos producto industrial de Estados Unidos y más posibilidad de competencia y participación en el mercado no solamente mexicano, sino el mercado trinacional de los pequeños cultivadores y empresarios”, describe.

Sin renunciar a los tamales, el problema es económico

Gálvez señala que en su investigación no reconoció a ningún mexicano que haya debilitado su apego cultural y de gusto por los tamales, los tlacoyos, los sopes, las quesadillas de huitlacoche y otros platillos de la gastronomía mexicana, no sólo configurada durante siglos sino reconocida como un modelo cultural completo por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

La elaboración del alimento mexicano conjuga actividades agrarias, prácticas rituales, técnicas ancestrales, participaciones colectivas en torno a ingredientes históricos como el maíz, el frijol, el chile, el tomate, la calabaza, el cacao, el aguacate o la vainilla, reconoce el organismo.

“Sus conocimientos y técnicas son una expresión de la identidad culinaria y permiten fortalecer los vínculos sociales y consolidar el sentimiento de identidad a nivel nacional, regional y local”, apunta la Unesco.

Sin embargo, el problema del impacto del TLCAN en la alimentación de México, distingue la antropóloga, no es cultural, sino económico. “Todavía existe ese arraigo cultural a todo lo que es la forma de comer ancestral, sin embargo, los cambios económicos, políticos, sociales implican que es difícil mantener esa manera de vivir”, dice.

Procesos como la nixtamalización, centrales en el proceso civilizatorio de las culturas mesoamericanas, no llevan una hora ni poca mano de obra, señala Gálvez. Además, los mexicanos no pueden vivir con sus familias extendidas: se han visto obligados a la migración hacia el sueño americano.

Al menos el 10% de la población mexicana se desplazó luego de la implementación del TLCAN, indica la antropóloga, lo que ha separado a las familias rurales, que contaban con sus milpas para consumo propio. “Es difícil tener un medio, el tiempo, el conocimiento, etcétera, para poder cocinar de esa forma”, comenta.

Varios factores económicos han orillado a los mexicanos a tener menos tiempo de cocinar una comida caliente, por lo que sus opciones giran hacia las sopas instantáneas o los pastelillos ultraprocesados, denuncia la experta. “Son problemas sociales y políticos más que culturales, porque culturalmente yo creo que todavía existe ese sabor, ese gusto por la comida ancestral en México”, agregó.

El futuro está en el pasado: apoyar la cultura ancestral

Apoyar a los pequeños cultivadores y a las culturas ancestrales de México tiene una relevancia no sólo de conservación, sino que ante estas afectaciones alimentarias generadas por el TLCAN se convierte en un proyecto de salud y de desarrollo económico, considera Gálvez.

En el exterior abunda la promoción de la gastronomía mexicana como una oportunidad para las experiencias turísticas.

“Pero no se promueve el alimento ancestral como un bien en términos de la salud o en términos de la economía, del desarrollo”, apunta. De este modo, combatir la diabetes con yogures o refrescos light es mucho menos eficaz que promover la alimentación desde la milpa, que históricamente ha arrojado índices muy bajos de afectaciones en esta enfermedad ligada al consumo de azúcar, concluye.

Con información de Sputnik.

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