El juicio de Gwyneth Paltrow evidencia un problema de EU

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En la segunda deliberación judicial con más repercusión de la semana pasada, el jurado determinó el jueves que Gwyneth Paltrow no era responsable de los daños causados en un accidente de esquí que tuvieron ella y un optometrista jubilado, Terry Sanderson, quien sufrió una lesión cerebral traumática, según alegó. A Sanderson se le denegaron los 300.000 dólares que pedía, y a Paltrow, cuyo patrimonio neto supera los 200 millones de dólares, se le concedió la cantidad que solicitó en su contrademanda: 1 dólar.


A diferencia de muchos otros espectáculos judiciales, como el juicio penal contra Alex Murdaugh que acabó hace unas semanas, en la causa civil de Paltrow y Sanderson ninguna de las partes sufrió daños que alteraran su vida a causa de los sucesos en cuestión, salvo si se tienen en cuenta la queja de Sanderson de que el accidente ha mermado su capacidad para catar correctamente el vino o el lamento de Paltrow por haber perdido medio día de esquí.

Como trabajadora que más bien nunca tiene medio día para esquiar y no sabe catar el vino correctamente, ni aun con todas mis facultades cerebrales intactas, me cuesta reunir mucha simpatía por cualquiera de los dos. Como contribuyente cuyo dinero sostiene y paga la maquinaria de nuestro sistema judicial, me irrita que se haya celebrado este juicio, y que hasta el jueves dominara, al parecer, todos los medios noticiosos más importantes.

Cuando una persona rica y famosa acaba ante las cámaras de un tribunal, es un recordatorio de que en Estados Unidos tenemos un sistema judicial de dos niveles, que favorece en una enorme medida a los ricos y castiga desproporcionadamente a los pobres y las personas de color. Este caso también nos ha recordado que el sistema judicial se explota fácilmente de otras formas, algunas de las cuales son un despilfarro y una ridiculez. ¿Por qué se nos obliga a meditar sobre si Paltrow es amiga o no de Taylor Swift?

Paltrow encarna alegremente la caricatura de sí misma que se ha esbozado repetidas veces en la cultura pop: ajena e impermeable a las mundanidades de la vida con que se topa la mayoría de la gente, del tipo que se pueden evitar con dinero y personal. Muchos acusados ricos llegan a los tribunales con un atuendo y una conducta diseñados para que sea más fácil empatizar con ellos. Paltrow llegó con unas prendas que cuestan más que las mensualidades de mi hipoteca, con una libreta Smythson cuyo precio de venta es 325 dólares. Esto, también, es parte de su marca, que asegura a las clientas que la mayoría de las indignidades corporales se pueden remediar con un surtido de productos disponibles en goop.com. Esta mezcla de riqueza obscena y afinidad por las rutinas de un estilo de vida barroco le dan a Paltrow cierto aire de María Antonieta, si María Antonieta creyera que los hambrientos deberían optar por el caldo de huesos.

Sanderson resultó solo ligeramente más cercano. Las lesiones que dice haber sufrido, que según él afectaron a sus funciones cognitivas, “lo convirtieron en un ‘recluso’ por imposición propia”, y que en general ha constituido una ruina para su vida por valor de 3,1 millones de dólares, que es lo que pedía al principio (más tarde lo redujo a 300.000 dólares). Sin embargo, al parecer esas lesiones no le impidieron tomarse unas vacaciones después, hacer senderismo, montar en camello y disfrutar del tiempo con los amigos. No ayudó a su caso que despotricara en el estrado contra los famosos que trafican con niños en islas, una teoría de la conspiración infligida por QAnon. Ese absurdo solo lo eclipsó su afirmación original, la de que Paltrow esquiaba “sin control” en las pistas para principiantes y que se abalanzó con malignidad sobre él, como si Paltrow fuese una asesina vestida de Fendi que liquida a la gente con unos Rossignol armados y un aire general de superioridad.

Sería perdonable que pensaras que Gwyneth Paltrow casi ha dado con la horma de su zapato con este optometrista que parece arrogarse ciertos privilegios. Pero, observado desde otras alturas, toda esta ostentación y mezquindad resultan especialmente insoportables. Ir a juicio es caro, y los intentos de personas como Paltrow y Sanderson de reclamar justicia están en parte subvencionados por los contribuyentes; en su mayor parte, en este caso, los habitantes de Utah, que no son responsables de los turistas que esquían mal. En 2020, los costos por agravios civiles —el costo de los casos civiles en los que una parte incurre en responsabilidad legal por causar un perjuicio a otra— en Estados Unidos rondaron los 3.261 dólares por hogar, y parte de esa cantidad la sufragamos los que no podríamos permitirnos arrastrar a un famoso a los tribunales por habernos chocado esquiando.

Para ser justos, hay muchos casos civiles que merecen ir a juicio, y el costo de hacerlo da lugar a veces a acuerdos injustos, lo que en realidad es otro ejemplo de los dos niveles del sistema judicial. Cuando ir a juicio es tan prohibitivo para un demandante, y eso produce un resultado insuficiente, es una injusticia. Paltrow podría haber llegado a un acuerdo, y no lo hizo porque pudo permitirse llevar el caso a juicio y quería demostrar su inocencia, tal vez para evitar el futuro chantaje de alguien que quiera sacarle dinero.

Merecemos un sistema judicial que proteja a las personas que han sufrido verdaderos perjuicios por la negligencia de personas e instituciones poderosas, y que proteja a las que son vulnerables de posibles daños. En 2018, Goop, propiedad de Paltrow, accedió a pagar 145.000 dólares en sanciones civiles por afirmar sin pruebas que los huevos vaginales Yoni —piedras con forma de huevo de jade y cuarzo— que la empresa estaba vendiendo tenían beneficios para la salud. No hubo constancia de que los huevos hicieran ningún daño a nadie —no al menos por utilizarlos de la forma prevista, que no incluye lanzarlos a gran velocidad—, pero el posible perjuicio por hacer promesas engañosas a los consumidores hizo que fuese importante obligar a la empresa a retirar esas afirmaciones. La sentencia contra Goop por sostener “afirmaciones infundadas” podría demostrar que los famosos no tienen inmunidad ante la justicia.

Si Sanderson sufrió un daño, sus abogados no lograron convencer al jurado. Las únicas personas que merecen simpatía en este caso son los miembros del jurado, que tuvieron que ausentarse del trabajo y organizar el cuidado de sus hijos para prestar un servicio con una escasa compensación, y pasarse horas escuchando el testimonio sobre la física del esquí en estaciones de lujo y sobre por qué Sanderson ya no sabe distinguir entre un Chevalier-Montrachet Grand Cru de 2005 y un Bonnes-Mares de 2009.

Tras anunciarse el veredicto, Paltrow se levantó para marcharse y, de camino a la salida, se inclinó hacia Sanderson. “Le deseo que le vaya bien”, dijo. Ojalá los demás pudiéramos decir lo mismo sobre cualquiera de ellos.


Elizabeth Spiers, colaboradora de Opinión, es periodista y estratega de medios digitales.

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