Las compresiones cardíacas continuaban y de repente se escuchó la frase más dura de uno de los médicos que decía: “Charlie, por Dios, ¿qué haces? Su cerebro está desparramado por todos lados”, y entonces cancelaron toda esperanza.
El 22 de noviembre de 1963 el entonces presidente de EEUU, John F. Kennedy, ingresaba a la sala de urgencias del Hospital Memorial de Parkland con impactos de bala. Fue atendido por un equipo de médicos, entre ellos, Joe Goldstrich que ahora está arrepentido por no haber hablado sobre un procedimiento médico que podía practicarse en ese momento.
Joe Goldstrich, realizaba su residencia en el hospital al que llegaría Kennedy con dos impactos de bala, uno en la cabeza y otro en la espalda, que habría salido a la altura del cuello. Unos días antes, el joven practicante se había preparado para realizar su primera traqueotomía a un paciente, pero ese día cumplía una rotación en neurocirugía con su titular de práctica Kemp Clark, quien atendería al 35 presidente de EEUU tras haber sufrido el ataque.
Pasado el mediodía, el hospital estaba rodeado de una caravana presidencial. Entonces Goldstrich, relata a MedPage Today, corrió hasta la sala de urgencias y en la puerta estaba un agente del Servicio Secreto que le dejó pasar al presentarse con su apellido y la especialidad de turno que cubría.
“Ingresé a la sala de emergencia al mismo tiempo que JFK llegaba en una camilla”, dijo a tiempo de recordar que ayudó a desvestirlo y que en la sala había varios médicos y cirujanos. Entonces notó que Kennedy tenía un hueco en el cuello, esto le impedía respirar aún con una máscara de oxígeno.
“Yo no sabía nada de balística, así que no tenía idea de si era una lesión de entrada o de salida, y ni siquiera se me cruzó por la cabeza el asunto”, describió.
Los médicos ampliaron con un instrumento esa zona, entonces Goldstrich pudo ver el cartílago de la tráquea y creyó que debían usar ese hueco para entubarlo, pero no dijo nada. Además, recordó que lo mandaron por el desfibrilador y entonces notó que la primera dama, Jacqueline Kennedy, se encontraba en la sala.
“Pero recuerde, yo era la persona más joven de la sala. Estos fueron mis profesores, cirujanos y residentes que estaban años por delante de mí en su formación. Así que no dije: ‘Ponlo en el hueco, no tienes que hacer ningún corte’. Eso habría preservado la naturaleza de la herida, haciéndola más susceptible de determinar si era una herida de entrada o de salida. Pero no dije nada y me arrepiento de eso”, explicó.
Las compresiones cardíacas continuaban y de repente se escuchó la frase más dura de uno de los médicos que decía: “Charlie, por Dios, ¿qué haces? Su cerebro está desparramado por todos lados”, y entonces cancelaron toda esperanza.
“Vi la expresión de ella [la primera dama] cuando escuchó lo que él dijo. Es otro momento que me quedó marcado a fuego en la memoria, desafortunadamente. Jackie estaba en shock, como un venado encandilado por las luces de un automóvil”, recordó.
El testimonio ocurrió en una reunión anual del Colegio Nacional de Médicos de Emergencias (ACEP) en EEUU donde analizaron la asistencia que recibió Kennedy y evaluaron cómo hubiera sido el desenlace en la actualidad y si se le hubiese podido salvar la vida al expresidente con los avances en el sector.
Los médicos que participaron de esta reunión concluyeron que el procedimiento no hubiese cambiado mucho, ya que el expresidente “fue asesinado con un rifle militar de caza”, dijo Terry Kowalenko de la Universidad de Medicina de Carolina del Sur.
Lo que ha cambiado a día de hoy, es que los equipos médicos del Servicio Secreto se reúnen con hospitales locales donde quiera que vaya el presidente, según publica MedPage Today. Además, ahora no dejarían entrar a la sala a alguien que solo se identificara verbalmente como pasó con Goldstrich ese 22 de noviembre de 1963.