El caso de Jorge Uriel Zepeda es único. A diferencia de otros mexicanos que viven o visitan esta región europea, él no ha pedido ayuda a la Cancillería para regresar a su país.
Jorge Uriel Zepeda llegó a suelo ucraniano en noviembre de 2021 con todos sus ahorros. No fue una apuesta a ciegas. Siempre fue consciente de que, en cualquier momento, estallaría una guerra.
Una de las primeras preguntas que le hicieron cuando llegó a Kiev fue: “¿Por qué Ucrania?”. Él, sin dudarlo, respondió con tres argumentos: es más interesante, más incógnita y más barata que el resto de Europa.
Desde muy joven, Jorge Uriel vio casi todas las películas sobre la Segunda Guerra Mundial que tuvo a su alcance. Luego, devoró todo sobre Rusia: la época de los zares, la Revolución de Octubre, la utopía leninista, el régimen de Stalin, la Guerra Fría, la Perestroika y la caída del Muro de Berlín.
Asegura que el relato ruso es el que más le interesa. Lo prefiere por sobre el discurso estadounidense, hegemónico ante los ojos occidentales.
“Siempre me ha atraído Rusia. Desde hace mucho me interesó toda esa historia que no nos cuentan por el lado norteamericano. Me atrae más Europa del Este que la Europa de la que todos hablan”, reconoce Jorge Uriel Zepeda en entrevista con Sputnik desde su departamento de la capital ucraniana, donde las bombas caen a la par de la nieve.
Cuando se enteró que el conflicto que sólo sucedía en Donbás —la parte oriental de Ucrania que a partir de febrero Rusia reconoció como repúblicas independientes— había avanzado hacia Kiev y otras ciudades, el nerviosismo lo devoró. “Entré en desesperación y fui al supermercado a comprar todo lo que pude. Llevaba unas bolsas bien pesadas”, cuenta.
Pronto se percató que su actitud acaparadora era excepcional. Fue entonces cuando supo que estaba, según él, en una sociedad acostumbrada al conflicto, tal como lo había visto en sus películas, tal como lo había leído en sus libros. Casi nadie hacía compras de pánico. Se mantenían estoicos frente a los bombardeos y la inminente llegada de las Fuerzas Armadas de Rusia.
“No hacer compras de pánico y mantenerse en la mayor calma posible es como una forma de mantener el orden entre tanto caos: así son los ucranianos”, asegura este mexicano de 25 años que, hasta hace no mucho tiempo, era estudiante de la carrera de Administración Pública y Ciencias Políticas de la Universidad de Colima.
Antes de que estallara el conflicto entre las fuerzas rusas y el ejército ucraniano, Jorge Uriel tomaba diariamente clases de ucraniano en un colegio interregional donde convivía con compañeros egipcios, marroquíes, argelinos, indios, palestinos y chinos.
“Todos ellos ven a Ucrania como un sueño americano. Incluso muchos sólo vienen a trabajar en call centers para hacer llamadas desde Europa hacia América Latina. Aquí viven mejor que allá [en sus países de origen]”, afirma el mexicano.
Colima tampoco es un paraíso
El caso de Jorge Uriel Zepeda es único. A diferencia de otros mexicanos que viven o visitan esta región europea, él no ha pedido ayuda a la Cancillería para regresar a su país. Sabe que muchos paisanos suyos han logrado escapar de Ucrania a través de Rumania. También sabe que muchos siguen atrapados, bastante molestos con las autoridades mexicanas que no los ayudan a salir.
Él prefiere quedarse varado en la guerra. Asegura que una vida en México tampoco le garantiza el éxito, la felicidad o el dinero. Ni siquiera la vida. En Colima —el estado donde nació y creció— la violencia es rutinaria. Cuenta del caso de un amigo asesinado, de otro torturado, de otro degollado. El crimen organizado asedia su tierra desde hace al menos siete años.
“¿Se han enterado de cómo está la situación en Colima? Pareciera que en ningún lugar estoy seguro. Ayer hubo ocho o nueve asesinatos, fue una jornada muy sangrienta. Entre los muertos siempre hay victimas inocentes”, dice.
Antes de cruzar el Atlántico, Jorge Uriel trabajaba para el Gobierno de Colima, en el Instituto de la Juventud. Allí se dio cuenta —todavía más— de la barbarie cotidiana que sucedía en México.
“Tengo amigos que padecieron la violencia en carne propia cuando trabajé en la administración pública. Hubo un caso específico en la recolección de basura. [Esta persona] estaba haciendo su trabajo y tuvo que esconderse porque quedó en medio de un enfrentamiento. O amigos que están comiendo en un puesto de tacos y les toca escuchar [las balaceras]. No están seguros. La situación es muy complicada”, afirma.
Aún recuerda cuando Colima, después de Mérida, era la segunda ciudad más pacífica de México. Actualmente es una de las tierras fértiles para el narcotráfico. El puerto de Manzanillo se ha convertido en punto de conexión para el tráfico de drogas. Según reportes de la prensa local y de la fiscalía estatal, el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) —una de las grupos de la delincuencia organizada más buscados de Estados Unidos— intenta dominar el estado, pero grupos locales se lo impiden.
Apenas el 9 de febrero pasado, apareció una narcomanta, presuntamente colocada por integrantes del CJNG, donde se leía: “Ustedes gobierno cuiden a la Gobernadora [Indira Vizcaíno], que le van a querer dar un putazo y echarme la culpa a mi ya que yo no lo quise Aser Por eso se viene una guerra y no solo en la capital en todo el estado de Colima. Porque les voy a quitar todo el estado”. Dos días después, aparecieron cadáveres afuera de la Universidad de Colima.
“Hace tres días me enviaron la foto de un joven que nos ayudó a hacer un mural en Colima. Decidimos apoyarlo con dinero y luego me mandan las fotos de él asesinado. Los casos son [cada vez] más cercanos”, cuenta.
También recuerda que, el año pasado, un amigo de su familia fue degollado por una venganza. Lo peor, dice, es que esta persona no tenía nada que ver con el crimen que supuestamente había cometido su familiar.
“Fue muy trágico porque esta persona trabajaba, como decimos en México, humildemente. De un día a otro lo secuestraron y después amaneció muerto y con signos de tortura. Lo conocí cuando era pequeño. Sus sobrinos eran mis amigos. Me tocó conocerlo, me hablaba cariñosamente, pegan duro esas noticias. Y hace tres años, en una familia con la que convivía mucho”, dice Jorge Uriel Zepeda.
“Quiero quedarme para ayudar”
Ante los proyectiles que caen sobre Kiev y otras ciudades de Ucrania, este joven mexicano no piensa quedarse inmóvil. Su idea es contribuir a la entrega de ayuda humanitaria a los afectados por el conflicto. Quiere hacerlo a través de brigadas donde colaboren todos, sin importar la nacionalidad.
“Quiero formar vínculos entre México, América Latina e incluso Estados Unidos para repartir ayuda humanitaria porque hay muchos heridos. Canales de televisión y grupos de activistas me están contactando poco a poco. Mañana estaré con un colectivo de jóvenes que está ayudando a la gente y ahí los contactaré con un grupo de Estados Unidos que quiere apoyar económicamente y a través de víveres”, explica Jorge Uriel.
Cuenta que los bombardeos no tienen horario, aunque admite que las noches son las más intensas. Escucha detonaciones muy cerca de su casa e incluso ha sentido las ondas expansivas de las bombas. Cuando suenan las alertas, corre al refugio más cercano: una estación subterránea del metro. Allí, vive escenas que, dice sólo había visto en El Pianista, la película de Roman Polanski.
“Lo único que quieren [los ucranianos] es no ser invadidos. No se quedan con las manos cruzadas. Defienden su libertad. En Ucrania hay mucho rechazo a Putin. Se percibe ese patriotismo por defender el país”, asegura el mexicano, quien afirma que, durante su estancia en Ucrania, nunca ha sufrido un acto de discriminación.
Sin embargo, tampoco considera que el rechazo sea hacia el pueblo ruso, con quien, afirma, los ucranianos guardan vínculos que se palpan en la vida cotidiana: el lenguaje —”aquí es muy común que la gente hable en las dos lenguas en la misma conversación”—, la comida, la arquitectura, las tradiciones, la música.
A diferencia de otros visitantes extranjeros, Jorge Uriel reconoce que siempre fue consciente de las tensiones entre los Gobiernos de Putin y Zelenski. Sabía perfectamente de los enfrentamientos armados que casi a diario suceden en la región del Donbás entre las comunidades rusas y las fuerzas ucranianas desde 2014. Aun así, compró un boleto para Ucrania, donde ahora sobrevive con el dinero que le ha enviado su familia.Desconoce su futuro y tampoco parece importarle demasiado. De México sólo extraña a su familia y a un buen taco. Él quiere forjar su historia en Europa del Este.