Putin cumple 70 años, aquí siete momentos clave que definieron su vida

¿Cómo se convirtió en el autócrata aislado que lanzó una desastrosa invasión de Ucrania?



Vladimir Putin cumple 70 años este viernes, pero ¿cómo se convirtió en el autócrata aislado que lanzó una desastrosa invasión de Ucrania?

A continuación presentamos siete momentos cruciales en la vida del presidente de Rusia que ayudaron a dar forma a su pensamiento y a explicar su creciente distanciamiento de Occidente.

La práctica del judo, 1964

Nacido en un Leningrado (hoy San Petersburgo) aún marcado por los 872 días de asedio durante la II Guerra Mundial, el joven Putin era un chico hosco y combativo en la escuela.

Su mejor amigo recordaba que “podía pelearse con cualquiera” porque “no tenía miedo”.

Sin embargo, un joven delgado pero valiente en una ciudad plagada de bandas callejeras necesitaba una ventaja, y a la edad de 12 años empezó a practicar primero el sambo, un arte marcial ruso, y luego el judo.

Putin era decidido y disciplinado, y a los 18 años ya era cinturón negro de judo y ocupaba el tercer puesto en la competición nacional juvenil.

Por supuesto, esto se ha utilizado desde entonces como parte de su cuidada personalidad de macho. Pero también confirmó su temprana creencia de que en un mundo peligroso hay que tener confianza y ser consciente de que, cuando una pelea es inevitable, “hay que golpear primero, y golpear tan fuerte que tu oponente no se ponga en pie“, según el propio mandatario.


Uniéndose a la KGB, 1968

La gente evitaba ir al número 4 de la calle Liteyny Prospekt, el cuartel general de la policía política, la KGB, en Leningrado. Tantos pasaron por sus celdas de interrogatorio hacia los gulag (campos de trabajo forzados) en la época de (el dictador José) Stalin que había un chiste sobre la sede del temible organismo, la llamada Bolshoi Dom (Casa Grande), que decía que era el edificio más alto de Leningrado, porque se podía ver Siberia desde su sótano.

Sin embargo, cuando tenía 16 años, Putin entró en su recepción con alfombra roja y preguntó al oficial que estaba detrás del mostrador, bastante desconcertado, cómo podía ingresar.

En la KGB le dijeron que tenía que haber cumplido el servicio militar o tener una licenciatura para unirse. Putin incluso preguntó qué licenciatura sería la mejor. Derecho, le respondieron, y a partir de ahí, Putin se empeñó en licenciarse como abogado, tras lo cual fue debidamente reclutado.

Para Putin, que era un hombre inteligente, la KGB era la banda más grande de la ciudad, que ofrecía seguridad y progreso incluso a alguien sin conexiones con el Partido Comunista.

Pero también representaba la oportunidad de ser un agente de cambio: como él mismo dijo sobre las películas de espías que veía cuando era adolescente, “un espía podía decidir el destino de miles de personas”.


La caída del muro, 1989

A pesar de todas sus esperanzas, la carrera de Putin en el KGB nunca llegó a despegar. Era un sólido trabajador, pero no un gran líder. No obstante, se esforzó por aprender alemán, lo que le valió un nombramiento en las oficinas de enlace del KGB en Dresde en 1985.

Allí se instaló en una cómoda vida de expatriado, pero en noviembre de 1989, el régimen de Alemania Oriental comenzó a derrumbarse, con una velocidad sorprendente.

El 5 de diciembre, una turba rodeó el edificio del KGB de Dresde. Putin llamó desesperadamente a la guarnición del Ejército rojo más cercana para pedir protección, y ésta respondió impotente “no podemos hacer nada sin órdenes de Moscú. Y Moscú no dice nada“.

Putin aprendió a temer el súbito colapso del poder central, y se propuso no repetir nunca lo que, en su opinión, fue el error del líder soviético Mijaíl Gorbachov: no responder con rapidez y determinación cuando se enfrenta a la oposición.

El programa “Petróleo por Alimentos”, 1992

Putin dejaría la KGB cuando la Unión Soviética implosionó, pero pronto se aseguró un puesto como intermediario del nuevo alcalde reformista de lo que hoy es San Petersburgo.

La economía estaba en caída libre y a Putin se le encargó la gestión de un acuerdo para tratar de ayudar a los habitantes de la ciudad a salir adelante, intercambiando petróleo y metal por alimentos por valor de 100 millones de dólares.

En la práctica, nadie vio ningún alimento, pero según una investigación, rápidamente suprimida, Putin, sus amigos y los gánsteres de la ciudad se embolsaron el dinero.

En los “salvajes años 90”, Putin aprendió rápidamente que la influencia política era un bien monetizable, y que los gánsteres podían ser aliados útiles. Cuando todo el mundo a su alrededor se beneficiaba de sus posiciones, ¿por qué no iba a hacerlo él?

Una mujer georgiana llora la muerte de su hijo, muerto durante la invasión que Rusia lanzó sobre la ex república soviética en 2008.

La invasión a Georgia, 2008

Cuando Putin llegó a la Presidencia rusa en el año 2000, esperaba poder construir una relación positiva con Occidente, en sus propios términos, incluyendo una esfera de influencia en toda la antigua Unión Soviética. Pero pronto se sintió decepcionado, y luego enfadado, al creer que Occidente intentaba activamente aislar y degradar a Rusia.

Cuando el presidente georgiano, Mikheil Saakashvili, buscó que su país se uniera a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Putin vio la luz y el intento georgiano de recuperar el control de la escindida región de Osetia del Sur, apoyada por Rusia, se convirtió en una excusa para una operación de castigo.

En cinco días, las fuerzas rusas destrozaron al Ejército georgiano y obligaron a Saakashvili a firmar una paz humillante.

Occidente se indignó. Sin embargo, en menos de un año después, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se ofreció a “recomponer” las relaciones con Rusia, e incluso se concedió a Moscú el derecho a albergar el Mundial de fútbol de 2018.

Para Putin estaba claro el uso de la fuerza era la vía correcta, y que un Occidente débil e inconstante pujaría y resoplaría, pero finalmente retrocedería ante una voluntad decidida.

Entre 2011 y 2013 Rusia fue sacudida por una serie de protestas contra Putin, que el mandatario achacó a Occidente y eso reforzó su idea de que estaba en conflicto con Occidente.

Las protestas en Moscú, 2011-13

La creencia generalizada -y creíble- de que las elecciones parlamentarias de 2011 estaban amañadas desencadenó protestas que se galvanizaron cuando Putin anunció que se presentaría a la reelección en 2012.

Conocidas como las “protestas de Bolotnaya”, por la plaza moscovita que llenaron, representaron la mayor expresión de oposición pública hasta la fecha bajo el mandato de Putin.

Putin creía que las manifestaciones fueron iniciadas, alentadas y dirigidas por Washington, y culpaba personalmente a la entonces secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton.

Para Putin estas manifestaciones era una prueba de que Occidente se había quitado los guantes y de que venía por él, por lo que, en efecto, ahora estaban en guerra.

Durante la pandemia Putin se mantuvo casi aislado y se reunía con pocas personas, incluso dignatarios extranjeros como el francés Enmanuel Macron debieron someterse a estrictos protocolos para verse con el líder ruso.

Aislado por el Covid-19, 2020-21

Cuando el covid-19 se extendió por todo el mundo, Putin se sumió en un inusual aislamiento incluso para autócratas personalistas, ya que cualquiera que fuera a reunirse con él era aislado durante quince días bajo guardia y luego tenía que pasar por un pasillo bañado en luz ultravioleta que mataba los gérmenes y era empapado en desinfectante.

En este tiempo, el número de aliados y asesores que podían reunirse con Putin se redujo drásticamente a un puñado de partidarios y compañeros de guerra.

Expuesto a menos opiniones alternativas y sin apenas ver su propio país, Putin parece haber “aprendido” que todas sus suposiciones eran correctas y todos sus prejuicios justificados, y así se plantaron las semillas de la invasión de Ucrania.

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