El país era conocido sobre todo por los autos y los celulares, pero el público mundial ha sido hipnotizado por su entretenimiento, y los creadores dicen que el éxito no se produjo de la noche a la mañana.
PAJU, Corea del Sur—En un nuevo drama coreano que se filma en el cavernoso edificio de un plató en las afueras de Seúl, un detective persigue a un hombre que vivirá 600 años debido a una maldición. Suenan disparos de pistola. Luego silencio. Entonces una mujer rompe el silencio con un grito: “¡Te dije que no le dispararas en el corazón!”.
Durante más de una hora la escena se grabó en varias ocasiones. Era parte de Bulgasal: Immortal Souls, un nuevo programa que se lanzará en diciembre por Netflix. Jang Young-woo, el director, espera que se convierta en el más reciente fenómeno surcoreano en cautivar a un público internacional.
Corea del Sur llevaba mucho tiempo lamentando su falta de exportaciones culturales innovadoras. Durante décadas la reputación del país estaba definida por sus coches y celulares fabricados por empresas como Hyundai y LG. Sus películas, programas de televisión y música, mientras tanto, eran consumidas sobre todo por una audiencia regional. Ahora las estrellas de K-pop como Blackpink, el drama distópico El juego del calamar y películas premiadas como Parásitos son tan comunes como cualquier teléfono Samsung.
Del mismo modo que Corea del Sur tomó como modelo a Japón y Estados Unidos para desarrollar su proeza manufacturera, los directores y productores del país dicen que llevan años estudiando a Hollywood y otros centros de entretenimiento, adoptando y refinando las fórmulas de la industria y añadiendo toques muy coreanos. Una vez que los servicios de emisión en continuo como Netflix derribaron las barreras geográficas, dicen los creadores, el país se transformó de un consumidor de cultura occidental en un gigante del entretenimiento y gran exportador cultural por derecho propio.
Solo en los últimos años, Corea del Sur sorprendió al mundo con Parásitos, el primer filme en lengua extranjera en ganar la categoría de mejor película en los Premios de la Academia. Y gracias a BTS cuenta con una de las bandas más grandes del mundo, si no es que la más grande. Netflix ha presentado 80 películas y programas de televisión coreanos en los últimos años, mucho más de lo que había imaginado cuando comenzó su servicio en Corea del Sur en 2016, según la compañía. Hasta el lunes, tres de las diez series más populares en Netflix eran de Corea del Sur.
“Cuando hicimos Mr. Sunshine, Aterrizaje de emergencia en tu corazón y Dulce hogar, no teníamos en mente una repercusión global”, dijo Jang, quien trabajó como coproductor o codirector en los tres programas coreanos de éxito de Netflix. “Solo tratamos de hacerlos lo más interesante y significativos posible. Es el mundo el que ha comenzado a comprender e identificarse con las experiencias emocionales que hemos estado creando desde el principio”.
La creciente demanda de entretenimiento coreano ha inspirado a creadores independientes como Seo Jea-won, quien coescribió con su esposa el guion de Bulgasal. Seo dijo que su generación consumió con voracidad éxitos de la televisión estadounidense como El hombre nuclear y Miami Vice, y así aprendieron “los conceptos básicos” y comenzaron a experimentar con la forma al agregar detalles coreanos. “Cuando los servicios de transmisión de alta calidad como Netflix llegaron con su revolución en la distribución de programas de televisión, estábamos listos para competir”, dijo.
La producción cultural de Corea del Sur sigue siendo pequeña en comparación con algunas exportaciones de productos clave —como semiconductores—, pero le ha dado al país un tipo de influencia que puede ser difícil de cuantificar. En septiembre, el Oxford English Dictionary agregó 26 nuevas palabras de origen coreano, entre ellas hallyu, que significa “ola coreana”. Corea del Norte ha calificado la invasión del K-pop como un “cáncer vicioso”. China ha suspendido decenas de cuentas de fanáticos del K-pop en las redes sociales por su comportamiento “insano”.
La capacidad del país para elevar su influencia como potencia cultural contrasta con las ineficaces campañas estatales de Pekín con el mismo objetivo. Los funcionarios surcoreanos que han intentado censurar a artistas del país no han tenido mucho éxito. En cambio, varios políticos han comenzado a promover la cultura pop surcoreana y se han promulgado leyes como la que permite a algunos artistas pop varones posponer el servicio militar obligatorio. Este mes, funcionarios del gobierno permitieron a Netflix instalar una estatua gigante de El juego del calamar en el Parque Olímpico de Seúl.
El éxito explosivo no llegó de la noche a la mañana. Mucho antes de que El juego del calamar se convirtiera en la serie más vista en Netflix o que BTS se presentara en las Naciones Unidas, programas de televisión coreanos como Sonata de invierno y grupos como Bigbang y Girls’ Generation habían conquistado otros mercados en Asia y más allá. Pero no lograron el alcance global de la actual ola. Con el sencillo “Gangnam Style”, Psy se convirtió en un artista de un solo éxito.
“Nos encanta contar historias y tener buenas historias que contar”, dijo Kim Young-kyu, director ejecutivo de Studio Dragon, el estudio más grande de Corea del Sur, que produce decenas de series al año. “Pero nuestro mercado interno es muy pequeño y demasiado competido. Necesitábamos volvernos globales”.
A pesar de que Corea del Sur había estado produciendo obras con temáticas sobre la desigualdad, la audiencia internacional no comenzó a prestar atención de verdad hasta el año pasado, cuando Parásitos, una película que se centra en la enorme brecha entre ricos y pobres, ganó el Oscar.
“El mundo no conocía esas obras hasta que plataformas de transmisión en continuo como Netflix y YouTube lo ayudaron a descubrirlas en un momento en que la gente ve más entretenimiento por internet”, dijo Kang Yu-jung, profesor de la Universidad de Kangnam, en Seúl.
Antes de Netflix, un número limitado de emisoras nacionales controlaba la industria de la televisión de Corea del Sur. Desde entonces, esas emisoras han sido eclipsadas por las plataformas de transmisión y por estudios de producción independientes, como Studio Dragon, que brindan el financiamiento y la libertad artística necesarios para llegar a los mercados internacionales.
Los censores surcoreanos examinan los medios en busca de contenido que se considere violento o sexualmente explícito, pero los programas de Netflix están sujetos a restricciones menos estrictas que los que se transmiten en las cadenas de televisión locales. Los creadores también dicen que las leyes de censura del país los han obligado a ser más creativos, confeccionando personajes y tramas que son más convincentes que la mayoría.
A menudo, las escenas están llenas de interacciones emocionalmente complejas, o “sinpa”. Los héroes suelen ser personas de a pie, profundamente imperfectas, atrapadas en situaciones imposibles y que se aferran a valores compartidos como el amor, la familia y el cuidado de los demás. Los directores y productores dicen que, de manera deliberada, quieren que todos sus personajes “huelan a humanos”.
A medida que Corea del Sur emergió de la vorágine de la guerra, la dictadura, la democratización y el crecimiento económico acelerado, sus creadores desarrollaron un olfato agudo para lo que la gente quería ver y escuchar, y que con frecuencia tenía que ver con el cambio social. La mayoría de las películas nacionales más exitosas en la taquilla relatan historias con tramas que le hablan a la gente común, como la desigualdad de ingresos, y la frustración y conflicto de clases que genera.
El director de El juego del calamar, Hwang Dong-hyuk, ganó renombre por primera vez con Dogani, una película de 2011 basada en un escándalo de la vida real sobre abuso sexual en una escuela para personas con discapacidad auditiva. La indignación generalizada provocada por la película obligó al gobierno a identificar a los maestros con antecedentes de abuso sexual en las escuelas para menores discapacitados.
Aunque los artistas de K-pop casi nunca hablan de política, su música ha ocupado una importancia central en la vibrante cultura de protesta de Corea del Sur. Cuando las estudiantes de la Universidad de Mujeres Ewha en Seúl iniciaron una serie de marchas en el campus que derivaron en un levantamiento a nivel nacional contra el gobierno en 2016, cantaron “Into the New World” de Girls’ Generation. “One Candle”, de la banda de chicos g.o.d., se convirtió en el himno no oficial de la “Revolución de las Velas”, que llevó a la salida de la presidenta Park Geun-hye.
“Una característica dominante del contenido coreano es la combatividad”, dijo Lim Myeong-mook, autor de un libro sobre la cultura juvenil coreana. “Canaliza el deseo frustrado de la gente de ascender, su enojo y su motivación para el activismo de masas”. Y, ahora, con tantas personas encerradas en casa, tratando de lidiar con la enorme angustia causada por la pandemia, las audiencias globales pueden ser más receptivas a esos temas que antes.
“Los creadores coreanos son expertos en copiar con rapidez lo que es interesante del extranjero y hacerlo suyo, haciéndolo más interesante y mejor”, dijo Lee Hark-joon, profesor de la Universidad de Kyungil y coautor de K-pop Idols.
En el plató de Bulgasal, decenas de trabajadores se apresuraron para lograr que todos los detalles de la escena estuvieran perfectos: la niebla tóxica que cubría el aire, las gotas de agua que caían sobre el suelo húmedo y la mirada “triste y lastimosa” del hombre abatido. La trama sobrenatural de la serie recuerda a programas favoritos de la televisión estadounidense como Los expedientes secretos X y Stranger Things, pero Jang ha creado una tragedia exclusivamente coreana enfocada en el eopbo, una creencia coreana de que tanto las buenas como las malas acciones afectan a una persona en el más allá.
Después del reciente éxito de las obras coreanas en el extranjero, Jang espera que la audiencia acuda en masa al nuevo programa. “La conclusión es: lo que se vende en Corea del Sur se vende a nivel mundial”.
Choe Sang-Hun es el jefe de corresponsalía en Seúl para The New York Times, enfocado en noticias sobre Corea del Norte y Corea del Sur.