Las alcancías suponen el primer contacto con el ahorro para la mayoría de los niños y su uso aporta valiosos aprendizajes para empezar a cuidar la salud financiera desde la infancia. El cerdito o chanchito es la imagen más habitual de esta primera experiencia con la gestión del dinero en muchos países. Sin embargo, el porqué de la hoy popular forma no está del todo claro.
La infancia está marcada por pequeños o grandes hitos que marcan el camino hacia una autonomía cada vez mayor. Ir al baño solos, cruzar la calle, que nos manden a hacer algún recado… Para muchos niños, uno de esos momentos vitales es el de la primera paga, una cantidad de dinero semanal o mensual para los pequeños gastos y caprichos que les entregan sus padres para que la administren libremente.
Esa primera experiencia con monedas y billetes que comienza casi como un juego sirve para empezar a entender el valor del dinero y proporciona valiosos aprendizajes sobre la gestión de la economía personal, especialmente sobre la importancia del ahorro. Si queremos comprar algo más caro, que cueste varias pagas, tendremos que ir apartando el dinero necesario, y para hacerlo lo más habitual es utilizar una alcancía. Esta primera herramienta de ahorro posiblemente tenga forma de cerdito.
El porqué de la imagen mental que tenemos de las huchas tiene un par de teorías y ninguna respuesta segura.
Las primeras alcancías de la historia
Históricamente, las primeras menciones a las alcancías las encontramos en el siglo II a. C. en los escritos del historiador chino Sima Tan que, en su obra ‘Memorias históricas’, recoge una lección moral que utiliza una hucha como metáfora. De esta misma época es la hucha más antigua que se conserva. Descubierta en la antigua colonia griega de Priene (en la actual Turquía), tiene forma de templo griego y cuenta con las dos características clave que la identifican como una hucha o alcancía: se trata de un recipiente hueco y tiene una ranura, situada en la parte frontal.
Hay que esperar más de 1000 años, sin embargo, para encontrar una hucha con forma de cerdo, o para ser más exactos de jabalí. Estas primeras ‘alcancías porcinas’ también proceden de Asia —concretamente de la isla indonesia de Java— y las más antiguas datan del siglo XII. Se llaman ‘cèlèngan’, que en javanés significa precisamente “parecido a un jabalí”. La palabra sirve ahora para designar a los ahorros en este país.
Ya en Europa, la alcancía con forma de cerdito más antigua se encontró en Turingia (Alemania) y se guarda en el Museo de Prehistoria e Historia Antigua de Weimar. Fabricada con arcilla, se calcula que procede del siglo XIII y, según se comprobó a través de rayos X en 2013 para disgusto de los investigadores, está vacía. Aun así, en aquella época el cerdo no era aún la forma más popular en Europa: un estudio sobre las huchas encontradas en excavaciones arqueológicas en Países Bajos concluyó que la mayor parte de las huchas medievales tenían forma de cebolla y que los cerdos no aparecen hasta la Alta Edad Media.
Las teorías para explicar por qué usamos un ‘cerdito’
La respuesta más aceptada para responder a la incógnita de la popularidad de las huchas con forma de cerdo tiene que ver con el hecho de que tanto este animal como el jabalí simbolizan prosperidad, abundancia y fortuna en muchas civilizaciones. En China, por ejemplo, existe un dicho que afirma que quien posee un cerdo en su casa no pasará hambre ni necesidad, y en muchos países del centro y el norte de Europa, el animal es utilizado como amuleto de la suerte.
En Alemania, por ejemplo, existen expresiones y costumbres sobre la buena fortuna asociadas al porcino: cuando alguien ha sido afortunado, se afirma que ha tenido “Schwein” (cerdo); y el día de Año Nuevo se regalan cerditos de la suerte hechos de mazapán, chocolate o porcelana, una tradición que los alemanes comparten con sus vecinos austriacos.
Existe, sin embargo, otra teoría, que apareció por primera vez y sin citar fuentes en el libro ‘Las cosas nuestras de cada día’, publicado en 1987 por Charles Panati. Según mantiene este divulgador, en la Inglaterra medieval las huchas se fabricaban con una arcilla anaranjada a la que llamaban “pygg”. Con la evolución de la lengua, “pygg” acabó por pronunciarse de forma muy similar a “pig” (cerdo). Los “pygg banks” (bancos de arcilla) pasaron a sonar como “pig banks” (bancos de cerdo) y los alfareros fueron poco a poco dándoles esa forma a las huchas, como consecuencia de esta confusión idiomática.
El etimólogo británico Michael Quinion, sin embargo, defiende que todo esto no es más que un mito muy extendido, ya que no existen trazos en la lengua inglesa del vocablo “pygg” como una palabra que designase a ningún tipo de arcilla. Es más, tanto el diccionario de Merriam-Webster como el de Oxford indican que la primera aparición de la expresión “piggy bank” es del siglo XX y no del XVIII, como asegura Panati. Además, esto no explica la presencia de huchas con forma de cerdo en otros lugares del mundo.
Aun así, el uso del cerdito como hucha no es universal. Ejemplo de ello está en la propia etimología de la palabra “alcancía”. Este término, sinónimo de hucha en español, proviene del vocablo árabe “kanz”, que significa tesoro y a su vez procede del persa. Solían ser recipientes cerrados con una hendidura pero, en una cultura en la que está prohibido comer cerdo, se prefería una vasija simple o cualquier otro diseño más o menos elaborado.
De hecho, si algo ha caracterizado a las huchas a lo largo de la historia ha sido precisamente su variedad. Una simple búsqueda en la web del Fitzwilliam Museum de Cambridge, especializado en arte y artefactos históricos, muestra huchas con forma de perro, de pájaros, de ángeles e incluso de zapatos.