Leonard Cohen el perdedor hermoso

Por: Camilo Rodríguez 

I was born like this, I had no choice.

I was born with the gift of a golden voice,

and twenty-seven angels from the great beyond,

they tied me to this table right here in the tower of song.


Desde pequeño Leonard Cohen tenía alma de gitano. Sus ojos fascinados perseguían los paseantes de orígenes inciertos que transitaban en los años cuarenta por los suburbios de Montréal con guitarras, violines y acordeones al hombro. Le atraían especialmente los sombreros de plumas y la ropa extravagante de quienes resultaban ser músicos –así como sus acompañantes, en general mujeres alegres y hermosas. Estos extranjeros venían desde lejos, deambulaban por el mundo sin un domicilio fijo. La armonía del rasgueo, el tañido y el compás de sus melodías lograban un conjuro hipnótico que reunía a la gente a su alrededor en una atmósfera casi religiosa. Conciliar esa imagen con la del convivio judío sería uno de los grandes afanes del poeta canadiense.

La poesía tuvo dos irrupciones importantes en su vida temprana. Su padre falleció cuando tenía nueve años, evento que lo abocó a la escritura; a través de las letras trazaría un camino por los meandros del dolor, la frustración, y buscaría una redención mística en un lugar elevado donde confluyen lo bello y lo divino. En su emblemática Story of Isaac reescribe el suceso, el de la muerte como desgarramiento entre padre e hijo, pero lo reviste con un resplandor alegórico que rebasa la alusión bíblica y alcanza la proclama antibelicista:

Ustedes que ahora construyen altares

Para sacrificar a estos niños

No deben hacerlo más

Un complot no es una visión

Ustedes nunca han sido incitados

Por un demonio o por un dios[1]1

En 1949, a sus quince años, ocurrió la segunda irrupción. Descubrió el mágico universo flamenco y surreal de Federico García Lorca mientras hojeaba poemarios en una tienda de libros usados. La estética de signo negro, la soledad luctuosa y el duende lo acogieron entre sus adeptos, tocados por una epifanía con un dejo de malditismo:

dejen que le diga a los jóvenes:
no soy sabio, rabino, roshi, gurú
soy un Mal Ejemplo.
a las personas con experiencia
que han caracterizado el trabajo de mi vida
como algo barato, superficial, pretencioso, insignificante:
no saben la Razón que tienen
entre las putas
hay algunas
que preferimos hacer bien el amor
y entre (aquéllas) éstas
algunas
lo hacen gratis
Yo soy una puta
y un yonqui.
si alguna de mis canciones
te hizo más fácil
algún momento,
por favor, recuerda esto.
 (…)2


¿Quién no ha imaginado siquiera una vez que su vida conforma un único y mismo relato? Para Cohen los escritores solo tienen una historia que contar y lo van haciendo a través de sus múltiples obras –difícil no coincidir si pensamos en aquellos que abusan de sus obsesiones y las repiten de manera insulsa una y otra vez. Lo crucial entonces es encontrar el equilibrio entre originalidad y congruencia. “Todos mis libros, son el mismo libro, todas mis canciones son el mismo poema”3, habría de repetir en las entrevistas.  Desde esa perspectiva cada individuo escribe un largo cuento a lo largo de su existencia: suman por igual los fracasos, las falsas esperanzas y los momentos de júbilo y abandono. De esto es posible aventurar dos pensamientos: conocer a alguien en una de sus etapas equivale de cierta forma a conocerlo del todo; leer o escuchar una pieza de la obra de un artista es de alguna manera tener una intuición sobre la obra completa.

Quien conoce los libros y las canciones de Cohen sabe que no miente. Sin atender a los afanes de la moda, su voz madura desafía las urgencias periodísticas y trata de hallar un balance entre sabiduría y sensibilidad. Tal vez esa intención de universalidad explica por qué hay más de 1500 versiones de sus canciones en distintos géneros musicales. En sus versos no solo se repiten los leitmotiv (la contradicción como atributo esencial de lo humano, el paraíso perdido de la infancia, el éxtasis y la tortura del deseo carnal, la aspiración mística, la redención y tantos otros), se siente algo que rebasa el paso del tiempo, algo que permanece y se instaura en el cúmulo de las certezas sobre lo humano. Belleza es verdad, y verdad es belleza, dijo Keats. Sin embargo, Cohen siempre se mostraba en la intersección, los milagros de su poesía ocurrían en la ironía, en la contradicción, en el cisne de cuello torcido:

no podía pagar la hipoteca
y le rompí el corazón a mi chica
no podía pagar la hipoteca
y le rompí el corazón a mi chica
nunca di problemas a nadie
pero no es tarde para empezar (…)


Cohen, que significa sacerdote en hebreo, era menos un apellido que un designio para el músico. Hasta el final de sus días habría de reunir gente entorno a su palabra y en una atmósfera de belleza e intimidad. Su abuelo paterno, Rabbi Solomon Klinitsky-Klein, le leía el libro del profeta Isaías. Para el joven Leonard era como oír a un rebbe, o sea un rabino esencial en una comunidad religiosa viva que también había “alcanzado ese punto oculto que toca a la divinidad”.

De manera análoga el poeta tuvo el privilegio de contar con Ann, su niñera irlandesa, que lo sensibilizó a la pietas católica mientras conversaban sobre los límites de la fe, la salvación eterna o cuando visitaban la iglesia. Probablemente ahí se encendió el pensamiento recurrente –heredado del optimismo matemático de Pascal– de la existencia divina: a los seres humanos nos conviene que haya un Dios porque de este supuesto se desprende el de la salvación eterna. Esos encuentros fungieron como canciones de cuna que desde su infancia avivaron la idea mesiánica y cultivaron el sincretismo: su espiritualidad fluctuó entre judaísmo y catolicismo, agnosticismo y budismo, robustas ramas en el árbol híbrido de su arte.


Un rasgueo hipnótico y celestial que embruja las almas y exorciza las penas define la música de Leonard Cohen, una gravedad que oscila entre el klezmer, la balada, el flamenco, y el pop-folk. El poeta era consciente de la simplicidad de su arpegio; según una famosa historia4se basa en los seis acordes que le enseñó un vagabundo guitarrista español que pasaba por Montreal y se suicidó antes de darle la última lección. Como Georges Brassens, el cantante anarquista que hacía bailar las palabras o Paco Ibañez, el trovador que las hacía protestar al galope, las tonadas de estos juglares modernos son sencillas porque la inocencia de su melodía constituye un escenario idóneo para resaltar las palabras y hacerlas resplandecer.

Aunque están atentas a los espíritus elevados para susurrarles fabulosas visiones y perspicacias sutiles, las canciones de Leonard Cohen no le exigen al melómano un oído fino; también se dejan escuchar de modo superficial, se abren en su amable facilidad como una constelación que en medio de la noche no exige astrolabios para apreciar su hermosura.


Cohen estudió literatura inglesa en la Universidad McGill de Montreal. Su admiración por la lírica de esa lengua también determinó su literatura. No es casual si esos heptasílabos que susurran la subversión  del imaginario judeo-cristiano recuerdan al místico William Blake, en particular Los cantos de inocencia y experiencia. Hay en ambos bardos un tono sentencioso de tema ético, canciones sobre niños perdidos, ángeles complacientes o pecados humanos anclados en el deseo, la rudeza de devenir adulto, la ambigua simbología de la infancia, fuente de bondad y maldad en su estado más puro y en especial las analogías entre la conducta humana y el bestiario animal –donde prevalece la imagen del cordero, fuente y redención del pecado humano por su candor servil. La canción de Cohen El carnicero semeja una deformación sistemática del poema El cordero, de Blake:

Me encontré con un carnicero

Estaba matando un cordero

Lo acusé allí

Con su cordero torturado

Me dijo: “Escúchame, niño”

“Soy lo que soy”

“Y tú, eres mi único hijo 5(…)

Del gusto por la herejía y el carácter iconoclasta de Cohen se desprende su alejamiento definitivo del mundo académico. Las instancias cerradas, el esnobismo diletante le provocaban un repudio casi animal. Además sus primeros libros, dos poemarios llamados Déjanos comparar mitologías (1957) y La caja de especias de la tierra (1961) no habían ido más allá de una esfera estudiantil e intelectual. La música popular le ofrecía sin duda un horizonte más radiante, si bien su lírica y ciertos pasajes de su prosa siguieron provocando la impresión de que detrás de esa plegaria poética late una letanía desgarrada que brota de las cuerdas de su guitarra. En un texto titulado Cómo hablar poesía [how to speak poetry] desaconsejaba los ripios literarios con su peculiar estilo: “Evita las florituras. No temas ser débil. No te avergüences de estar cansado. Tienes buen aspecto cuando estás cansado. Parece como si pudieras seguir y seguir sin parar”.

Así pues, es claro que analizar la poesía de Cohen en la mesa de disección del formalismo es condenarse a perseguir una efigie esculpida con polvo. Yo escribo el poema, tú escribes el comentario, habría de responder con orgullo a un exasperado periodista que le pedía explicaciones en 1990. Cualquier indicio de academicismo le suscitaba tanta desconfianza como enojo: la poesía no le pertenece a la academia, la poesía tiene su estado bruto como el polen de las abejas; se encuentra en todas partes y en todo lo que resuena con un sentido particular.


Suzanne es una anfitriona delicada y hermosa que adquirió una condición casi divina. La preceden sus rasgos virginales y sus minuciosos cuidados que se adaptan a cada huésped con un tacto tan sensible que su jugueteo alcanza una conexión metafísica. De la composición de esta canción iniciática que data de 1966 pero tardaría veinte años en salir al público hay varias versiones, incluyendo la del propio Cohen. Lo cierto es que empezó a escribirla a partir del encuentro y la creciente admiración platónica hacia Suzanne Verdal en el Montreal de los años sesenta.

En vista de que la canción no terminaba de tomar una forma –de hecho apareció primero como un poema llamado Suzanne takes you down– Cohen pidió la ayuda de un arreglista que después de trabajar la partitura y bajo una argucia judicial logró apropiarse de ella. Su batalla legal duró hasta 1984, cuando el arreglista le propuso una cita en un hotel en Nueva York para revenderle los derechos. Cuando le preguntó cuánto estaba dispuesto a pagar, Cohen fue tan lacónico como en su literatura: “un dólar”, sentenció.


Aunque era un practicante confeso, al poeta le interesaba menos la religión que la mística. El poder trascendental de la revelación, el contacto entre sujeto y divinidad, la necesidad de una atmósfera de recogimiento durante el acto creativo; todas las aristas del misticismo sacramental confluían en una idea; la obra artística es una oración a Dios, una plegaria de agradecimiento. De hecho, un mantra lo acompañaba durante sus momentos de escritura. Al pronunciarlo, confiesa que “ya no piensas en palabras como lo que tu voz está haciendo. Es casi como si la respiración se volviera más importante”6. Cualquiera que haya gozado con su música sabe que el silencio es más que una pausa, juega un rol protagónico.

Dicen que para oír hay que callar. El estado de atención serena es mudo por excelencia. Y Leonard Cohen depende de esta conexión ceremonial con la inmensa nada desde antes de su inmersión en el Zen. Solo a través del mutismo es posible alcanzar el “gran silencio” bajo el cual se oyen los dictados de la voz divina. Porque el poeta es un “médium”, un instrumento de la música o un puente de “la energía”, como solía pregonar. Y finalmente ese deseo (longing) esconde una añoranza de regresar (teshuva en hebreo) a aquello que está al principio de todas las cosas, a un punto que los místicos judíos llaman Sof, la luz que está más allá de la primera emanación divina (keter) en el árbol de la vida (el sefirot). En el fondo, esa aventura a través del silencio es una lucha por alcanzar el Otro, la alteridad inexpresable. El movimiento de lâcher-prise –en francés “soltar lo tomado”–, idea central de la meditación–, que significa “dejarse ir” y alude a una toma de consciencia que justamente permite salir del Ego, de la identidad, y dejarse inspirar o habitar por lo divino para el ejercicio poético.

En la canción If It be your will está la quintesencia de su quehacer literario, es una suerte de ars poética:

Si es tu voluntad

Que no hable más

Y mi voz siga siendo

Como fue antes;

No hablaré más

Tendré que soportar hasta

Estoy hablando por ello,

Si es tu voluntad.7


Por más sorprendente que parezca, Leonard Cohen no es un músico venerado por unanimidad en Quebec. Una incipiente oligarquía católica lo desprecia no solo por sus raíces judías sino por su –aparentemente– “mala” pronunciación del francés. De igual manera se le aprecia con distancia entre la ortodoxia judía, pues su “vida licenciosa” y sus líricas profanas no son ejemplo a seguir entre los Hassidim. A quienes criticaban su práctica judáica, Cohen dedicaría un poema:

Cualquiera que diga

Que no soy judío

No es judío

Lo siento mucho

Pero esta decisión

Es definitiva 8

En 1990 el periodista español Diego Manrique trató de rendirle un homenaje en vida pero los funcionarios del gobierno no estuvieron de acuerdo. Por fortuna para su legado, más de la mitad del país tiene una opinión opuesta –incluyendo al primer ministro Justin Trudeau se confiesa uno de sus seguidores más acérrimos.


Es bien sabido que Cohen reescribió en clave metafórica ciertos episodios de la historia del judaísmo en sus canciones: el pasear de un Jesucristo roto por el mar en Suzanne, el sacrificio de Jacob en Story of Jacob, la conjura de alabanza en Hallelujah, la silueta de María en las mujeres que retratan canciones como So Long Marianne o My gipsy wife. ¿Pero qué dijo el conflicto de Israel y Palestina? A lo largo de su vida trató de mantener una buena relación tanto con ambas naciones, intento que no terminó de rendir sus frutos pese a sus esfuerzos. En 1973, durante la guerra de Kippour, cantó frente a las tropas de Israel. Aunque su proclama era pacífica, tras su muerte el ex ministro Netanyahu aprovechó para recordar el suceso como una muestra de apoyo político.

Asimismo, en 2009 estuvo en el ojo mediático pues unos manifestantes pro palestina trataron de convencerlo de que anulara su concierto cerca de Tel Aviv. Cohen se propuso más bien dar un concierto en Ramallah, en territorio ocupado, y aunque en principio iba a ocurrir los encargados en Palestina lo anularon pocos días antes. Sin embargo, sería injusto olvidar su poema Preguntas para Shomrim9 (1970), en el cual lanza una airada serie de serios cuestionamientos al guerrerismo israelí:

Y mi gente construirá un nuevo Dachau

Y lo llama amor

Seguridad

Cultura judía

Para niños de ojos negros

Quemándose en las estrellas (…)


Es famosa la historia de Leonard Cohen en el monasterio budista. Entró en 1994, vivió cinco años, después de una aguda crisis depresiva en parte vinculada a la morbidez y vanidad que le provocaban la celebridad y su entorno. Profesó el silencio, la contemplación activa de los ojos mudos y el dogma de la santa indiferencia. Fue ordenado monje en 1996 y recibió el nombre de Jikan, que significa “el silencioso”. Sin embargo nunca idealizó la figura humana ni el corto alcance de la buena fe. Abandonó el lugar en 1999 pero nunca dejó la meditación ni la práctica Zen, que sostuvo durante más de cuarenta años. Poco se sabe con certeza de su última entrevista con el monje japonés Joshua Roshi, su amigo cercano y maestro directo, recién acusado de acoso sexual. Resulta curioso imaginar que le recitó Mis mentores un poema premonitorio de su libro Flores para Hitler (1964):

Mi rabino tiene un buda de plata

mi sacerdote tiene un talismán de jade.

Mi doctor ve un presagio maravilloso

en nuestro prolongado verano indio.

Mi rabino, mi sacerdote robó sus baratijas

de los estantes del lugar santísimo.

Las baratijas no se pueden comer.

Se preguntan qué hacer con ellos.

Mi doctor es feliz como un cerdo

aunque se muere de exposición.

Ha terminado su gran libro

sobre el falo como símbolo fálico.

Mi maestro zen es un gran tonto.

Lo pillé ayer adorándome

así que lo hice pararse en un rincón sucio

con mi rabino, mi sacerdote y mi médico 10

En incontables ocasiones Cohen confesó lo contrario que era su vida del paradigma social del ser humano: un hombre triste, solitario y depresivo –nunca escondió su condición en una época en que revelar esas vulnerabilidades ante la audiencia no era una buena idea mercantil– que usaba sus fallos como medallas –usualmente se jactaba de sus fracasos con Nico y Janis Joplin–, esencialmente un perdedor hermoso (como habría de titular su mejor novela) que se refugiaba en los versos, los salmos y las canciones como un bálsamo de antemano inútil ante las dolencias del vivir: “He probado el Prozac, el amor; las drogas, la meditación zen, el monasterio; he probado a dejar todas esas cosas, y vivir sobrio, pero todo es inútil”.


  1. You who build the altars now/To sacrifice these children/You must not do it anymore/A scheme is not a vision/You never have been tempted/ By a demon or a god. (Story of Isaac)
  2.  Este, como el resto de poemas traducidos del español por xx, se encuentran en la nota periodística sobre La llama, el último libro de poemas que Cohen dejó: https://elpais.com/cultura/2018/11/02/babelia/1541162213_480273.html
  3. “All my books, all my song are really the same poem”, tomado del análisis de los símbolos judíos en la poesía de Cohen realizado por Alexandra Pleshoyano en La poésie lyrique de Leonard Cohen: lieu d’un déploiement de la mystique juive, revista Les lieux de la spiritualité aujourd’hui, volumen 18, número 2, 2010.
  4. La relata con incomparable maestría en la ceremonia de recepción del príncipe de Asturias: https://www.youtube.com/watch?v=Dvz_ETXFnic&ab_channel=GuitarDocs
  5. I came upon a butcher/ He was slaughtering a lamb /I accused him there/ With his tortured lamb /He said, “Listen to me, child” /”I am what I am”/”And you, you are my only son” (The butcher).
  6. « […] you’re not thinking about the words anymore, as much as what your voice is doing. It’s almost the breathing that becomes more important to me ». Entrevista de radio en la BBC: The Fourth, the Fifth, the Minor Fall », Dakota, 2008.
  7. If it be your will/ that I speak no more,/ and my voice be still/ as it was before ;/ I will speak no more,/ I shall abide until/ I am spoken for,/ if it be your will./
  8. Anyone who says/ I’m not a Jew/ is not a Jew/ I’m very sorry/ but this decision/ is final (…)./
  9. And will my people build a new Dachau/ And call it love,/ Security,/ Jewish culture/ For dark-eyed children/ Burning in the stars/ Will all our songs screech/ Like the maddened eagles of the night/ Until Yiddish, Arabic, Hebrew, and Vietnamese/ Are a thin thread of blood clawing up the side of/ Unspeaking steel chambers/ I know you, Chaverim/ The lost young summer nights of our childhood/ We spent on street corners looking for life/ In our scanty drops of Marx and Borochov./ You taught me the Italian Symphony/
  10. My rabbi has a silver buddha,/ my priest has a jade talisman./ My doctor sees a marvellous omen/ in our prolonged Indian summer./ My rabbi, my priest stole their trinkets/ from shelves in the holy of holies./ The trinkets cannot be eaten./ They wonder what to do with them./ My doctor is happy as a pig/ although he is dying of exposure./ He has finished his big book/ on the phallus as a phallic symbol./ My zen master is a grand old fool./ I caught him worshipping me yesterday,/ so I made him stand in a foul corner/ with my rabbi, my priest, and my doctor.

AUTOR

Camilo Rodríguez Lector. Escritor. Traductor de literatura francófona. Twitter: @Cajme

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Sitio para nativos y migrantes digitales basado en la publicación de noticias de Tijuana y Baja California, etnografías fronterizas, crónicas urbanas, reportajes de investigación, además de tocar tópicos referentes a la tecnología, ciencia, salud y la caótica -y no menos surrealista- agenda nacional.

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