¿Cuántos huesos te dejarías romper por seis MDD? La familia que se hería para estafar a su seguro

William Mize y su clan pasaron años falseando accidentes de coche en los que las heridas sufridas por los propios miembros de la familia eran reales, y provocadas por órdenes del patriarca, antes de colisionar los vehículos.


Si algo caracteriza a la cultura popular estadounidense son sus estafadores. Desde Charles Ponzi hasta Anna Sorokin, la historia americana (y sus plataformas de streaming, siempre prestos a contar la misma historia otra vez con una estética mejorada) está plagada de embaucadores. Sin embargo, no todos llegan tan lejos como William Mize IV —protagonista de un reportaje publicado este mes en la revista New York firmado por Lauren Smiley—, cabecilla de un plan con el que, junto a su familia, estafó millones a empresas aseguradoras.


Entre 2006 y 2017, Mize orquestó más de una treintena de falsos accidentes de coche con su mujer, hijos, sobrino y un pequeño clan de allegados intercambiándose el papel de víctimas y culpables para cerrar luego él un acuerdo con las compañías de seguros. Lejos de fingir las heridas de los damnificados esparciendo un chorro de pintura roja en la carrocería, Mize cortaba a sus colaboradores con una cuchilla o un cúter, salpicando el vehículo de sangre para que la pantomima resultara creíble. Hasta les hacía vaciarse una botella de su propia orina para que pareciera que habían perdido el conocimiento. A cambio, se embolsaron seis millones de dólares.

El artista de las lesiones

Mize, según la investigación de Smiley, era un ”artista de las lesiones”. También conocido como William Talento, Chad Harris o Phillip Gonzalez, siempre pensó que actuar dentro de los límites de la ley era para los pobres de espíritu. Nacido en El Paso, Texas, en 1961, Mize se crio a las afueras de San Francisco con Eve, su madre soltera, hasta que, en un ataque de rebeldía adolescente, abandonó la casa familiar y empezó a trabajar de camarero, como recoge la publicación neoyorquina. De viaje en Idaho, famoso por sus minas de oro y cazafortunas del siglo XIX, conoció a Teresa Mastin, una adolescente de 15 años que se convirtió en su primera esposa al poco de quedar embarazada.

La familia aumentó con la irrupción de William Mize II. Su padre biológico, hasta entonces ausente, irrumpió en su vida. Y lejos de guardarle rencor, Mize también llamó a su hijo Will en su honor (sería William Mize V; por algún motivo nuestro protagonista quiso llamarse William Mize IV, saltándose una generación). En un posible arrebato de nostalgia californiana, la familia se marchó a Sacramento, capital estatal, donde nació su hija Angela en 1984. “Los que vinieron a California no eran personas satisfechas, felices y contentas, sino aventureras, inquietas y atrevidas”, escribió Joan Didion, nativa de la capital californiana, en De dónde soy. “No vinieron al oeste buscando hogares y seguridad, sino aventuras y dinero”.

Haciendo honor a la máxima didionesca, la fortuna pronto concedió a Mize el dinero. Fue en forma de la herencia de su padre cuando este falleció a finales de los ochenta: 700.000 dólares y una casa en Arizona. Con mujer, casa y dos hijos, Mize podría haberse dedicado a encarnar el ideal de familia suburbana estadounidense, pero no estaba dispuesto a conformarse a ningún estándar. Ya tenía dinero, simplemente quería más. Su carácter se volvió autoritario y su estilo personal se hizo cada vez más recargado, quizá inspirado por el auge de uno de sus mayores ídolos de la época: Donald Trump.

Panorámica de la ciudad de El Paso, Texas, donde nació William Mize IV.

Este comportamiento errático terminó por poner fin a su matrimonio y en 1993 Mize lo dejó todo para mudarse a Acapulco con sus dos hijos, donde comenzó su primer negocio al margen de la ley: tráfico de marihuana a Estados Unidos. Fue en este período cuando conoció a Sandra Sandi Talento, su futura compañera de vida y pieza indispensable en el negocio de fraudes familiares. Tras pasar unos meses en una cárcel de Guadalajara, México, tras ser detenido en su aeropuerto con drogas encima, Mize regresó a Estados Unidos y se asentó en una ostentosa casa en un barrio residencial de Spokane, Washington. Para darle una fachada de glamur barroco, Mize no escatimó en gastos, esparciendo gárgolas por el jardín y colocando una lámpara de araña encima de una alfombra en el garaje, cerca de su Bentley.

Nace el estafador

En 2006 Mize comenzó su andadura como estafador profesional de seguros. Según la OCDE, Estados Unidos es el primer país de su organización en gasto sanitario, y los altos costes médicos que acarrea una emergencia automovilística (hasta 250.000 dólares) abren la puerta a personas que, como Mize, tratan de sacar rédito de un sistema en crisis.

¿Cómo funcionaba exactamente? Las supuestas víctimas afirmarían, en el hospital, estar cubiertas por un seguro, pero no tener sus pólizas a mano. Más tarde, ya recuperados, regresaban para pedir una factura de sus tratamientos y pagarlos en efectivo, lo cual les suponía un descuento. Después Mize, con un nombre falso, actuaba como representante de las supuestas víctimas ante el seguro de los supuestos responsables del accidente (todos, en realidad, parte de su clan) y acordaba un trato supuestamente provechoso para el seguro, que los salvaría de una demanda. Todo ello acompañado de facturas falseadas para elevar los tratamientos y otros reclamos como pérdida de ingresos o daños a propiedades. ¿El resultado? Una lluvia de cientos de miles de dólares.

Uno de los primeros en alistarse al negocio fue Ryan Park, sobrino de Mize. Para engatusarlo, su tío se ofreció a pagar toda la hipoteca de la casa que compartía con su novia Kimberly Boito a cambio de que contribuyera a las estafas. Viniendo de alguien que Ryan consideraba como un padre, parecía un plan sin fisuras.

“Nunca pensé que [Mize] jodería a alguien que quería”, declaró el chico a la revista New York. Las cosas pronto cambiaron. Mize controlaba cada vez más su vida. “Si el teléfono sonaba y no contestaba, tendría problemas”, se lamenta en la publicación estadounidense. En 2015, Mize le hizo arrancarse un trozo de diente con unos alicates y escupirlo delante de los paramédicos que le atendieron tras un accidente falso. Era el último requisito para que Mize retirase su nombre de la hipoteca, liberándolo de sus ataduras.

El plan fracasó: la compañía de seguros no les iba a pagar, dijo el patriarca. Una de las muchas mentiras que le contó a quien, de pequeño, le llamaba cariñosamente “tío Bill”. La influencia de Mize era ubicua. Angela, su hija, trató de forjar una vida ajena al negocio familiar, pero la precariedad de su trabajo en un casino de Las Vegas le hacía sentirse una fracasada. Tras un intento de suicido, Mize le ayudó económicamente con la condición de que participara en sus fraudes. Enfundada en unos pantalones de yoga, Angela comenzó sus andaduras criminales en 2014, fingiendo ser la conductora de un Chrysler Sebring descapotable —un modelo medio— que su padre había empotrado en un lujoso Mercedes E500. “Esta es la familia en la que nací”, se lamenta la joven en el reportaje. “Este es mi destino”. Angela recibió 100,000 dólares en compensación. El clan Mize al completo estaba, al fin, vinculado al negocio.

La ficha de búsqueda de William Mize IV, que sigue fugado de la justicia.

De nuevo, la fortuna parecía sonreír al clan Mize. En 2015, Angela conoció al hombre con el que se acabaría casando. Ryan y Kimmy celebraron su boda en 2016. El negocio familiar ganaba nuevos miembros e iba como la seda. Mize se dedicaba a repartir cortes, golpes y contusiones para hacer más creíbles los accidentes y atraer los pagos de las empresas aseguradoras. Cuanto más gore, cuanto más sangriento, cuanto más impactante fuese el estado del coche del coche, mejor. “Eso era lo más importante para él”, dijo Ryan a la revista New York. “Sangre, sangre, sangre”.

Un traslado al aeropuerto en helicóptero o una cirugía era todo un golpe de suerte que les podía hacer ganar cerca de 30.000 dólares. Uno de sus accidentes más memorables incluyó el cameo de una celebridad local: Ron Wells, arquitecto y promotor inmobiliario de Spokane. El millonario, nativo de Carolina del Norte, conoció a Mize en 2015 y pronto conectaron gracias a su interés mutuo en los coches de lujo. Lo que no sabía Wells era que al poco tiempo estaría estampando su enorme camioneta Dodge Ram 3500 en la parte trasera de una lancha propiedad de Mize. ¿El motivo? El pago de un préstamo de 20.000 dólares al que no podía hacer frente debido a un costoso divorcio.

“¿Qué iba a hacer?” declaró Wells a Lauren Smiley. “Era una solución fácil”. Mize quedaría tan satisfecho con el amasijo de hierros grisáceo resultado de aquel choque que lo definiría como su Mona Lisa.

En mayo de 2018 llegó una orden de registro del FBI. Unos meses más tarde, un jurado federal acusó a Mize y a sus 22 cómplices de, entre otros cargos, blanqueo de dinero y conspiración de fraude sanitario. Según publicó The Spokesman Review, el periódico local de Spokane, “Mize es presunto culpable de accidentes de tráfico, caídas y otros accidentes en múltiples estados”. El imperio millonario del clan Mize terminó por quebrar en 2019, con todos sus miembros sentenciados. Sandi fue la peor parada. El juez le impuso una pena de cárcel de 70 meses y tres años de supervisión judicial, además de una multa de más de 2 millones de dólares. Tras 12 años forjando un negocio del que, según Ryan, era la directora financiera, la “belleza morena de Orange County” terminó como culpable de 26 cargos.

“Argucias como esta hacen que los arduos contribuyentes estadounidenses paguen primas de seguro más altas”, dijo el agente especial Justin Campbell. Como buen farsante, Mize guardaba un último as en la manga. Acorralado por la justicia, siguió una de las mayores tradiciones literarias estadounidenses: fugarse a vivir una vida anónima a lo largo del país. “Por favor, entiende que todas mis opciones son muy malas”, le escribió a su hija Angela desde San Diego. “No quiero morir en la cárcel”.

Lejos de convertirse en una figura nómada propia de la Generación Beat o escaparse a Alaska, como el protagonista de Hacia Rutas Salvajes, la última vez que Mize fue visto, en una tienda de alcohol de Nevada a comienzos de 2020, llevaba un polo azul de Nike y el pelo castaño repeinado. Según el cártel de búsqueda y captura distribuido por el Cuerpo de Alguaciles de Estados Unidos, a Mize le gustan “los climas cálidos, los puertos deportivos y un estilo de vida lujoso”. Si no le atrapan antes, puede que termine mudándose a Miami o a Los Ángeles. Incluso a Benidorm. Cualquier cosa antes de pasar más de 20 años encerrado en una prisión federal.

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