Nos desplazamos en el espacio y en el tiempo, al igual que el Universo al que pertenecemos. Pero hemos hecho también un largo viaje por el conocimiento.
“Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar”.
Antonio Machado
El año 2022, pródigo en importantes celebraciones, también ha sido la conmemoración del V Centenario de la primera vuelta al mundo de Magallanes y Elcano, que tuvo como lugar de partida y regreso la ciudad de Sevilla. Aquel no fue un viaje más. Como el que hiciera Colón en 1492, cambió el mundo.
A partir de esta gesta, desde la experiencia se tenía la certeza de vivir en un planeta esférico que era necesario conocer y explorar. Un planeta que, a su vez, gira en torno a su eje y viaja alrededor del Sol a la vertiginosa velocidad media de 107 227 kilómetros por hora (29.8 km/s). 1969 marcó otro importante hito al poner, con el Apolo 11, las primeras huellas humanas en la Luna.
Nos desplazamos en el espacio y en el tiempo, al igual que el Universo al que pertenecemos. Pero hemos hecho también un largo viaje por el conocimiento. Por ello, los viajes reales conviven con los imaginarios; los viajes hacia el exterior y los sueños de llegar a lejanas galaxias impulsan al mismo tiempo la necesidad del viaje interior, a fin de conocernos mejor a nosotros mismos.
Nada permanece. Todo se mueve, todo cambia, todo se transforma. Todo fluye, como apuntaba Heráclito con el concepto del panta rei.
La vida humana como viaje
Los viajes no son una actividad más entre los pasatiempos humanos. Desde tiempos inmemoriales se concibe la existencia como un viaje, y la realidad de los seres humanos como la del “Homo Viator”, el ser que está en camino.
Por ello, en la raíz de todas las culturas del planeta hay una historia de un viaje (muchas veces iniciático) que cambió el curso de la realidad, desde el viaje de Abraham al de Ulises.
También los viajes adquieren significados religiosos y sus caminos son vías para peregrinaciones tan importantes como las que tienen como objetivo Roma, La Meca o Santiago de Compostela.
Los viajes nos cambian. A menudo, a lo largo de ellos debemos enfrentarnos a retos y pruebas difíciles. En eso consiste el viaje del héroe, el mito que expuso Joseph Campbell en su libro El héroe de las mil caras tras estudiar el patrón narrativo de clásicos religiosos, espirituales, mitológicos y literarios, incluyendo las historias de Osiris, Prometeo, Buda, Moisés, Mahoma y Jesús. Según su teoría, en este patrón, a lo largo de doce complejas etapas, el héroe que persiste acaba realizando su misión, encontrándose a sí mismo y transformándose.
Las doce etapas empiezan en el mundo ordinario y acaban con el regreso de un héroe transformado a ese mismo mundo ordinario. En el medio, el protagonista transita por la llamada a la aventura, que inicialmente rechaza, se encuentra con el maestro, sus aliados o los enemigos y se enfrenta a diferentes obstáculos hasta llegar a la prueba suprema, la que precipita la conclusión, el camino de vuelta y su “resurrección” como un nuevo ser.
Esta también es la estructura básica de muchas grandes novelas y muchas grandes epopeyas (Star Wars, Dune, Harry Potter o Matrix).
Los viajes en la literatura
Una de las obras más importante de la literatura universal de todos los tiempos, el Quijote, también tiene como hilo conductor el viaje de su protagonista para enderezar lo torcido e impartir justicia. Y el inmortal Cervantes dejó dicho: “El que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho” (El Quijote, II, 25).
Lectura y viaje, dos experiencias humanas que dilatan y enriquecen la vida. Hoy sabemos que la obra cervantina no hubiera sido posible sin sus muchos e importantes viajes, de los que supo extraer, con extraordinaria perspicacia, acontecimientos, temas, escenarios y personajes para sus ficciones, potenciadas también por sus múltiples e importantes lecturas. Incluso la que él consideraba su mejor obra, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, es un largo viaje desde el norte de Europa, los helados confines de Tule, hasta Roma, donde sus protagonistas, superadas las pruebas y contratiempos, alcanzarán la felicidad.
La presencia de los viajes en la creación literaria ha sido constante en todos los tiempos y lugares, y llega con gran vitalidad a nuestros días. Muchas de las obras fundamentales de nuestra cultura llevan su referencia en el título como Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift o De la Tierra a la Luna y Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne.
Marco Polo inicia con el El libro de las maravillas una especial literatura de viajeros de trasfondo biográfico, también proseguida por grandes escritores como Goethe, Flaubert, Stendhal, Stevenson o Kipling, por solo citar a algunos. Viaje de un naturalista alrededor del mundo, de Charles Darwin, refiere su crucial navegación en el Beagle antes de que El origen de las especies cambiara la ciencia y la concepción de lo humano. Jack Kerouac escribe su más importante obra, En el camino, subrayando esa dimensión itinerante de lo humano.
Algunos de los últimos Premios Nobel de Literatura, Olga Tokarczuk y Peter Handke, colocan el viaje en el núcleo mismo de su escritura, y el último libro de Tokarczuk lleva por nombre Los errantes, que nos acerca a esos otros viajes obligados de quienes tienen que afrontar las migraciones o los exilios.
El viaje definitivo
Así se titula un hermoso poema de Juan Ramón Jiménez que comienza con el verso “Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando”, que subraya la continuidad de la vida más allá de la inevitable desaparición de cada uno de nosotros.
Por ello, me gustaría terminar este recorrido a través del viaje de la existencia con ese final inevitable que a todos nos espera: la muerte. Su aceptación y la preparación para ella dan sentido y plenitud a nuestras vidas. Antonio Machado de nuevo lo expresa al final de su Retrato, presto a tomar la barca de Caronte “ligero de equipaje”:
“Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”.