Recientemente, un exitoso ‘tuit’ creaba el debate en las redes: ¿puede evitar el desahogo previo algún acto del que después nos arrepintamos? Según nos revelan algunos expertos, la respuesta no es tan sencilla.
Hace unos días daba la vuelta al mundo un tuit que ni siquiera estaba muy bien redactado. Escrito en inglés, un joven daba un consejo que pareció universal por momentos, dado su recorrido: “masturbarse antes de salir es un acto infravalorado pero útil para evitar actos calenturientos de los que podríamos terminar arrepintiéndonos”.
jerking off before going out is an underrated yet functional decision to avoid horny acts we may regret after— janito (@jansitions) October 23, 2022
A juzgar por los más de 20.000 me gusta que obtuvo y el debate que suscitó, con cientos de comentarios y casi 500 retuits, parecería que Twitter le dio la razón. Quienes respondieron o comentaron aquella frase, casi de forma unánime, suscribieron lo que decía. La idea que expresa encaja con frases hechas también en España, como aquello de que “al supermercado no hay que ir con hambre” o “mejor no andar por ahí con un arma cargada”.
También es la técnica que emplea Ernesto, un joven enfermero de Almería: “Si voy a salir una noche y noto que tengo muchas ganas de sexo, masturbarme es una buena forma de ir más tranquilo. Rebajo mis niveles de testosterona, estoy algo más relajado y, al menos, las ansias no se me ven en la cara”. Pero la ciencia no tiene tan claro que el llamado período de refracción, ese que llega justo tras el orgasmo y se acomoda durante un rato en el cuerpo, sea el más indicado para tomar decisiones. Ni, por supuesto, que nada de lo que ocurra antes de él tenga por qué ser problemático.
Para empezar, y aunque el tuit era breve, hay varios supuestos en él algo mejorables. “El sexo podrá llegar a dirigir nuestro comportamiento, pero no es una necesidad. Ser conscientes y responsables de nuestros actos es importantísimo. De ningún modo depende de cómo nos encontremos físicamente”, apunta Ricardo de Pascual, doctor en psicología clínica. En su tesis ya estudió cómo los factores somáticos afectaban a las motivaciones de la mente. Como cuenta, “cualquier estado de privación puede modelar nuestra conducta. Si tenemos más hambre, quizá nos comamos cualquier cosa. Pero no es fácil aplicarlo al sexo. El período de refracción no dura tanto. Si nos masturbamos a las nueve de la noche, eso no cambiará en nada nuestro comportamiento a las dos de la mañana”. Esto también vale para las cenas de Navidad en el trabajo: si nos gusta un compañero, no lograremos ocultárselo para siempre, por mucho que nos empeñemos en salir de casa algo más relajados en un sentido sexual.
En segundo lugar, si sentimos ese arrepentimiento al que hace alusión el tuit, hay algo que no estamos haciendo bien. “El sexo tiene un componente lúdico, de diversión. El límite siempre es el consentimiento. Tristemente, debido a prejuicios morales, siempre habrá gente que se vea culpable tras mantener relaciones, aunque sea con su pareja de toda la vida. También hay quienes se avergüenzan tras acabar en alguna situación más sórdida, como practicando sexo en un lugar público. Pero evitar enfrentarnos a situaciones así tirando de la masturbación, es una solución a muy corto plazo. Es mejor acabar con esos remordimientos, aunque lleve más trabajo”, sostiene De Pascual.
Y lo mismo cuando hablamos de infidelidades. Nada de culpar a nuestro cuerpo, a las cervezas ni a la madrugada: si un determinado acuerdo no funciona, o convierte en infelices a alguno de sus miembros, los deseos no morirán a manos del onanismo. “Eso de pensar que nos va a ir mejor por masturbarnos es muy antiguo. La gente solo va a ser fiel si está de acuerdo con el pacto de pareja que ha establecido. Si no respetamos a la otra persona, eso no va a cambiar porque nos masturbemos mucho”, reitera este psicólogo.
Aunque hay quienes sí cambian por entero de un estadio a otro. Para Miguel, un veinteañero nacido en Murcia, un orgasmo basta para girar la agenda. Si se le ocurre tocarse en algún momento de la tarde, lo más probable es que no salga por la noche: “Nada más acabar, lo que me apetece es quedarme en casa, ver una película y pedir cena. Cualquier gana que tuviera de salir por ahí se me pasa. Si tengo la menor intuición de que puedo acabar con alguien en algún momento, evito masturbarme porque sé que después no querré hacer más planes”.
Su caso puede parecer extremo, pero tiene una cierta base en la ciencia. “Tras el orgasmo, el cerebro segrega endorfinas y el cuerpo alcanza un cierto bienestar. Hasta nos conquista una cierta somnolencia. El sexo conlleva un gran gasto de energía y nuestro organismo no quiere gastarla en vano, justo cuando aún está reponiendo sus reservas de semen. Hay animales que se alejan corriendo de su pareja nada más acabar”, cuenta Ignasi Puig Rodas, sexólogo y terapeuta de pareja. Ahora, él insiste en que ese ingrediente tan fisiológico es apenas un grano de arena en todo lo relativo al deseo humano. Porque Rodas también reitera, como pedía De Pascual, que no hay en el sexo ninguna fuerza irrefrenable de la naturaleza.
No es solo un asunto masculino
De hecho, a juzgar por las respuestas que tuvo el mencionado tuit, cualquiera diría que este se dirigía solo a los hombres. Cuando se habla del período de refracción, muchas veces, también se piensa en los varones, que se han liberado del esperma y han satisfecho su instinto de conservación de la especie. Quizá por ello, De Pascual es muy insistente en un punto: la forma en la que nos relacionamos hombres y mujeres con el sexo es muy diferente, pero no por motivos biológicos, sino culturales. “Hay chicos que aún creen que estar muy excitados, o bebidos, significa que alguien los tiene que complacer”, lamenta. Y Tere, gallega y de 34 años, agrega: “El sexo no forma parte de mis expectativas, ya salga por ahí para bailar o durante una cita. No hay un cupo que deba satisfacer, así que tampoco tengo por qué llevarlo colmado de antes. Si me viera nerviosa trataría de relajarme, y quizá el darme ese placer fuera una forma de hacerlo. Pero también podría buscar esa paz con un paseo o pintándome las uñas”.
En cualquier caso, y siempre que mantengamos la soberanía en la cabeza, no debería avergonzarnos habitar sentimientos distintos antes y después del sexo. “No le reprocharíamos a nadie que sienta más ganas de comer cuando tiene hambre que cuando no la tiene, ¿verdad? ¿Por qué cuando se trata del placer sexual sí reclamamos esa congruencia?”, apunta Rodas. Como ejemplo, recuerda un estudio a cuyos participantes se les pidió que bebieran muchísima agua. Su estado de ánimo y su forma de tratar a la gente era muy diferente antes y después de ir al baño. Hasta que lograron orinar, las respuestas eran breves y secas. Su disposición a tener algún gesto de cortesía con los demás, nula. Cabría pensar, por tanto, que el momento del día en el que más nos parecemos a nosotros mismos es aquel en el que nos vemos libres de todas las tensiones físicas.
De nuevo, Rodas no lo ve tan claro: “Hay pocos consejos que valgan para todo el mundo. Cuando estamos focalizados en conseguir algo, que puede ser sexo o cualquier otra cosa, solemos perder la mirada lateral. Nos centramos en lo que queremos y dejamos de mirar alrededor. Una vez logrado el objetivo, nos acordamos de todo lo que antes habíamos descartado. Si hemos alargado la noche más de la cuenta, o sentimos que nos hemos gastado mucho dinero en copas, quizá después nos parezca que hemos dado al sexo una importancia excesiva”. Como asegura este experto, ninguno de los dos estados de ánimo tiene por qué ser mejor que el otro. Algo así pensaría Antonio, que vivía con su pareja en un pequeño piso de la capital. Tardó semanas en reunir las fuerzas para dejarle. Cuando por fin lo consiguió, y tuvieron una larga y dramática discusión, acabaron de vuelta en la cama. Se quedaron tan relajados que permanecieron juntos tres años más.
¿Cuál de los dos momentos para tomar una decisión era el correcto y por qué estos resultaban tan dispares? “Los dos. Si fueron felices los tres años de propina, quedarse y escuchar esa otra voz estuvo bien. A veces, tras anunciar que dejamos un empleo, nos toca pasar algunas semanas más trabajando en el mismo sitio. Bien, pues durante ese tiempo es muy difícil que logremos mantener siempre la misma opinión. Y más cuando vamos a la oficina libres de todas las tensiones y preocupaciones que antes nos encadenaban a ella”, apunta Rodas.
Porque la relajación concreta que pueda llegar tras el sexo puede ayudarnos con algunas cosas, pero alejarnos de otras. “Dentro del respeto, todo vale. Hay quienes prefieren salir de casa cargados porque creen que así tendrán más ganas de fiesta, que se lanzarán a probar cosas nuevas. Si logran conocerse mejor a sí mismos, está bien. Es más, quizá hasta venzan algunos de sus propios prejuicios sobre qué consideran bello y placentero. Ahora, si para atender a nuestros deseos nos vemos justificándonos mucho, como que aquel día nos emborrachamos o estábamos muy salidos, por ahí no es. De nuevo, hay que hacer un trabajo y aceptarnos como somos, porque ningún deseo debería dolernos tanto”, asegura De Pascual. Además de su labor como psicólogo, es docente en la Universidad Europea de Madrid. Quizá los más jóvenes, como cuenta, están más preparados para hablar de lo que hicieron esta o aquella noche sin darle ninguna importancia.