La nueva fase de la guerra de Putin en Ucrania es brutal

La guerra en Ucrania ha entrado en una nueva fase, más mortífera y decisiva, y el hombre que puede detenerla, Vladimir Putin, no ha dado muestras de que vaya a hacerlo.


Por: Cómite Editorial de The New York Times

Después de 11 meses en los que Ucrania ha obtenido repetidas victorias decisivas contra las fuerzas rusas, ha recuperado parte de sus territorios y ciudades y ha resistido ataques letales contra su infraestructura, la guerra se encuentra en un punto muerto.

Aun así, los combates continúan, incluida una encarnizada batalla en la ciudad de Bajmut, en la región oriental de Donetsk. Los cruentos ataques con misiles rusos aparentemente indiscriminados contra objetivos civiles se han convertido en una catástrofe habitual: el 14 de enero, un misil ruso alcanzó un edificio de apartamentos en Dnipró, en el centro de Ucrania. Hubo al menos 40 muertos, entre ellos niños pequeños, una mujer embarazada y una bailarina de 15 años.

Se dice que en estos momentos ambas partes se están preparando para lanzar una nueva y feroz ronda de ofensivas para el final del invierno o primavera. Rusia ha movilizado a 300.000 nuevos soldados para entrar en combate, y algunas fábricas de armas están trabajando día y noche. Al mismo tiempo, los proveedores de armas occidentales de Ucrania están reforzando el arsenal de Kiev con sistemas de blindaje y defensa antiaérea que hasta hace poco eran reacios a desplegar contra Rusia, por temor a que este conflicto derivara en una guerra total entre el este y occidente.

En los últimos dos meses, Estados Unidos ha prometido miles de millones en armas y equipos nuevos, incluido un paquete de alrededor de 2500 millones de dólares anunciado la semana pasada que, por primera vez, incluye vehículos de combate blindados Stryker. Entre las demás armas estadounidenses que van de camino a Ucrania se encuentran el Patriot, el sistema de defensa antiaérea terrestre estadounidense más avanzado; vehículos de combate Bradley; vehículos blindados de transporte de tropas; y sistemas de artillería. Los aliados de la OTAN han añadido más armas a la mezcla, entre ellos, el primer tanque pesado prometido a Ucrania, el Challenger 2 del Reino Unido. Alemania, históricamente renuente al uso de sus tanques contra Rusia, está sometida a una fuerte presión para permitir a sus aliados la exportación a Ucrania de su tanque Leopard, de primera categoría.

Alemania no tomó ninguna decisión en una reunión con los aliados de Ucrania celebrada el pasado viernes, donde los distintos países reiteraron su apoyo al envío a Ucrania de armamento más avanzado. El secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, que presidió la reunión, señaló que este no es un momento para “reducir la marcha”, sino para “ahondar más”.

Eso significa que los extensos campos de Ucrania, cubiertos de lodo, volverán a ser pronto testigos de una guerra de tanques y trincheras a gran escala, y esta vez serán las armas occidentales las que se enfrenten a una Rusia desesperada. Se suponía que esto no debía volver a pasar en Europa después de la última guerra mundial.

Ucrania y quienes la apoyan esperan que las armas occidentales sean decisivas, y que le den a Ucrania una mejor oportunidad de neutralizar una ofensiva de los rusos y hacerlos retroceder. Hasta dónde retrocedan ya es otra cuestión. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, habla de expulsar completamente a Rusia del país, incluidos los territorios de Crimea que los rusos se apoderaron en 2014 y el este de Ucrania. Estados Unidos y sus aliados quizá prefieran un resultado menos ambicioso, aunque se dice que los funcionarios estadounidenses lo están considerando como una posibilidad. Pero mientras Putin no se muestre dispuesto a dialogar, la cuestión es solo materia de debate. De lo que se trata ahora es de convencer a Rusia de que la única opción es una paz negociada.

Por eso la lucha que se avecina es crítica. Pero mientras Putin se hunde cada vez más en la búsqueda de sus delirios, también es crucial que la población rusa sea consciente de lo que se está haciendo en su nombre, y de cómo está destruyendo su propio futuro.

¿Cuánto de esto saben o cuestionan los rusos? Es difícil saber con certeza qué piensan o dicen en privado los rusos, dado lo peligroso que se ha vuelto criticar abiertamente la “operación militar limitada”. Los medios independientes han sido reprimidos, miles de manifestantes han sido detenidos y muchos corresponsales extranjeros, incluidos los del Times, se vieron obligados a salir cuando impugnar el relato oficial sobre la guerra se volvió ilegal.

Aun así, como mínimo, muchos rusos deberían estar preguntándose cuándo y cómo acabará esta guerra. Y por eso este editorial se dirige en parte a la población rusa: es en su nombre que su presidente está librando esta guerra terrible y fútil; son sus hijos, padres y maridos los que están muriendo, sufriendo mutilaciones o siendo insensibilizados para cometer atrocidades; son sus vidas las que se están hipotecando para las próximas generaciones en un Estado del que se desconfía y que despierta aversión en muchas partes del mundo.

La maquinaria propagandística del Kremlin ha estado trabajando a tiempo completo para producir incesantes relatos falsos sobre una heroica lucha rusa contra las fuerzas del fascismo y la degeneración, donde las armas occidentales no son sino una prueba más de que la de Ucrania es una guerra subsidiaria librada por Occidente para despojar a Rusia de su destino y su grandeza. Putin ha urdido una elaborada mitología en la que Ucrania es parte indeleble de un “Russkiy mir”, de un mundo ruso.

Aislado de cualquiera que se hubiera atrevido a decir la verdad al poder, Putin ordenó una invasión de Ucrania el año pasado, convencido de que los ucranianos se desharían rápidamente de su gobierno “fascista”. El comienzo de la guerra dejó estupefactos a los rusos, pero Putin parecía convencido de que un Occidente consumido por la decadencia y el declive se quejaría, pero no haría nada al respecto. Al parecer, ni él ni sus comandantes estaban preparados para la extraordinaria resistencia que se encontraron en Ucrania, o para la velocidad con que Estados Unidos y sus aliados, horrorizados por la flagrante violación del orden de posguerra, se unieran en la defensa de Ucrania.

La respuesta de Putin ha sido arrojar cada vez más vidas, recursos y crueldad contra Ucrania. Y, con el deplorable apoyo del patriarca Cirilo, jefe de la Iglesia ortodoxa rusa, el presidente ha elevado lo que insiste en llamar “operación militar limitada” a la categoría de lucha existencial entre una Gran Rusia ungida y un corrupto y degenerado Occidente.

Sin embargo, los rusos son conscientes de que, en general, Ucrania no era percibida como enemiga, y mucho menos como enemiga mortal, hasta que Putin se apoderó de Crimea y provocó un conflicto secesionista en el este de Ucrania en 2014. Hasta entonces, los rusos y los ucranianos viajaban libremente a través de su larga frontera, y muchos de ellos tenían familia, conocidos o amigos al otro lado.

Y después de toda la pobreza, la represión y el aislamiento durante el régimen soviético, los rusos deben recordar que, hasta que Putin intentó modificar por la fuerza las fronteras de Ucrania en 2014, estaban disfrutando por fin de lo que en otros países industrializados llevaba mucho tiempo considerando normal: la oportunidad de ganar un salario digno, de comprar productos de consumo y disfrutar de las libertades, muchísimo más amplias, de viajar al extranjero y expresar sus opiniones.

El Occidente que visitaban no era la caricatura depravada que Putin o el patriarca Cirilo les presentaban. Y su Rusia no era precisamente un modelo puro y espiritual, con el alcoholismo, la corrupción, el abuso de drogas, la homofobia y otros pecados que tan familiares les resultan a todos los rusos.

Al final, la cuestión es si cualquiera de las interpretaciones históricas de Putin sirve realmente para justificar la muerte y la destrucción que él ha ordenado. Los rusos conocen los horrores de una guerra total; deben saber que nada de lo que se inventó Putin valida siquiera remotamente el arrasamiento de pueblos y ciudades, el asesinato, la violación y el saqueo, o los ataques deliberados contra los suministros de electricidad y agua en toda Ucrania. Como la última gran guerra europea, esta se debe sobre todo a la locura de un solo hombre.

Si Ucrania no era un enemigo antes, Putin se ha asegurado de que lo sea ahora. Combatir a un invasor es uno de los métodos más potentes para fraguar una identidad nacional, y, para Ucrania, Rusia como su enemigo y Occidente como su futuro se han convertido en elementos indelebles. Y si antes, en efecto, Occidente estaba dividido e indeciso respecto a cómo tratar a Rusia o Ucrania, la invasión de Moscú ha unificado a Estados Unidos y a gran parte de Europa al relegar a Rusia como amenaza y marginarla, y ensalzar a una heroica Ucrania como amiga y aliada.

Putin, quien afirmaba estar defendiendo la grandeza rusa, ha convertido Rusia en un Estado paria en muchas partes del mundo. Dice que Rusia tiene todo lo que necesita para soportar el costo de la guerra y las sanciones. Sin embargo, según un informe del centro de pensamiento Carnegie Endowment for International Peace, Rusia se enfrenta a décadas de estancamiento y regresión económica, aunque la guerra termine pronto. Es probable que la producción industrial, e incluso la militar, siga cayendo debido a su dependencia de los productos de alta tecnología de Occidente que ya no puede obtener. Muchas empresas occidentales se han marchado, el comercio con Occidente ha disminuido y la financiación de la guerra está agotando el presupuesto. Numerosas compañías aéreas extranjeras han dejado de volar a Rusia. Si a ello se le añaden los millones de rusos talentosos que han huido, el futuro resulta sombrío.

El verdadero alcance de las bajas rusas también se le está ocultando a su población. El general Mark A. Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, dijo en noviembre que las bajas de Moscú “superan con creces los 100.000 soldados rusos muertos y heridos”. Alrededor de 300.000 hombres han sido obligados a servir de carne de cañón en el ejército, y podrían seguirles muchos más.

Es posible que Putin acabe buscando una solución negociada, aunque esa posibilidad es cada vez más remota en la medida en que los ucranianos sufren cada vez más destrucción y más pérdidas, y se enroca en su determinación de no retroceder ni un centímetro de su país. Por ahora, Putin parece seguir creyéndose capaz de hacer a Ucrania arrodillarse y de dictar su destino, sin reparar en los costos.

En sus apariciones públicas, Putin sigue cultivando la imagen de un hombre fuerte y seguro de sí mismo. Cuando hay fracasos, es culpa de los subordinados, que no obedecen su voluntad. Esa escena se repitió el 11 de enero, cuando, en su primer consejo de ministros televisado del nuevo año, confrontó a Denis Manturov, su vice primer ministro, a propósito de las cifras de producción de aviones: Putin insistió en que eran erróneas y Manturov las defendió. Putin acabó estallando: “Pero ¿qué pasa, en realidad, que te estás haciendo el tonto?”. “Yest’”, dijo al final Manturov, el equivalente ruso de “Sí, señor”.

Los rusos ya habían visto este acto antes en el Kremlin. Quizá harían bien en sopesar si, en esta versión, Putin es el zar omnisciente y Manturov el funcionario inepto —la lección que se pretende enseñar—, o si Putin, con su vanidad, sus delirios y su rencor, los está tomando por tontos.

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