BDSM, unas prácticas sexuales cada vez menos oscuras

De manera similar a las tiendas eróticas, que han pasado de ser sitios cerrados y oscuros a locales luminosos con escaparates, el mundo del ‘bondage’, la sumisión y el sadomasoquismo también viven un proceso de salida de las mazmorras a la luz.


Por la sala del local se ven personas vestidas en cuero y látex, predominando el color negro. Van ataviadas con complementos como arneses, cadenas, algunas con collares con argolla y otras tirando de ellos con correa en mano. En una de las paredes hay una equis de grandes dimensiones, una cruz de San Andrés. En otra, un sillón a modo de trono y, un poco más allá, una jaula en la que cabe una persona y, en el techo, unos ganchos donde atar cuerdas. Aunque no se conozca de primera mano este contexto, seguramente no cueste identificar que es un ambiente BDSM, siglas de Bondage, Dominación-Disciplina, Sumisión-Sadismo, Masoquismo, es decir, un conjunto de prácticas eróticas que incluyen la cesión del poder de una persona a otra. Y es posible que tampoco sorprenda que haya fiestas así y que se llenen de adeptos. Este tipo de sexualidad, tradicionalmente alternativa y desconocida, lo es ya un poco menos.

De manera similar a las tiendas eróticas, que en los últimos años han pasado de ser sitios cerrados y oscuros a locales luminosos con escaparates, el mundo BDSM también está viviendo un proceso de salida a la luz. Un punto de inflexión importante fue la publicación en 2011 de las famosas 50 sombras de Grey, que popularizó las fantasías de dominación, sumisión, ataduras, azotes y más. En la actualidad, la referencia a esta sexualidad en series, películas, libros y publicidad no sorprende ya demasiado.

“Desde internet, este mundo, y el resto, ha cambiado enormemente. Se ha abierto a todo el público. Pero ser más conocido no lo hace más claro. Más información es más información, tanto cierta como errónea. Crea muchas dudas y se mantienen prejuicios”, específica Mistress Minerva, dómina con 17 años de experiencia. Uno de estos prejuicios mantiene que las personas que practican eróticas alternativas sufren algún trastorno mental, estigma que viene de antiguo y que es falso, según los estudios realizados. Uno de ellos, Características psicológicas de los practicantes de BDSM: un enfoque sexológico, realizado por Olga Martínez Sánchez, Óscar Lecuona de la Cruz y Natalia Rubio Arribas, concluyó que “en rasgos generales, no existen diferencias estadísticamente significativas entre las personas que practican BDSM y aquellas que no lo hacen en cuanto a los cinco rasgos de personalidad”. De manera similar se desmiente el tópico que vincula estos gustos a haber sufrido un trauma.

‘Floggers’, paletas y látigos cuelgan en un estudio de BDSM de Baden-Wuerttemberg, Stuttgart (Alemania).SEBASTIAN GOLLNOW (DPA/PICTURE ALLIANCE VIA GETTY I)

Otro sambenito del que debe defenderse este mundo es que se confunda con el maltrato. No lo es. Todas las prácticas son consensuadas entre todas las partes. Pero sí es cierto que, siendo juegos extremos, la línea se puede diluir. La Asociación BDSMK lo deja claro en su manifiesto: “Aunque BDSM y maltrato no sean ni mucho menos sinónimos, debemos asumir que los juegos de intercambio de poder pueden ser atractivos para toda clase de personas tóxicas. No toleramos prácticas de anulación de la personalidad, violencia no consensuada ni opresiones de ningún tipo”.

¿Cuántas personas practican BDSM?

Según el artículo A Systematic Scoping Review of the Prevalence, Etiological, Psychological, and Interpersonal Factors Associated with BDSM, entre un 40% y un 70% de personas, tanto hombres como mujeres, han tenido fantasías relacionadas con BDSM y alrededor de un 20% han llevado a cabo alguna práctica de este tipo.

FetLife es lugar de encuentro virtual para los amantes de esta sexualidad. Se define como la red social para la comunidad BDSM, fetichista y kinky, y cuenta, según datos de la propia red, con cerca de 10,5 millones de usuarios registrados. Además de servir, como corresponde a cualquier red social, para conocer gente y compartir gustos, su objetivo es “ayudar a las personas a sentirse cómodas con quienes son sexualmente”. Esta frase refuerza la idea de que sigue habiendo un cierto estigma social hacia este mundo y sus prácticas.

Un estudio de tatuaje y librería sexual en el Soho de Londres (Reino Unido).BARRY LEWIS (IN PICTURES VIA GETTY).

Otra prueba de la popularidad del BDSM es la existencia de clubs, mejor dicho mazmorras, donde reunirse, tomar una copa y lucir atuendos y roles fetichistas. En muchas ciudades españolas hay sitios donde encontrarse o comunidades que organizan fiestas de esta temática. Y la mayoría de locales de ambiente liberal incluyen una zona con su cruz de San Andrés y ambiente sadomaso. Hay también asociaciones, tiendas especializadas, cursos de formación, grupos en Facebook, infinidad de perfiles en Twitter de personas dominantes y sumisas. Basta hacer una simple búsqueda en internet para encontrarse con un mundo alternativo que no lo es tanto.

Mantener unos códigos propios

Como todo grupo que ha creado su identidad, y más si se ha construido desde los márgenes de lo normativo, tiene unos códigos propios que incluyen terminología, roles, estética, normas… Las siglas SSC (sensato, seguro y consensuado, como principio básico de este tipo de prácticas), la palabra de seguridad (para poder parar cualquier juego en el momento en que no se esté a gusto) o el aftercare (los cuidados necesarios hacia la persona sumisa después de una sesión) son algunos de ellos.

Con la popularidad puede que no todas las personas que se adentran en este mundo conozcan estos códigos. Mistress Minerva así lo ve: “Antes las personas que me contactaban tenían muy claro lo que era el BDSM, los sumisos llamaban sabiendo del protocolo y respeto. Hará unos seis años, dejé de anunciarme precisamente por esto, me cansé de que me tutearan, de sentir que buscaban algo rápido sin tener en cuenta el tiempo de preparación necesario, de que intentaran regatear tributo…”. “El BDSM se puso de moda con cierta trilogía”, remata la Mistress, “y cuando se convierte en una moda puede perder su esencia básica”.

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