Donde no llega Google Maps a Tijuana…

Camino Verde es un sector donde sus habitantes, además, se han vuelto desconfiados. Y con razón. Cada tres o seis años, los gobiernos hacen como que atienden los problemas más apremiantes.


La tarde está cayendo en Tijuana. Estás en Camino Verde, una de las zonas con los más altos niveles de violencia y marginalidad de la ciudad, y quieres llegar a la Granja Transfronteriza, un proyecto de rescate comunitario encabezado por el colectivo Torolab.

Sacas tu celular y haces lo de siempre: checas Google Maps. En un par de segundos te despliega una ruta casi directa. Ésta:


Pero dejas de mirar la pantalla, volteas al mundo real y ves esto:


¿Qué decides? ¿Vas o no? ¿Le haces caso a Google o a tu sentido común?

Todos los días, miles de vecinos en infinidad de comunidades y regiones subdesarrolladas (en consecuencia, desatendidas) tienen que tomar decisiones que definen su movilidad e impactan en su bienestar subjetivo.

El uso de tecnologías como el internet de las cosas para abordar problemas urbanos es tan incipiente como necesario en estas comunidades. La perspectiva que nos llega de su uso y aplicabilidad casi siempre proviene de países desarrollados; pero nuestra realidad es otra. La marginación, sea por razones sociales, económicas (servicios, educación, infraestructura, nivel de ingresos) o en función de discapacidades, es un factor limitante que se debe tener en cuenta al momento de desarrollar dispositivos y aplicaciones útiles para quienes habitan estas colectividades desfavorecidas.

Camino Verde es un sector donde sus habitantes, además, se han vuelto desconfiados. Y con razón. Cada tres o seis años, los gobiernos hacen como que atienden los problemas más apremiantes: seguridad, servicios básicos, empleo, movilidad. Lo mismo los partidos políticos en tiempo de elecciones, las iglesias que buscan seguidores y hasta algunos líderes sociales. Lo cierto es que la calidad de vida aquí difícilmente mejora.

En este contexto, colectivos como Torolab e investigadores como José Antonio García Macías (Ciencias de la Computación, CICESE), buscan no solo medir aspectos novedosos como el bienestar subjetivo de quienes viven aquí, sino desarrollar proyectos tecnológicos con pertinencia social. ¿Cómo lo han hecho? Literalmente “picando piedra”. Durante años trabajaron con los vecinos, se ganaron su confianza y lograron establecer un laboratorio urbano viviente.

¿Las aplicaciones de navegación actuales son las más apropiadas en zonas que no están bien cartografiadas? ¿Cómo afecta la movilidad el bienestar subjetivo de quienes viven aquí? ¿Cómo se puede aprovechar el conocimiento empírico de la gente? ¿Es posible desarrollar un sistema portátil y adaptable para ayudar a personas con discapacidad visual en estos entornos? ¿Cómo establecer un programa de crowd sensing (detección de multitudes) para caracterizar la movilidad o para contrarrestar la pobreza nutricional?

Cada una de estas preguntas tuvo una respuesta puntual a través de proyectos, tesis que desarrollaron estudiantes de posgrado e iniciativas académicas.

¿Pero de dónde sale el interés de trabajar en estas zonas, de tomar en cuenta este tipo de contextos que son muy específicos en zonas marginadas?


Antonio García nos comenta: “Nos dimos cuenta que el desplazamiento por estas zonas marginadas tiene que ver con el contexto, y ese contexto lo conocen solo los vecinos, quienes viven ahí. Para empezar, no todos los accesos y veredas están mapeados; muchos se van haciendo de manera informal por la misma necesidad de que pase la gente. Ellos ya saben que una calle que está marcada en los mapas para llegar del punto A al B, a lo mejor cuando llovió (es un cerro y no está pavimentado) se hace una tremenda zanja y entonces es muy difícil circular por ahí, o se hizo un arroyo. Entonces saben que le deben sacar la vuelta e irse por allá, pero por ahí resulta que no es un camino establecido formalmente en las cartas del municipio porque es un lote baldío; pero por ahí cruza la gente. O que es muy peligroso. En Camino Verde vimos que había muchas personas que tenían que ir al mercado, pero para ir hacia allá no hay una ruta directa; la única es por la carretera, que no tiene banquetas. Muchos vecinos no tienen carro y se tienen que ir a pie con todo lo peligroso que eso resulta, con los camiones y el tráfico pesado pasando. Estas rutas las toma la gente por la misma infraestructura, o por falta de ella, y las aplicaciones como Google Maps no te pueden sugerir ese tipo de cosas”.

Realizaron una campaña que duró cuatro semanas en la que se entregó un sistema móvil a los habitantes de Camino Verde para rastrear su movilidad, con la idea de detectar qué rutas seguían en sus actividades cotidianas. Así, monitorearon 537 rutas individuales y calcularon la divergencia entre la ruta real que utilizaban los participantes del ensayo, y la ruta sugerida por Google Maps.


Los resultados se publicaron en dos artículos. “Crowd sensing para caracterizar la movilidad y su impacto en el bienestar subjetivo de una región subdesarrollada”, donde se aprecia que la movilidad se ve afectada en cuatro aspectos: geografía, tiempo, economía y seguridad.

El otro, “Donde no llega Google Maps: decisiones de movilidad de la gente de vecindarios desatendidos”, un estudio contextual para entender cómo afecta en la vida diaria la falta de acceso a sus trabajos y servicios públicos, y cuál es el rol del transporte público en esto. Aquí se destaca que las aplicaciones de navegación no son las más apropiadas porque las zonas no están bien cartografiadas, o porque no consideran rutas informales o el conocimiento semántico de la gente que ahí vive. Por ello, al documentar sus decisiones de movilidad, queda clara la necesidad de diseñar sistemas que proporcionen ayudas a la navegación tomando en cuenta el contexto específico de cada región.

– Pero en principio acercarte a la gente, pedirles que usen un dispositivo que ustedes desarrollaron, no es fácil. Tienen que ganarse la confianza, tienen que interactuar con ellos. ¿Qué tuvieron que hacer para llegar a establecer esta comunicación y trabajo colaborativo con los habitantes de la zona?

“Aquí la clave es que empezamos hace años a trabajar con el colectivo Torolab de Tijuana, que es un colectivo artístico y social. Ellos tenían el proyecto de la Granja Transfronteriza en Camino Verde. Y bueno, ellos tuvieron que trabajar un montón, hacer esa etapa de acercarse a la comunidad, de ganarse su confianza, de empezar actividades, pero de acuerdo a lo que ellos requerían y no de acuerdo a lo que alguien llega a decirles: ‘¡esto es lo que ustedes requieren!’


“Ya después de años en que se ganaron esta confianza, empezamos a colaborar con ellos y así nos vieron como parte de este colectivo; por eso fue que nos aceptaron tan bien. Aparte, la estrategia nos la dejaron muy clara los de Torolab. Aquí hay que hacer algo que genere un beneficio a la comunidad; no solamente a ti como institución. Tiene que verse que ellos se están llevando un beneficio y solo así van a acceder a colaborar. Con esa estrategia, un estudiante de doctorado, Miguel Ylizaliturri, armó un club para alumnos de primaria y secundaria. Le llamó COCOClub, y les empezó a dar clases de computación de manera gratuita ahí en la granja. Los papás veían que casi era una guardería: llevo a mi chamaco, no anda metiéndose con los vagos en drogas; mejor van ahí, están bien cuidados, aprenden algo y no me están cobrando por ello. Empezaron a ver un beneficio al participar. Conocieron a Miguel, le decían el profe, y Miguel les pidió que salieran a tomar fotos como parte de una práctica, y la gente no lo vio mal. En todo esto desde luego que hay el consentimiento de los padres, se les informa: la actividad va a consistir en esto y esto, y los padres o tutores de los menores tenían que firmar sí aceptaban esto y cuando les explicó que iban a participar en un estudio de movilidad (con datos estandarizados, sin necesidad de dar su nombre y siguiendo ciertos protocolos), lo aceptaron porque dijeron: es el profe, ya lo conocemos, nos está diciendo claramente los alcances de esto y no se ve nada malo, y así fue que nos autorizaron realizar estos estudios.

“El crédito más grande se lo lleva Torolab, que ya tiene años picando piedra ahí. Es la única manera de hacer esto. La gente es muy desconfiada en regiones así, donde están muy golpeados por la situación económica, y donde ya conocen que cada cierto número de años llega gente de los partidos políticos, les prometen un montón de cosas y después cuando se acaban las campañas ya no los vuelven a ver. O llega gente de iglesias dándoles dádivas, comida y otras cosas, pero ya saben que tienen que participar en actividades religiosas, y a lo mejor no las comparten porque son de otra religión”.

– ¿Cómo ves los resultados? Hay publicaciones, han logrado la participación de los habitantes en estos estudios, pero aparte de eso, ¿qué otros resultados consideran que se pueden destacar de su participación?

“Lo que se me hace muy importante es que nos ganamos la confianza de los vecinos para seguir haciendo intervenciones ahí. Ya tenemos un laboratorio urbano viviente donde podemos estudiar fenómenos de comunidades marginadas, y eso no es nada fácil. En este laboratorio podemos ver las realidades de los vecinos, no lo que nos platican, y podemos hacer aportaciones como esta del COCOClub, o tener información que se la podemos pasar a los gobiernos. Desafortunadamente no se ha podido llevar con los gobiernos un poco más allá. Por ejemplo, con el gobierno de Tijuana había muy buena relación, habíamos quedado de pasarles unos datos de lo que encontramos respecto a la movilidad para que la tomaran en cuenta en los planes de desarrollo, pero vino un nuevo gobierno, este que acaba de entrar y ya no conocemos a nadie. Estos cambios no nos ayudan en nada para el tipo de vinculaciones que queremos hacer”.

Considerando la pobreza nutricional en la que viven muchos niños y jóvenes que viven ahí, diseñaron un programa de salud al que llamaron “¿Qué comiste hoy?”, basado en tres ejes. El primero, la recopilación de fotos (tomadas con dispositivos móviles) de lo que cada quien comía en el día, con información contextual, entre los niños que asistían al COCOClub. El segundo eje trataba de corregir las deficiencias nutrimentales que detectaron. Para ello, se diseñó y comenzó a funcionar un comedor comunitario en la granja, donde nutriólogos analizaban la información y diseñaban dietas que suplieran esas deficiencias y que fueran adecuadas a las posibilidades económicas de cada familia. El tercer eje estaba enfocado a monitorear la salud de los participantes y, para ello, se evaluó la usabilidad de un kiosko de tele salud basado en el sistema A-Prevenir, que desarrolló Salvador Villarreal, también investigador del CICESE.

“Había empezado un programa para monitorear todos los parámetros que mide este kiosco (altura, peso, perímetro abdominal, cadera y brazo, temperatura, tensión arterial y glucosa, entre otros); eso iba muy bien pero desafortunadamente se nos vino la pandemia y como muchas otras cosas tuvo que cerrar la granja. Se dejó de hacer porque no podías acceder a las instalaciones. Además, el impacto de la pandemia ha sido mucho mayor en este tipo de comunidades, más desfavorecidas económicamente, socialmente (…) Es hora de que apenas se van empezando a hacer nuevamente algunas actividades en la granja”, señala Antonio García.

– ¿Y qué más pueden hacer?

“Con tantas necesidades hay muchísimas cosas que queremos hacer. Por ejemplo, en lo de movilidad, lo que hicimos fue una etapa de diagnóstico inicial. A partir de eso podríamos desarrollar un sistema de sugerencia de rutas tomando en cuenta el contexto real.


“Otra cosa que queremos hacer nosotros y que lo planteamos con Raúl Cárdenas (fundador de Torolab), es hacer un mapeo considerando sentimientos. ¿Cómo es esto? Los sistemas de información geográfica te permiten elaborar mapas utilizando capas. En una capa puedes señalar los servicios públicos, por ejemplo, en otra relieve, y así lo que quieras. Entonces dijimos: ¿por qué no poner una capa de sentimientos? Eso fue parte de un estudio inicial que me gustaría llevar más allá. Los muchachos que asisten a la granja tomaron fotografías de su entorno, por todo el barrio y están geolocalizadas. Esas fotografías se les iban mostrando a quienes viven en la colonia y a gente externa, y a cada una se le iban asociando diferentes emociones: si ven una foto de un basurero a lo mejor asocian a esa foto una sensación de tristeza, enojo, o de algo así. Nadie asoció a esa fotografía una emoción de alegría. Después se hizo un análisis de clustering, para ver cúmulos, y entonces se veían zonas más iluminadas, de color rojo o de color verde, de acuerdo a la presencia de alguna emoción. Se llaman mapas de calor (heatmaps). La emoción de miedo se veía muy concentrada en una esquina en particular. Preguntamos, ¿qué pasa ahí? ¿Por qué se asocia mucho con la emoción de miedo? Pues platicando con la gente resulta que ahí venden droga; por eso el cúmulo era completamente rojo. En cuanto a la emoción de tranquilidad, coincidía en donde está la granja. Ahí la gente se siente segura. Ese tipo de cosas ayudan a conocer la situación de la colonia; son cosas que generalmente no se mapean en los sistemas de información geográfica y resultan muy importantes para estudiar lo que los economistas llaman ahora el bienestar subjetivo; es decir, el qué tan bien te sientes viviendo en el lugar en donde vives”.

La marginalidad, como se mencionó al inicio, no solo se presenta en función de cuestiones socioeconómicas. Las personas con discapacidad visual, auditiva o motriz, constituyen comunidades desfavorecidas que con frecuencia la viven, y el internet de las cosas puede ser una herramienta muy útil para contrarrestar esto.

El grupo del Dr. García Macías desarrolló un sistema portátil (modular y adaptable) para ayudar específicamente a personas con discapacidad visual a navegar en espacios físicos. El dispositivo ayuda a detectar la proximidad de objetos en el entorno y proporciona retroalimentación vibratoria. Como parte de un estudio de tesis, Pablo Balboa diseñó un prototipo que, por cuestiones de la pandemia, no lo pudo probar con personas ciegas a pesar de los contactos que ya se habían establecido para tal fin. La idea ahora es retomar el proyecto, avanzar y probar sus capacidades, pues está diseñado como para que se le puedan agregar más dispositivos y formar una red corporal inalámbrica que ayude a hacer más predicciones. O bien, que se pueda adaptar para que forme parte de un entorno aumentado, donde los objetos inteligentes se puedan comunicar entre sí.

Prototipo alojado en una tobillera y una captura de video que muestra una prueba realizada con él.

Antonio García comenta: “Parece irreal, pero si te das cuenta ya los espacios aumentados existen, en el sentido de que una persona ciega que va por la calle con un celular tiene, al menos, acceso a GPS. Con este servicio de localización se le puede ir indicando ‘estás por llegar a la farmacia que estás buscando, en la siguiente esquina’. Ese tipo de cosas. Los celulares, por sí mismos, son dispositivos que tienen varios sensores, no solamente GPS, sino acelerómetros que sirven para ver qué tan rápidos son los desplazamientos y otro tipo de cosas que si los complementas con otros dispositivos como los que se diseñaron para este proyecto (una tobillera, codera, un cinturón u otro que pueda ponerse en cualquier parte del cuerpo), va a ir detectando que por dónde caminas; si hay un obstáculo al cual hay que sacarle la vuelta, y entonces complementan las capacidades que no tiene el celular. Por eso te digo que no es tan descabellado, pues los celulares son dispositivos conectados a mucha infraestructura que está en la nube. Google Maps o cualquiera de estos servicios es un ejemplo de ellos, pero puede haber otros, como los servicios de traducción, los de reconocimiento de imágenes, etcétera. (…) Por eso no es descabellado pensar en entornos inteligentes. Cuando pensamos en eso especulamos que debemos hacer intervenciones en los semáforos, en los hidrantes, para que sean inteligentes, pero no es así realmente. Ya con las señales de los teléfonos celulares que andan volando por todas partes y que no vemos, por ahí nos puede llegar información de estos servicios en la nube que están disponibles a través de tu celular”, concluyó.

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