Hildegard von Bingen: gracias a ella existe la cerveza tal como la conocemos

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Llega a España el bestseller ‘Hildegarda’ (Lumen), la biografía novelada de una de las personalidades más fascinantes de la Historia.


Visionaria en todas las acepciones del término, si Hildegard von Bingen (1098-1179) hubiera sido un hombre, hoy seguramente sería tan reverenciada como Leonardo, Newton o cualquiera de esos contadísimos genios polímatas que ha dado la Historia, capaces no solo de alcanzar la excelencia, sino de lograrlo en diferentes campos: «Si no es más conocida en general se debe, básicamente, al hecho de que era una mujer: ellos siempre tienen más resonancia», explica a Smoda Anne Lise Marstrand-Jørgensen, autora de la biografía novelada y fenómeno literario paneuropeo Hildegarda (Lumen), que acaba de publicarse en España.

Por resumir en unas líneas, a lo largo de su longeva (y no solo para estándares medievales) existencia, esta monja benedictina destacó como compositora (creó la letra y la música de cerca de 80 obras que aún conmueven y se reinterpretan en todo el mundo); clasificó ingentes variedades de plantas por sus propiedades (una de ellas, el lúpulo: gracias a ella existe la cerveza tal como la conocemos); escribió sobre salud en general y sexualidad en particular (desde un enfoque científico y liberador: fue la primera mujer que escribió sobre el orgasmo femenino); describió una cosmología propia (bajo estas líneas, su primer esquema del universo); creó el primer idioma artificial (la Lingua Ignota, que se adelantó en siete siglos al Esperanto), y medró en el seno de la iglesia a pesar de (o gracias a) unas visiones celestiales que la acompañaron desde antes de que empezara a hablar, lo que la llevó a ser conocida, ya en vida, como la Sibila del Rin.

«Su campo de acción fue tan amplio y, a la vez, sobresaliente que, aunque por el gran público no llegue a ser lo reconocida que debiera, sí es cierto que diferentes comunidades la tienen como referente (entre ellos, músicos, eclesiásticos, médicos, biólogos, lingüistas…), pero por alguna extraña razón no se han puesto de acuerdo entre ellos para destacar que fue una sola persona la que consiguió todas esas hazañas», prosigue la escritora danesa.

Para documentarse, Marstrand-Jørgensen no solo ha leído todos los libros escritos por y sobre Hildegard, también ha visitado todos los lugares que pisó esta Doctora de la Iglesia (tras varios procesos de canonización iniciados, finalmente Benedicto XVI le dio este título en 2012) y, sobre todo, se ha empapado en todo lo referente a la Alta Edad Media. «Necesitaba, para mí misma y para el lector, ese telón de fondo que da vida a la historia, desde cómo eran las liturgias a las comidas, pasando por los olores o el trato que se daba a los niños en esa época», se explica.

Ascetismo y protofeminismo

Hildegarda arranca en el momento del nacimiento de la décima hija de una familia pudiente en Bermershein (en la actual Alemania), lo que entonces implicaba ser entregada a la Iglesia en calidad de diezmo. En su caso, además, era el resultado de una ‘promesa’ realizada por su madre a cambio de que la salud de la pequeña mejorara. Eran tiempos convulsos para la cristiandad: época de cruzadas, herejías y conflictos entre el Papa y las autoridades civiles. «Lo que más me fascina es que fue una mujer tenaz y muy inteligente, que nunca tuvo miedo de decir la verdad, ni de hablar contra el poder y la autoridad. Aparte de su impresionante trabajo en la música y la medicina, es una combinación inusual entre ser muy conservadora y muy fiel a la iglesia y, a la vez, ser capaz de enfrentarse a los detalles que le indignaban de esta institución».

PORTADA DE HILDEGARDA (LUMEN).

Entre estos motivos de rechazo, estaban el lujo con el que vivían algunos miembros del clero o la imposición de la autoridad masculina sobre la femenina. Por ejemplo, Hildegard, que fue entregada de niña a la vida monacal (aunque hay dudas sobre la edad exacta: sus biógrafos se debaten entre los 8 y los 14 años, Marstrand-Jørgensen apuesta por los 10), más concretamente, al cuidado de Jutta von Sponheim (una religiosa de una familia aristócrata de mayor rango que la suya), con la que se instaló, junto a otras pupilas, en una celda anexa al monasterio -masculino- de Disibodenberg. Pues bien, al fallecer su mentora en 1136, Hildegard fue elegida abadesa y decidió establecerse con su comunidad en un nuevo convento en Rupertsberg, a cuya fundación se opuso el abad de Disibodenberg. La abadesa sostuvo varios enfrentamientos hasta que, por fin, fue aprobado su convento (en 1165 fundaría el segundo, en Eibingen).

¿Icono lésbico?

En este asunto también contó con el apoyo de una influyente aristócrata, la madre de su secretaria Richardis von Stade. Estos dos detalles son importantes: por un lado, la inteligencia y diplomacia con las que Hildegard supo manejar sus influencias (algo que nunca llegó a dominar Nikola Tesla, otro genio todoterreno con quien tiene varios puntos en común); por otro, la estrecha relación de la abadesa con su asistente. Tan estrecha que, cuando el hermano de la segunda (el arzobispo Hartwig de Bremen) logró que Richardis fuera nombrada abadesa en su propio convento, Hildegard escribió airadas cartas de protesta. Hay suficientes indicios en su trabajo en aquella época y en el hecho de que Richardis muriera un año después de que ambas sufrieron enormemente con esa separación. Indicios que para muchos demuestran que había entre ellas una relación sentimental, aunque la visibilidad lésbica no era precisamente aplaudida en la Edad Media.

Volviendo las similitudes que unen a Hildegard con Tesla (sobre cuyo celibato y posible homosexualidad también se sigue especulando hoy), contaba el serbio en su autobiografía que, en sus momentos de genialidad, se solapaban las visiones de puntos de luz con debilitantes periodos de convalecencia. Algo muy parecido le pasaba a la Sibila del Rin, de salud endeble y clarísimas visiones («no con mis ojos carnales, sino solamente en mi espíritu»), visiones a menudo acompañadas de música y que se incrementaron, en cantidad y en intensidad, a partir de los 40 años.

La habilidad diplomática de la monja quedó de nuevo demostrada cuando, en 1146, envía una carta a Bernardo, abad de Claraval, en la que le explica estos fenómenos y le pregunta «humildemente» si debe o no darlos a conocer. Su consulta llega hasta el Papa Eugenio III, quien determina que esas visiones proceden del mismo Espíritu Santo, lo que da carta blanca a la abadesa a escribirlas, dibujarlas y convertirlas en composiciones musicales.

¿Habla Dios o solo una migraña?

Varios científicos han defendido que las visiones celestiales de la abadesa -como las de otros místicos- se debían en realidad a problemas neurológicos, fisiológicos y/o psiquiátricos. Por ejemplo, el neurólogo Oliver Sacks estudió las descripciones realizadas por Hildegard y llegó a la conclusión de que padecía un cuadro crónico de migrañas.

«Si toda la obra que creó proviene de unas migrañas, bienvenidos sean esos dolores de cabeza, ¿no?», responde bromeando la escritora danesa. «Es cierto que sus visiones iban acompañadas de dolor y, que -como todo aquel que ha sufrido migrañas sabe- el dolor de cabeza empeora a causa el estrés; y que a Hildegard le generaban mucho estrés, porque las percibía con la mente, el cuerpo y el alma. Así que supongo que la respuesta es… que nunca sabremos de dónde venían esas visiones», concluye Anne Lise Marstrand-Jørgensen.

Su premiada novela biográfica (dos veces considerada el mejor libro danés del año) no brindará ese tipo de respuestas, pero servirá para acabar con el desconocimiento general de una figura irrepetible. «Lo que más me sorprende de Hildegard no es solo la riqueza de su trabajo y la cantidad de obras impagables que ha legado al mundo, sino sus ideas sobre el equilibrio y la conexión entre las personas, la conexión entre el ser humano y la naturaleza, la conexión entre el cuerpo y el alma… Me parecen conceptos preciosos y muy relevantes en esta época».

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