¿El capitalismo y el neoliberalismo generan sociedades más violentas?

Con la llegada de Gobiernos de izquierda a la mayor parte de América Latina los cuestionamientos a sistemas capitalistas como el neoliberalismo han abierto el debate respecto a qué tanto la ideología detrás de estos modelos es generadora de violencia en la sociedad.


La idea de que sistemas que priorizan la propiedad privada y el libre mercado se vuelven semilleros de violencia y problemas sociales ha sido planteada desde tiempos de la Ilustración por filósofos como Jean-Jacques Rousseau y ha sido ampliada y estudiada por autores como Karl Marx, Karl Polanyi, Mark Fishery hasta Rosa Luxemburgo, entre otros.

En entrevista para Sputnik, David Pavón-Cuellar, doctor en Psicología por la Universidad de Santiago de Compostela, opina que “el capitalismo es esencialmente violento” en tanto que sus “procesos de mercantilización y liberalización tan solo han podido implantarse de modo violento al socavar, desgarrar y aniquilar instituciones, culturas y sociedades enteras”.

En este sentido, Pavón-Cuellar considera que la propia estructura capitalista del modelo neoliberal, que tiende a la expansión, genera violencias estructurales toda vez que “la acumulación del capital, su operación básica y necesaria, implica una incesante acumulación primitiva, una conquista de nuevos mercados, una extracción de nuevos recursos, una destrucción de nuevos ecosistemas, una colonización de nuevas tierras, una desarticulación y subsunción de nuevas regiones de nuestra cultura y de nuestra subjetividad”.

“Para que los capitales puedan incrementarse como lo hacen, tienen que violentar a una gran parte de la población mundial al condenarla a los más diversos males, entre ellos el exceso de trabajo con sus consecuencias como el estrés o el cansancio crónico, la miseria que resulta de la explotación del trabajo en el sur global y las enfermedades y muertes prematuras de las víctimas de la desertificación y la contaminación por efecto de una lógica perversa capitalista de sobreproducción y sobreconsumo”, señala el investigador.

El capital crece en el individualismo

Aníbal Garzón, sociólogo de la Universidad Autónoma de Barcelona, considera que la violencia estructural del modelo capitalista se manifiesta “cuando no se cubren las necesidades básicas” de la población, a la cual se le hace responsable de sus carencias, pese a las desigualdades perceptibles en prácticamente todas las naciones y a pesar de que cada persona y familia tiene un contexto distinto.

Según un informe del Banco Mundial, en los últimos 30 años la movilidad económica entre generaciones se estancó, principalmente en países en desarrollo.

“El neoliberalismo ha implementado desde su maquinaria ideológica un individualismo extremo, donde el egoísmo, el fracaso en la vida no es por un mecanismo del modelo económico, sino el fracaso eres tú, lo que termina generando es una presión constante, psicológica, una presión a nivel social” que deriva en actos de violencia y delincuencia, afirma Garzón en una conversación para Sputnik.

Para el docente universitario el sistema capitalista alimenta la idea de que el individuo es pequeño e insuficiente, por tanto, debe competir para crecer, pero siempre enfocado a la superación del otro y no al crecimiento colectivo, lo que a su vez alienta al egoísmo.

“Tenemos que ser competitivos […]. La competencia puede ser buena, puede ser sana y puede generar iniciativa, pero esa competencia nunca puede estar apartada de la cooperación y de la identidad colectiva, yo puedo competir con otro, pero con la idea de que yo arrastre a la otra persona de llevar un beneficio común”, comenta.

En este tenor, David Pavón-Cuellar señala que los modelos capitalistas producen sujetos posesivos, acumulativos, asertivos, agresivos y competitivos que, lo mismo pueden verse en los líderes de organizaciones criminales como en los especuladores de la bolsa o en los empresarios y emprendedores con “mentalidad de tiburón” que siempre apuestan a ganar y dominar por sobre todo.

“La violencia de estos individuos se explica por su competitividad, sí, pero también por muchos otros factores, entre ellos su desvinculación interna con respecto a la comunidad, una desvinculación que a su vez genera diversas actitudes que favorecen la violencia, como el egoísmo, los abusos, la desconfianza, la hostilidad hacia los otros y evidentemente la rivalidad y la competitividad”, explica.

Además, el autor de Psicoanálisis y revolución apunta que el capitalismo promueve la idea de que el prójimo deja de ser “pareja, familiar, amigo, compañero o conciudadano para convertirse en un simple socio, en un proveedor, en un comprador potencial, en un recurso humano explotable o un competidor“.

Ambos especialistas coinciden en que este egoísmo inherente a la competencia voraz del capitalismo, no podría darse sin promover el individualismo, es decir, dejar de pensar en lo colectivo para abocarse únicamente en lo subjetivo, incluso si esto pone en riesgo la existencia de una comunidad que termina sometida a las condiciones que imponen los empresarios y el Estado.

“El capital no solo necesita del individualismo para dividir y vencer a la humanidad en general, sino también para sustituirse a cualquier entidad colectiva humana particular, culturalmente particularizada, que pueda resistírsele y estorbar sus procesos”, opina Pavón-Cuellar.

Por ello, los aparatos ideológicos y represivos del Estado someten a los individuos para convertirlos en ciudadanos dóciles y trabajadores explotados, bajo una idea de falsa libertad en la que nadie es obligado a trabajar, pero todos necesitan trabajar para subsistir, incluso si esto se da en condiciones de explotación.

“La explotación ha ido generalizándose y normalizándose hasta el punto de pasar desapercibida, porque el trabajo explotado ha terminado convirtiéndose en el único trabajo posible, porque no hay otra forma de trabajar que no sea la de ser explotado, pero también porque los aparatos ideológicos y disciplinarios del capitalismo nos han hecho aceptar e incluso desear nuestra explotación, amar nuestras cadenas, como en la servidumbre voluntaria que Étienne La Boétie ya denunciaba en el siglo XVI”, opina David Pavón.

La falsa y armada libertad del capitalismo

Las narrativas que el capital ha adoptado como la falsa idea de libertad o la superación personal como meta del éxito sin mediar en las desigualdades sociales y los privilegios de las clases dominantes, son recursos que se utilizan para sustentar el poder, justificar las violencias estructurales y las guerras en otros países.

Ejemplo de ello, según Aníbal Garzón, es el discurso estadounidense de democracia y respeto a los derechos humanos mientras bombardea Siria, lo que evidencia “una sociedad del tipo Mundo feliz donde los oligarcas” se apropian de discursos completamente contrarios a sus acciones.

“Sobra decir que estas justificaciones y otras más constituyen solo pretextos con los que se distrae la atención de los verdaderos motivos de las guerras modernas, motivos generalmente asociados con el sistema capitalista, como el control del comercio, el saqueo de los territorios, la protección de inversiones, la conquista de nuevos mercados, la disposición de materias primas estratégicas, la defensa de intereses de empresas nacionales o transnacionales, el desarrollo de la rentable industria armamentista”, opina David-Pavón Cuellar.

Tan solo los últimos dos años, las principales armerías de EU reportaron ganancias de más de 1.000 millones de dólares únicamente por la venta local de rifles AR-15, según un informe presentado ante el Congreso de Estados Unidos, país que concentra el 34% de las ventas globales de armas.

Según datos del Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPIR, por sus siglas en inglés) entre 2013 y 2017 las ventas de armas en el mundo crecieron un 10% en comparación con el periodo entre 2008 y 2012, lo que deja ingresos por más de 100.000 millones de dólares al año.

“Este sector será tanto más próspero cuanta más violencia haya en el mundo. Su negocio es la violencia, tanto la criminal como la bélica legal. Nos hemos enterado recientemente, por ejemplo, del alza exponencial de los precios de las acciones de los fabricantes de armas gracias a la lucrativa guerra en Ucrania. Quizás esta guerra sea una catástrofe para quienes la están viviendo, pero es la mejor noticia del año para los accionistas de la industria militar”, recuerda David Pavón-Cuéllar.

La industria armamentística es clave para la operación del capitalismo, pues no solo legitima la violencia del Estado que combate a la delincuencia y a los “comunistas” que amenazan con robar todo, sino que genera un círculo vicioso que permite al crimen organizado adaptarse a la dinámica capitalista de acumular y dominar, gracias a las ventas de armerías internacionales, mientras que las grandes trasnacionales eluden las críticas al no basar sus estrategias en ataques armados.

“Es más fácil pensar en la violencia del crimen organizado que en la de grandes empresas, como las de refrescos azucarados y comida chatarra, que matan con sus venenos a muchas más personas que los peores carteles de narcotraficantes”, señala Pavón-Cuellar.

Con información de Sputnik / Por: Mario Yberry.

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La idea de que sistemas que priorizan la propiedad privada y el libre mercado se vuelven semilleros de violencia y problemas sociales ha sido planteada desde tiempos de la Ilustración por filósofos como Jean-Jacques Rousseau y ha sido ampliada y estudiada por autores como Karl Marx, Karl Polanyi, Mark Fishery hasta Rosa Luxemburgo, entre otros.

En entrevista para Sputnik, David Pavón-Cuellar, doctor en Psicología por la Universidad de Santiago de Compostela, opina que “el capitalismo es esencialmente violento” en tanto que sus “procesos de mercantilización y liberalización tan solo han podido implantarse de modo violento al socavar, desgarrar y aniquilar instituciones, culturas y sociedades enteras”.

En este sentido, Pavón-Cuellar considera que la propia estructura capitalista del modelo neoliberal, que tiende a la expansión, genera violencias estructurales toda vez que “la acumulación del capital, su operación básica y necesaria, implica una incesante acumulación primitiva, una conquista de nuevos mercados, una extracción de nuevos recursos, una destrucción de nuevos ecosistemas, una colonización de nuevas tierras, una desarticulación y subsunción de nuevas regiones de nuestra cultura y de nuestra subjetividad”.

“Para que los capitales puedan incrementarse como lo hacen, tienen que violentar a una gran parte de la población mundial al condenarla a los más diversos males, entre ellos el exceso de trabajo con sus consecuencias como el estrés o el cansancio crónico, la miseria que resulta de la explotación del trabajo en el sur global y las enfermedades y muertes prematuras de las víctimas de la desertificación y la contaminación por efecto de una lógica perversa capitalista de sobreproducción y sobreconsumo”, señala el investigador.

El capital crece en el individualismo

Aníbal Garzón, sociólogo de la Universidad Autónoma de Barcelona, considera que la violencia estructural del modelo capitalista se manifiesta “cuando no se cubren las necesidades básicas” de la población, a la cual se le hace responsable de sus carencias, pese a las desigualdades perceptibles en prácticamente todas las naciones y a pesar de que cada persona y familia tiene un contexto distinto.

Según un informe del Banco Mundial, en los últimos 30 años la movilidad económica entre generaciones se estancó, principalmente en países en desarrollo.

“El neoliberalismo ha implementado desde su maquinaria ideológica un individualismo extremo, donde el egoísmo, el fracaso en la vida no es por un mecanismo del modelo económico, sino el fracaso eres tú, lo que termina generando es una presión constante, psicológica, una presión a nivel social” que deriva en actos de violencia y delincuencia, afirma Garzón en una conversación para Sputnik.

Para el docente universitario el sistema capitalista alimenta la idea de que el individuo es pequeño e insuficiente, por tanto, debe competir para crecer, pero siempre enfocado a la superación del otro y no al crecimiento colectivo, lo que a su vez alienta al egoísmo.

“Tenemos que ser competitivos […]. La competencia puede ser buena, puede ser sana y puede generar iniciativa, pero esa competencia nunca puede estar apartada de la cooperación y de la identidad colectiva, yo puedo competir con otro, pero con la idea de que yo arrastre a la otra persona de llevar un beneficio común”, comenta.

En este tenor, David Pavón-Cuellar señala que los modelos capitalistas producen sujetos posesivos, acumulativos, asertivos, agresivos y competitivos que, lo mismo pueden verse en los líderes de organizaciones criminales como en los especuladores de la bolsa o en los empresarios y emprendedores con “mentalidad de tiburón” que siempre apuestan a ganar y dominar por sobre todo.

“La violencia de estos individuos se explica por su competitividad, sí, pero también por muchos otros factores, entre ellos su desvinculación interna con respecto a la comunidad, una desvinculación que a su vez genera diversas actitudes que favorecen la violencia, como el egoísmo, los abusos, la desconfianza, la hostilidad hacia los otros y evidentemente la rivalidad y la competitividad”, explica.

Además, el autor de Psicoanálisis y revolución apunta que el capitalismo promueve la idea de que el prójimo deja de ser “pareja, familiar, amigo, compañero o conciudadano para convertirse en un simple socio, en un proveedor, en un comprador potencial, en un recurso humano explotable o un competidor“.

Ambos especialistas coinciden en que este egoísmo inherente a la competencia voraz del capitalismo, no podría darse sin promover el individualismo, es decir, dejar de pensar en lo colectivo para abocarse únicamente en lo subjetivo, incluso si esto pone en riesgo la existencia de una comunidad que termina sometida a las condiciones que imponen los empresarios y el Estado.

“El capital no solo necesita del individualismo para dividir y vencer a la humanidad en general, sino también para sustituirse a cualquier entidad colectiva humana particular, culturalmente particularizada, que pueda resistírsele y estorbar sus procesos”, opina Pavón-Cuellar.

Por ello, los aparatos ideológicos y represivos del Estado someten a los individuos para convertirlos en ciudadanos dóciles y trabajadores explotados, bajo una idea de falsa libertad en la que nadie es obligado a trabajar, pero todos necesitan trabajar para subsistir, incluso si esto se da en condiciones de explotación.

“La explotación ha ido generalizándose y normalizándose hasta el punto de pasar desapercibida, porque el trabajo explotado ha terminado convirtiéndose en el único trabajo posible, porque no hay otra forma de trabajar que no sea la de ser explotado, pero también porque los aparatos ideológicos y disciplinarios del capitalismo nos han hecho aceptar e incluso desear nuestra explotación, amar nuestras cadenas, como en la servidumbre voluntaria que Étienne La Boétie ya denunciaba en el siglo XVI”, opina David Pavón.

La falsa y armada libertad del capitalismo

Las narrativas que el capital ha adoptado como la falsa idea de libertad o la superación personal como meta del éxito sin mediar en las desigualdades sociales y los privilegios de las clases dominantes, son recursos que se utilizan para sustentar el poder, justificar las violencias estructurales y las guerras en otros países.

Ejemplo de ello, según Aníbal Garzón, es el discurso estadounidense de democracia y respeto a los derechos humanos mientras bombardea Siria, lo que evidencia “una sociedad del tipo Mundo feliz donde los oligarcas” se apropian de discursos completamente contrarios a sus acciones.

“Sobra decir que estas justificaciones y otras más constituyen solo pretextos con los que se distrae la atención de los verdaderos motivos de las guerras modernas, motivos generalmente asociados con el sistema capitalista, como el control del comercio, el saqueo de los territorios, la protección de inversiones, la conquista de nuevos mercados, la disposición de materias primas estratégicas, la defensa de intereses de empresas nacionales o transnacionales, el desarrollo de la rentable industria armamentista”, opina David-Pavón Cuellar.

Tan solo los últimos dos años, las principales armerías de EU reportaron ganancias de más de 1.000 millones de dólares únicamente por la venta local de rifles AR-15, según un informe presentado ante el Congreso de Estados Unidos, país que concentra el 34% de las ventas globales de armas.

Según datos del Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPIR, por sus siglas en inglés) entre 2013 y 2017 las ventas de armas en el mundo crecieron un 10% en comparación con el periodo entre 2008 y 2012, lo que deja ingresos por más de 100.000 millones de dólares al año.

“Este sector será tanto más próspero cuanta más violencia haya en el mundo. Su negocio es la violencia, tanto la criminal como la bélica legal. Nos hemos enterado recientemente, por ejemplo, del alza exponencial de los precios de las acciones de los fabricantes de armas gracias a la lucrativa guerra en Ucrania. Quizás esta guerra sea una catástrofe para quienes la están viviendo, pero es la mejor noticia del año para los accionistas de la industria militar”, recuerda David Pavón-Cuéllar.

La industria armamentística es clave para la operación del capitalismo, pues no solo legitima la violencia del Estado que combate a la delincuencia y a los “comunistas” que amenazan con robar todo, sino que genera un círculo vicioso que permite al crimen organizado adaptarse a la dinámica capitalista de acumular y dominar, gracias a las ventas de armerías internacionales, mientras que las grandes trasnacionales eluden las críticas al no basar sus estrategias en ataques armados.

“Es más fácil pensar en la violencia del crimen organizado que en la de grandes empresas, como las de refrescos azucarados y comida chatarra, que matan con sus venenos a muchas más personas que los peores carteles de narcotraficantes”, señala Pavón-Cuellar.

Con información de Sputnik / Por: Mario Yberry.

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