¿Qué tiene de malo que tus hijos sean competitivos?

Es muy difícil determinar qué tanto de la competitividad es de naturaleza y qué tanto de crianza.



Por:
 Jessica Grose

Mi cliché de mamá más repetido es “No todo es una competencia”. Lo digo al menos una vez al día, cuando mis hijas hacen algo como jugar carreritas en la acera, empujándose entre sí. También es un refrán muy sonado cuando una de mis hijas dice que alguien de su salón es mejor en algo que ella (divisiones largas, basquetbol, ser más alta). Por lo general, añado que, si una habilidad les es importante y quieren mejorar, tienen que esforzarse. Mi esposo prefiere la expresión más poética: “La comparación es el ladrón de la alegría”.

Mis dos hijas hacen caso omiso de esas advertencias. Mi hija mayor contesta: “Todo es una competencia”. Suele aturdirme con preguntas y observaciones que me hacen ver que la competencia la motiva a nivel personal y que tiene sus propias ideas sobre su valor intrínseco.

Por ejemplo, a inicios de este año, mi hija me describía una situación de una obra de teatro escolar en la que el papel más importante había sido dividido y repartido de manera un poco aleatoria entre tres estudiantes, lo cual dijo que era “injusto”. Ella ni siquiera iba a participar en la obra, valga decirlo, solo vio lo que pasó y me preguntó: “¿Qué pasa si alguno de estos chicos es pésimo para actuar? ¿Que no debería hacerlo el mejor?”. Le dije que probablemente los maestros querían darles a todos la oportunidad de participar y que eso era bueno. Apenas tiene 9 años, así que no conoce la palabra “condescendiente”, pero supongo que ella piensa que así fue tanto mi respuesta como la repartición de los papeles para la obra.

Que nuestras máximas filosóficas no causen ningún efecto en mis hijas me hace querer buscar un poco de perspectiva. Primero, para ver cómo los impulsos competitivos se forman en los niños y luego para preguntarme: cuando repito aquella frase, ¿qué es lo que realmente busco enseñarles?

(Para ser justa con mis hijas, debo decir que yo también puedo ser bastante competitiva. Elegí mi régimen de ejercicio en gran parte porque se basa en un sistema de puntos relacionados con el ritmo cardiaco. Me encanta acumular puntos y ver cuántos obtienen los demás en la tabla de clasificación porque quiero ser la chica con más puntos. Tengo 40 años. No diría que estoy orgullosa de este rasgo en particular, pero tampoco estoy no orgullosa).

Hay una rama de la psicología llamada psicología evolutiva del desarrollo que surge del trabajo de Charles Darwin y, según esa rama, explica Sally Hunter, profesora clínica asociada de Estudios sobre la Infancia y la Familia en la Universidad de Tennessee, Knoxville, la competitividad podría tener orígenes evolutivos. En el pasado, en situaciones de escasez de recursos, los hermanos competían por mantenerse con vida, “compitiendo con hostilidad por la supervivencia”, como dice Hunter. Esto hace eco de algo que he mencionado con anterioridad, que, de acuerdo con investigaciones históricas, “hace cientos de años, cuando la mortalidad infantil era mucho más alta, los niños menores de 5 años con hermanos de edad cercana tenían muchas más probabilidades de morir”.

Ahora, mis hijas no compiten entre sí en una lucha de suma cero por la supervivencia, aunque mi hija menor, de 6 años, parece ser más competitiva cada mes que pasa. Tal vez sea una cuestión de crecimiento. De acuerdo con un artículo de 2013 en la revista Journal of Experimental Child Psychology, un “respetado estudio” de los años sesenta “mostraba que los porcentajes de niños que demostraban tener un fervor competitivo en el viejo juego de esconder una moneda y adivinar en qué mano está aumentaba de casi cero a 100 por ciento entre los 3 y 6 años”. Muchos juegos competitivos —y actividades competitivas en general— requieren que los participantes comprendan las motivaciones de otros y creen estrategias para vencerlos. Entender que otros tienen sus propios pensamientos ajenos a los tuyos se llama la “teoría de la mente”; una habilidad que los niños tardan años en desarrollar.

Al igual que ocurre con muchos rasgos, es muy difícil determinar qué tanto de la competitividad es de naturaleza y qué tanto de crianza; la literatura, por lo que he podido evaluar, es muy variada. En particular, cuando se trata de la competencia académica entre los niños, “este campo de investigación es realmente difícil, porque no hay experimentos naturales”, afirmó Hilary Levey Friedman, profesora adjunta de Educación en la Universidad de Brown y autora de “Playing to Win: Raising Children in a Competitive Culture”.

Pero, según Friedman, los niños son perceptivos y, para cuando llegan a primaria, “son muy buenos para discernir quién es el más rápido, quién es el más listo, quién es el mejor cantante”, ya sea que se les recompense o no por esas competencias con calificaciones o premios.

Esto me parece obvio —y ya lo es para mi hija mayor—, lo que me lleva a preguntarme por qué me opongo a su competitividad. Después de meditarlo, llegué a la conclusión de que suelo decirles a mis hijas que las cosas no son una competencia porque tienen una actitud odiosa y eso parece ser la clave. Quiero que mis hijas sean las mejores en cualquier cosa que les interese, pero no quiero que sean, bueno, unas pesadas al respecto. Quiero que logren sus objetivos, pero no quiero que tengan la noción de que la manera de hacerlo es aplastando a los demás en su camino a la cima.

Así que le marqué a Melinda Wenner Moyer, una colaboradora frecuente de The New York Times y la autora de un libro sobre estrategias de crianza con un título sardónico, porque ese parecía ser mi objetivo final: animar a mis hijas a competir de forma sana y constructiva. Ella estaba de acuerdo con Friedman, que decía que el hecho de que los niños quieran competir y ganar no es algo necesariamente malo; solo tiene sus bemoles cuando no saben soportar la derrota.

Moyer puso el ejemplo de un niño que pierde una carrera: “Si pierdo esta carrera, ¿significa que no soy rápido? ¿Es una amenaza para mi reputación o mi identidad?”. Si los niños empiezan a sentirse así, es posible que les resulte intolerable perder y que estallen cuando suceda. Moyer dice que una forma de contrarrestar esto es replantear el perder como algo valioso, porque pueden enseñarnos hacia dónde dirigir nuestra energía para mejorar. También es buena idea animar a los hijos a que sientan empatía por sus oponentes y a que tengan deportividad.

Como mis hijas ya son inmunes a mis cantaletas de sabiduría convencional, me imagino que, aunque no les diga una y otra vez que se porten bien, si optan por ser malas perdedoras, a la larga la justicia del recreo prevalecerá y esa justicia sigue siendo la misma que en mi época: los otros niños no van a querer jugar con ellas. Que mi hija vaya a creer realmente que todo es una competencia es algo que tendrá que averiguar por sí misma y sospecho que será un proyecto para toda la vida.

Aldea84
Aldea84http://aldea84.com
Sitio para nativos y migrantes digitales basado en la publicación de noticias de Tijuana y Baja California, etnografías fronterizas, crónicas urbanas, reportajes de investigación, además de tocar tópicos referentes a la tecnología, ciencia, salud y la caótica -y no menos surrealista- agenda nacional.
spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

Artículos relacionados

spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

spot_img

Lo más reciente

spot_img

Es muy difícil determinar qué tanto de la competitividad es de naturaleza y qué tanto de crianza.



Por:
 Jessica Grose

Mi cliché de mamá más repetido es “No todo es una competencia”. Lo digo al menos una vez al día, cuando mis hijas hacen algo como jugar carreritas en la acera, empujándose entre sí. También es un refrán muy sonado cuando una de mis hijas dice que alguien de su salón es mejor en algo que ella (divisiones largas, basquetbol, ser más alta). Por lo general, añado que, si una habilidad les es importante y quieren mejorar, tienen que esforzarse. Mi esposo prefiere la expresión más poética: “La comparación es el ladrón de la alegría”.

Mis dos hijas hacen caso omiso de esas advertencias. Mi hija mayor contesta: “Todo es una competencia”. Suele aturdirme con preguntas y observaciones que me hacen ver que la competencia la motiva a nivel personal y que tiene sus propias ideas sobre su valor intrínseco.

Por ejemplo, a inicios de este año, mi hija me describía una situación de una obra de teatro escolar en la que el papel más importante había sido dividido y repartido de manera un poco aleatoria entre tres estudiantes, lo cual dijo que era “injusto”. Ella ni siquiera iba a participar en la obra, valga decirlo, solo vio lo que pasó y me preguntó: “¿Qué pasa si alguno de estos chicos es pésimo para actuar? ¿Que no debería hacerlo el mejor?”. Le dije que probablemente los maestros querían darles a todos la oportunidad de participar y que eso era bueno. Apenas tiene 9 años, así que no conoce la palabra “condescendiente”, pero supongo que ella piensa que así fue tanto mi respuesta como la repartición de los papeles para la obra.

Que nuestras máximas filosóficas no causen ningún efecto en mis hijas me hace querer buscar un poco de perspectiva. Primero, para ver cómo los impulsos competitivos se forman en los niños y luego para preguntarme: cuando repito aquella frase, ¿qué es lo que realmente busco enseñarles?

(Para ser justa con mis hijas, debo decir que yo también puedo ser bastante competitiva. Elegí mi régimen de ejercicio en gran parte porque se basa en un sistema de puntos relacionados con el ritmo cardiaco. Me encanta acumular puntos y ver cuántos obtienen los demás en la tabla de clasificación porque quiero ser la chica con más puntos. Tengo 40 años. No diría que estoy orgullosa de este rasgo en particular, pero tampoco estoy no orgullosa).

Hay una rama de la psicología llamada psicología evolutiva del desarrollo que surge del trabajo de Charles Darwin y, según esa rama, explica Sally Hunter, profesora clínica asociada de Estudios sobre la Infancia y la Familia en la Universidad de Tennessee, Knoxville, la competitividad podría tener orígenes evolutivos. En el pasado, en situaciones de escasez de recursos, los hermanos competían por mantenerse con vida, “compitiendo con hostilidad por la supervivencia”, como dice Hunter. Esto hace eco de algo que he mencionado con anterioridad, que, de acuerdo con investigaciones históricas, “hace cientos de años, cuando la mortalidad infantil era mucho más alta, los niños menores de 5 años con hermanos de edad cercana tenían muchas más probabilidades de morir”.

Ahora, mis hijas no compiten entre sí en una lucha de suma cero por la supervivencia, aunque mi hija menor, de 6 años, parece ser más competitiva cada mes que pasa. Tal vez sea una cuestión de crecimiento. De acuerdo con un artículo de 2013 en la revista Journal of Experimental Child Psychology, un “respetado estudio” de los años sesenta “mostraba que los porcentajes de niños que demostraban tener un fervor competitivo en el viejo juego de esconder una moneda y adivinar en qué mano está aumentaba de casi cero a 100 por ciento entre los 3 y 6 años”. Muchos juegos competitivos —y actividades competitivas en general— requieren que los participantes comprendan las motivaciones de otros y creen estrategias para vencerlos. Entender que otros tienen sus propios pensamientos ajenos a los tuyos se llama la “teoría de la mente”; una habilidad que los niños tardan años en desarrollar.

Al igual que ocurre con muchos rasgos, es muy difícil determinar qué tanto de la competitividad es de naturaleza y qué tanto de crianza; la literatura, por lo que he podido evaluar, es muy variada. En particular, cuando se trata de la competencia académica entre los niños, “este campo de investigación es realmente difícil, porque no hay experimentos naturales”, afirmó Hilary Levey Friedman, profesora adjunta de Educación en la Universidad de Brown y autora de “Playing to Win: Raising Children in a Competitive Culture”.

Pero, según Friedman, los niños son perceptivos y, para cuando llegan a primaria, “son muy buenos para discernir quién es el más rápido, quién es el más listo, quién es el mejor cantante”, ya sea que se les recompense o no por esas competencias con calificaciones o premios.

Esto me parece obvio —y ya lo es para mi hija mayor—, lo que me lleva a preguntarme por qué me opongo a su competitividad. Después de meditarlo, llegué a la conclusión de que suelo decirles a mis hijas que las cosas no son una competencia porque tienen una actitud odiosa y eso parece ser la clave. Quiero que mis hijas sean las mejores en cualquier cosa que les interese, pero no quiero que sean, bueno, unas pesadas al respecto. Quiero que logren sus objetivos, pero no quiero que tengan la noción de que la manera de hacerlo es aplastando a los demás en su camino a la cima.

Así que le marqué a Melinda Wenner Moyer, una colaboradora frecuente de The New York Times y la autora de un libro sobre estrategias de crianza con un título sardónico, porque ese parecía ser mi objetivo final: animar a mis hijas a competir de forma sana y constructiva. Ella estaba de acuerdo con Friedman, que decía que el hecho de que los niños quieran competir y ganar no es algo necesariamente malo; solo tiene sus bemoles cuando no saben soportar la derrota.

Moyer puso el ejemplo de un niño que pierde una carrera: “Si pierdo esta carrera, ¿significa que no soy rápido? ¿Es una amenaza para mi reputación o mi identidad?”. Si los niños empiezan a sentirse así, es posible que les resulte intolerable perder y que estallen cuando suceda. Moyer dice que una forma de contrarrestar esto es replantear el perder como algo valioso, porque pueden enseñarnos hacia dónde dirigir nuestra energía para mejorar. También es buena idea animar a los hijos a que sientan empatía por sus oponentes y a que tengan deportividad.

Como mis hijas ya son inmunes a mis cantaletas de sabiduría convencional, me imagino que, aunque no les diga una y otra vez que se porten bien, si optan por ser malas perdedoras, a la larga la justicia del recreo prevalecerá y esa justicia sigue siendo la misma que en mi época: los otros niños no van a querer jugar con ellas. Que mi hija vaya a creer realmente que todo es una competencia es algo que tendrá que averiguar por sí misma y sospecho que será un proyecto para toda la vida.

Aldea84
Aldea84http://aldea84.com
Sitio para nativos y migrantes digitales basado en la publicación de noticias de Tijuana y Baja California, etnografías fronterizas, crónicas urbanas, reportajes de investigación, además de tocar tópicos referentes a la tecnología, ciencia, salud y la caótica -y no menos surrealista- agenda nacional.

Artículos relacionados

spot_imgspot_imgspot_imgspot_img
spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

spot_img

Lo más reciente

spot_img