“¿Por qué tanta violencia?”: reseña de ¡Violencia! de Valeria Loera

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El título es en honor a su protagonista Violencia López, una mujer a quien las expectativas que tienen sus padres de ella, sus insuficientes lazos afectivos y la vida millennial han llevado al punto de quiebre.


Por: Fernanda Ortega 

¿Cómo se vería en escena la crisis existencial de una mujer que se desmorona bajo las expectativas familiares? La obra de ¡VIOLENCIA! de Valeria Loera parte de esta premisa y da como resultado una extraña propuesta que se encuentra en un punto medio entre Bridget Jones y el teatro del absurdo, una tragicomedia que se debate entre lo grotesco y lo disparatado.

¡VIOLENCIA! se titula en honor a su protagonista Violencia López, una mujer a quien las expectativas que tienen sus padres de ella, sus insuficientes lazos afectivos y la vida millennial han llevado al punto de quiebre.

Cuando conocemos a Violencia (Viole como le llaman sus padres), ella padece de todas las inseguridades y sufrimientos posibles: su egocéntrico novio actor ha cortado con ella, su padre falleció hace varios años y la vida de su madre dista mucho de ser ejemplar. Por si esto fuera poco, Viole es atormentada por voces intrusas que acechan cada uno de sus movimientos. Estas “Violencias” (pues son parte de Viole) habitan la alacena, la basura, la cama, la toilette y el armario.

Si el estado del escenario a los pocos momentos de abrir telón no era lo suficientemente bizarro y caótico (Violencia y las múltiples violencias discuten con frecuencia, y la cabeza del padre muerto de Viole participa desde el refrigerador), la llegada de su madre con un muñeco inflable lleva la trama a lugares que el lector poco puede anticipar. Poco después, Violencia descubre que el muñeco inflable habla, se llama Rody y es español. A pesar de que el muñeco le había pertenecido a su madre, quien se deshizo de él porque alguien le propuso matrimonio, Violencia comienza poco a poco a superar el asco y a recobrar la seguridad en sí misma gracias a Rody.

Un muñeco inflable perdidamente enamorado, una madre desinteresada, un exnovio egocéntrico y una cabeza en un refrigerador conforman los personajes de la obra, y en una serie de diálogos que ejemplifican y parodian el slang millennial, llevan al espectador (y al lector) en un viaje absurdo, incómodo y divertido por las vicisitudes de la juventud contemporánea.

Leer un guion de teatro no es sino la mitad de la experiencia, pero ¡VIOLENCIA!, con su humor ácido y sus acotaciones irreverentes convierte rápidamente una historia trágica en una comedia a modo casi de sketch. Basta mirar a algunos guiños humorísticos que ocurren en las notas al pie para apreciar el tipo de humor que predomina en la obra de Loera. Por ejemplo, después de un diálogo entre Viole y las demás Violencias, el papá pregunta “¿Por qué tanta violencia?” (Loera, 10), a lo que sigue la nota “Jaja, ¿entendieron? Tanta violencia… ¡meh! Si lo explico ya no es gracioso” (Loera, 10). En otro momento se adjunta la siguiente nota:

         “Estimado lector: Sabemos que usted es una persona de mundo, que ha viajado por doquier y segurísimo puede diferenciar los distintos tipos y acentos de español utilizados en España, por lo cual podría parecerle que hay incongruencias en el lenguaje de Rody, sin embargo considere que […] los muñecos son diseñados en California, las piezas creadas en China […], y finalmente ensamblados en España por migrantes hondureños, para salir al mercado bajo la etiqueta de “made in Spain”, por lo que el propio Rody no tiene una idiosincrasia española,[…] su lenguaje es tan artificioso como él mismo.” (Loera, 33)

Así, el humor sardónico, absurdo y a veces ácido del guion otorga dinamismo a la trama, que por la naturaleza de sus personajes y las relaciones entre ellos hace honor al título de la obra. De la misma manera, las posibilidades que el guion abre para la puesta en escena son muy amplias, pues el énfasis y la mayoría de la acción recaen en escenas caóticas, con muchos personajes a la vez (por ejemplo, Violencia siempre está acompañada de otras violencias) y su efecto se orienta hacia lo estruendoso e incluso abrumador, con un mínimo de escenografía y utilería.

Tomando recursos de varias corrientes narrativas y teatrales, el guion de Violeta Loera no se decide por un género y al leerla es imposible deshacerse de la sensación de que hay algo más detrás de esta parodia de las comedias románticas, una reflexión sobre la vida millennial o quizás sobre la precocidad de los afectos en la era del internet, aunque nunca se llega por completo a ello. Si bien la polifonía de los diálogos y los elementos humorísticos son suficientes para volverla una lectura entretenida, la historia se desafana de los clichés y las moralejas y, en su lugar, da un extenso espacio de reacción al lector y al espectador potencial.

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