La emoción de Oswaldo

El avión va vacío y silencioso. El exclusivo pasajero hace parecer la inmovilidad una convulsión; esas que desgarran la inexpresividad de un tiempo desesperantemente alterado. Los recuerdos ahogan la garganta.

Por: Roberto Meléndez/Barrio Bravo

Faltan 4 días para el momento más importante de su carrera: jugar en un mundial. Oswaldo Sánchez, de 32 años, ya ha estado presente en las dos citas planetarias anteriores como portero suplente, pero su estreno en la cancha será el domingo, en Núremberg, Alemania, cuando representando a la selección mexicana salga al campo de juego para medirse frente a la selección de Irán. Un debut sencillo, afirman muchos, aunque eso no inhibe los nervios.

Oswaldo respira agitado, acumulando ansiedad; quiere hacerlo bien, no defraudar y respetar el arco que antes defendieron Jorge Campos y el «Conejo» Pérez. Mira su reloj y se percata que en algunas horas más su familia estará arriba de un avión, viajando para acompañarlo de cerca, en ese sueño que definitivamente ya es compartido. Quiere que llegue ese momento tanto como el propio partido; verlos, abrazarse, descansar en el afecto. Es 6 de junio del año 2006.

El avión va vacío y silencioso. El exclusivo pasajero hace parecer la inmovilidad una convulsión; esas que desgarran la inexpresividad de un tiempo desesperantemente alterado. Los recuerdos ahogan la garganta. Es la tristeza de la vida frente a la muerte. Oswaldo va de regreso a México, su padre Felipe ha muerto inesperadamente a los 55 años de un ataque cardiaco. Ha dejado la concentración del equipo azteca y probablemente no vuelva.

Al llegar a Guadalajara no tiene los ojos del presente, todo es la memoria de otros días; vuelve a tener los bolsillos llenos de monedas pequeñas, detrás del empaque de un supermercado, moviendo las manos rápido para llenar las bolsas de los clientes, y en su muñeca no va el reloj fino de ahora, van las huellas de las cicatrices que se hizo en la tierra, arrastrándose detrás de balones machucados y de barrio.

Y ahí está Felipe, su viejo, regordete y festivo, animándole con puteadas hirientes. Y ahora ríe, antes fue coraje. Nunca le dijo «te quiero» y esa deuda masculina la paga con esa imagen que se diluye y los ojos que le pican. Y justo antes de lo que tanto hablaron, ese imposible que estaba a días de materializarse.

Lo vio y quiso abrazarlo, atraparlo…pero el viento ya estaba en medio de ambos e iba hacia adelante. Comprendió que debía volver. Regresó antes del partido con Irán, quizás más triste pero también más fuerte. Y jugó.
Salió al campo de juego y se dejó envolver por el «cielito lindo» que bajaba de la multitud. Multitud que al verlo de corto y con los guantes, lo ovacionó. Cantó el himno con los ojos cerrados e imaginó a su padre en las tribunas, cantando como uno más.

A los 11 minutos Irán gana el costado izquierdo y sorprende al «Tri» que inicia despistado. El centro va al medio del área y Vahid Hashemian salta entremedio de los centrales y quema un cabezazo a boca de jarro. Va ser gol. Pero ahí va Oswaldo Sánchez, el abrumado portero, más concentrado que nunca, depositando en el juego que le ha dado todo la fe en una sonrisa sincera. O al menos una gota de alivio. Y vuela rápido, se estira al máximo e intuye el bote y manotea para afuera. Tapadón. No se escucha nada, el griterío es brutal. Él se levanta y despierta a su defensa. El equipo entiende que sobrando no se gana y que esto es demasiado intenso y breve para quedarse con la boca cerrada. La abren y México comienza a dominar.

El juez del encuentro pita el final, México ha vencido 3-1 con soberbia actuación de su arquero; Oswaldo sonríe, se arrodilla y murmulla un te quiero, con el viento en su espalda.

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Aldea84http://aldea84.com
Sitio para nativos y migrantes digitales basado en la publicación de noticias de Tijuana y Baja California, etnografías fronterizas, crónicas urbanas, reportajes de investigación, además de tocar tópicos referentes a la tecnología, ciencia, salud y la caótica -y no menos surrealista- agenda nacional.
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Faltan 4 días para el momento más importante de su carrera: jugar en un mundial. Oswaldo Sánchez, de 32 años, ya ha estado presente en las dos citas planetarias anteriores como portero suplente, pero su estreno en la cancha será el domingo, en Núremberg, Alemania, cuando representando a la selección mexicana salga al campo de juego para medirse frente a la selección de Irán. Un debut sencillo, afirman muchos, aunque eso no inhibe los nervios.

Oswaldo respira agitado, acumulando ansiedad; quiere hacerlo bien, no defraudar y respetar el arco que antes defendieron Jorge Campos y el «Conejo» Pérez. Mira su reloj y se percata que en algunas horas más su familia estará arriba de un avión, viajando para acompañarlo de cerca, en ese sueño que definitivamente ya es compartido. Quiere que llegue ese momento tanto como el propio partido; verlos, abrazarse, descansar en el afecto. Es 6 de junio del año 2006.

El avión va vacío y silencioso. El exclusivo pasajero hace parecer la inmovilidad una convulsión; esas que desgarran la inexpresividad de un tiempo desesperantemente alterado. Los recuerdos ahogan la garganta. Es la tristeza de la vida frente a la muerte. Oswaldo va de regreso a México, su padre Felipe ha muerto inesperadamente a los 55 años de un ataque cardiaco. Ha dejado la concentración del equipo azteca y probablemente no vuelva.

Al llegar a Guadalajara no tiene los ojos del presente, todo es la memoria de otros días; vuelve a tener los bolsillos llenos de monedas pequeñas, detrás del empaque de un supermercado, moviendo las manos rápido para llenar las bolsas de los clientes, y en su muñeca no va el reloj fino de ahora, van las huellas de las cicatrices que se hizo en la tierra, arrastrándose detrás de balones machucados y de barrio.

Y ahí está Felipe, su viejo, regordete y festivo, animándole con puteadas hirientes. Y ahora ríe, antes fue coraje. Nunca le dijo «te quiero» y esa deuda masculina la paga con esa imagen que se diluye y los ojos que le pican. Y justo antes de lo que tanto hablaron, ese imposible que estaba a días de materializarse.

Lo vio y quiso abrazarlo, atraparlo…pero el viento ya estaba en medio de ambos e iba hacia adelante. Comprendió que debía volver. Regresó antes del partido con Irán, quizás más triste pero también más fuerte. Y jugó.
Salió al campo de juego y se dejó envolver por el «cielito lindo» que bajaba de la multitud. Multitud que al verlo de corto y con los guantes, lo ovacionó. Cantó el himno con los ojos cerrados e imaginó a su padre en las tribunas, cantando como uno más.

A los 11 minutos Irán gana el costado izquierdo y sorprende al «Tri» que inicia despistado. El centro va al medio del área y Vahid Hashemian salta entremedio de los centrales y quema un cabezazo a boca de jarro. Va ser gol. Pero ahí va Oswaldo Sánchez, el abrumado portero, más concentrado que nunca, depositando en el juego que le ha dado todo la fe en una sonrisa sincera. O al menos una gota de alivio. Y vuela rápido, se estira al máximo e intuye el bote y manotea para afuera. Tapadón. No se escucha nada, el griterío es brutal. Él se levanta y despierta a su defensa. El equipo entiende que sobrando no se gana y que esto es demasiado intenso y breve para quedarse con la boca cerrada. La abren y México comienza a dominar.

El juez del encuentro pita el final, México ha vencido 3-1 con soberbia actuación de su arquero; Oswaldo sonríe, se arrodilla y murmulla un te quiero, con el viento en su espalda.

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