Anatomía de un ‘hater’

El fenómeno de lo odiadores en internet revela en ocasiones la profunda insatisfacción de las personas que invierten su energía en menospreciar a otras.

Por: Francesc Miralles / Ilustración de Cristina Daura

Durante los meses con mayores restricciones de la pandemia, los viajeros irreductibles mitigaron la ansiedad viendo documentales de aventuras lejanas. Un amigo nómada me recomendó Expedition Happiness,que narra las peripecias en 2017 de dos jóvenes alemanes que compran un autobús escolar en Nueva York. Tras meses de bricolaje para convertirlo en un confortable hogar móvil, inician con su perro un viaje a Canadá y Alaska para luego bajar hasta cruzar México. Quise buscar información sobre los protagonistas del filme: una cantante llamada Mogli y el joven cineasta Felix Starck. Me sorprendió el aluvión de ataques e insultos dirigidos a ellos, incluso desde algunas revistas para el gran público. Al parecer, la expedición a la felicidad había sido un imán para los haters.

Este fenómeno tan común en la era de internet da lugar incluso a clasificaciones de los más odiados. Aunque Justin Bieber suele ser un fijo en estas listas, en 2019, una publicación femenina encumbraba a Miley Cyrus, acompañada del cantante colombiano Maluma o la activista Greta Thunberg.

Las reacciones de las figuras públicas ante ese ejército de odiadores —que eso significa hater— son muy variadas. Va desde el resignado que los odiadores siempre van a odiar hasta quienes borran sus cuentas en redes sociales para dejar de exponerse a este alud de improperios.

Algunas características del proceder del hater:

— Solo expresa opiniones negativas, y de la manera más mordaz posible.

— Hacer comentarios cínicos o crueles es su diversión favorita. Va a la caza de personajes susceptibles.

— Intenta ser ingenioso, lo que revela que además de desacreditar quiere obtener relevancia como fruto de sus provocaciones.

— Para disparar con bala, suele elegir a personajes o temas de actualidad, que sean susceptibles de atraer la atención del máximo público.

La actitud hater existe en muchos otros ámbitos, y probablemente sea tan antigua como la humanidad. En 1995, los lectores del semanario alemán Der Spiegel se sorprendieron al ver en portada al reputado crítico literario Marcel Reich-Ranicki destrozando con sus propias manos la novela de Günter Grass que en español se tituló Es cuento largo. Sea revestida de intelectualidad, con razones y a cara descubierta, como el caso de Ranicki, o se trate de ataques desde la cobardía del anonimato, la energía que invierte el hater en destruir puede obedecer a varias razones. Dos de las principales son:

Envidia y búsqueda de notoriedad. El odiador considera que la persona a la que ataca tiene una fama o prestigio que no merece. La indignación que lleva al ataque es más fuerte cuando quien lanza el dardo practica la misma actividad, pero no obtiene reconocimiento. Así, la cantante sin suerte se ceba en las estrellas de la MTV, o el político aspirante carga las tintas contra quien ostenta el cargo. La rivalidad dentro del gremio se traduce en el fontanero que, tras descubrir la instalación hecha por otro, afirma: “Vaya chapuza le han hecho aquí”.

Proyección. Mencionado ya por Freud en 1895, se trata de un mecanismo de defensa en el que atribuimos a otras personas nuestros defectos o carencias. Los demás ejercen de espejo en el que proyectamos lo que no hemos resuelto dentro de nosotros. Hace cuatro siglos, Baltasar Gracián ya apuntaba en esta misma dirección con su célebre “Quien critica, se confiesa”. Cuando una actitud ajena nos irrita sobremanera, debemos hacer autoanálisis. Las personas que acaparan la conversación señalarán a aquellos que hablan demasiado. Es más difícil, en cambio, percibir un defecto que no se tiene.

Fui a visitar al misionero Vicente Ferrer en Anantapur, en la India. Me sorprendió que su fundación estuviera cerca de la sede de Sai Baba, un líder espiritual criticado por su afición a toda clase de lujos. Le pregunté qué opinaba de su adinerado y excéntrico vecino.

—A nosotros nos da el agua —se limitó a decir, en referencia al suministro. No hizo otro comentario. Toda una lección espiritual.

Francesc Miralles es escritor y periodista especializado en psicología.

Góngora y Quevedo, ‘haters’ de oro

— Si nos remontamos a la Edad de Oro de las letras españolas, sorprende el odio con el que dos figuras de tanto calado se atacaban a través de los medios de la época. Góngora acusaba al joven Quevedo de ser un pésimo traductor de las obras griegas, además de burlarse de su cojera. Por su parte, el autor del Buscón y de una rica obra poética tachaba a Góngora de ludópata y de mal sacerdote, además de recordarle su origen judío.

— Los insultos dieron lugar a una refinada arte poética, como en esta diatriba rimada de Quevedo a Góngora: “Vuestros coplones, cordobés sonado, / sátira de mis prendas y despojos, / en diversos legajos y manojos / mis servidores me los han mostrado”. Por su parte, Góngora se rio de la panza de su rival en plena Semana Santa, llamándole “asesino de torrijas”

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