Familiares y amigos de víctimas de Nuevo Laredo acusan al Ejército de México; hasta el momento permea el silencio oficial ante la muerte a balazos de cinco jóvenes presuntamente a manos de soldados.
Por: Pablo Ferri / El País
Cuatro cruces de cal cubren sendas costras de sangre en una calle del sur de Nuevo Laredo, en el Estado de Tamaulipas. Y en la banqueta, brazos cruzados, miradas de enfado, expresiones de tono inflamado. “¿Ahora qué? ¿No podemos salir a divertirnos porque ya estamos haciendo algo malo?”, dice una de las chicas, sin esperar respuesta alguna. Las otras asienten y miran al suelo. Atardece en la ciudad fronteriza. Extraña el contraste entre las manchas oscuras del piso, el enojo y el rojo azucarado del horizonte.
Los charcos secos de sangre atestiguan el último episodio violento en Nuevo Laredo. En la madrugada del sábado al domingo, militares mataron aquí a balazos a cinco muchachos y dejaron a otro malherido, según cuentan vecinos, familiares y amigos entrevistados en la zona. Hasta la noche del lunes, el Ejército mexicano no ha dado explicación alguna. Un vocero de la Fiscalía General de la República (FGR) solo ha dicho que se ha abierto una investigación al respecto.
Según ha explicado el Comité de Derechos Humanos de Nuevo Laredo, una organización no gubernamental, los muchachos acudieron a una discoteca en la noche del sábado. Dejaron el lugar a eso de las 4.00 y en el camino de vuelta, una camioneta del Ejército les interceptó. Los militares abrieron fuego. Dispararon más de 20 veces, según el Comité. La organización señala que al menos dos de los cinco muchachos habrían sido ultimados por los soldados, ya en la calle, fuera del carro.
Las muertes de los jóvenes y las sospechas que caen sobre el Ejército ocurren en un contexto muy complicado. Nuevo Laredo es uno de los puntos fronterizos más transitados entre México y Estados Unidos y uno de los principales canales comerciales que mantienen ambos países. La ciudad es también guarida del Cartel del Noreste, heredero de Los Zetas, que usan el lugar como nudo logístico para sus negocios: trata de migrantes, tráfico de drogas…
Las Fuerzas Armadas asumieron desde hace tiempo la seguridad en las calles de Nuevo Laredo, con resultados, en diversas ocasiones, nefastos, como lo es el caso, por ejemplo, de la niña Heidi Pérez. En septiembre pasado, la menor, de cuatro años, murió a balazos por parte de militares —en un caso tanto o más confuso que el de este domingo— cuando su cuidadora la llevaba al médico. La muerte de Heidi permanece atascada en los tribunales.
Junto al lugar donde permanecen las marcas de las balas disparadas este domingo vive un matrimonio de sexagenarios, con su nieto, la esposa de este, y dos pequeños de dos y cuatro años. La señora, que prefiere no decir su nombre, sufre de insuficiencia renal y acude tres veces a la semana al hospital para sus sesiones de hemodiálisis. Agujeros de bala cubren la fachada de la casa, las ventanas, y parte del interior. Los tiros destruyeron la televisión y dejaron maltrechos el refrigerador y la estufa de la cocina. Ella dice que de 20 nada, ha contado más de 60.
“Escuché ruidos fuertes y me desperté”, dice la mujer. “Me quise asomar a la calle, por la puerta y la ventana, pero cuando estábamos saliendo, un soldado vino y cerró la puerta y dijo, ‘métase para el cuarto’. Pensé que estaba soñando”, añade. “Yo desde dentro oía que alguien se quejaba, pero no sé quién”, sigue.
El esposo, un hombre flaco y diligente, está cuidando a los nietos en el patio trasero. Preguntado por sus recuerdos, se levanta y camina hacia su cuarto, que da a la calle. Marido y mujer duermen separados. Junto a su cama, en la pared, se observan dos agujeros de bala. “Estaba yo dormido así y empezaron los tiros. Me bajé de la cama y rodé y me metí debajo”, cuenta.
Se ignora hasta ahora el motivo de la refriega. No se sabe siquiera si existió tal cosa, si los balazos de los soldados respondieron a una agresión. El Comité de Derechos Humanos de Nuevo Laredo señala que no hay pruebas de que algo así ocurriera. Las autoridades no han informado del decomiso de armas en el lugar de los hechos.
Más allá de los muertos, el caso ha llamado la atención por la reacción que ha suscitado. En la mañana del domingo, familiares, amigos y vecinos de la zona en donde sucedió la balacera, en la colonia Cavazos Lerma, se enfrentaron al convoy de militares que había acudido al lugar, a remolcar la camioneta en la que viajaban los jóvenes, una Chevrolet Silverado color blanca.
Las imágenes grabadas por periodistas y vecinos son durísimas. En algunos videos se ve a grupos de personas agrediendo salvajemente al menos a dos militares. En otros se ve cómo al menos dos soldados disparan sus armas para dispersar a la turba, uno al cielo y otro al suelo. En las grabaciones también se observa cómo militares agreden a personas que están tomando imágenes con sus celulares.
Junto a las cruces de cal está Sulim Pulido, de 25 años, pareja de uno de los muchachos muertos, Gustavo Pérez. Pulido cuenta que en la noche del sábado, Pérez le escribió para preguntarle si podría ir a buscarle al antro, un local de moda llamado Mr. Pig. “Yo le dije que me avisara cuando estuviera fuera, para ir por él, pero ya no me llamó”, dice. “Ya por la mañana, me llegó el mensaje de una amiga, serían las 8.00 o las 9.00. Me enseñó unas fotos y me preguntó si era él. Yo llamé a la mamá de Gustavo llorando y cuando contestó, ella también lloraba”, cuenta.
Junto a ella, las amigas y un grupo de cinco muchachas en torno a los 20 años protestan. “Pues si en algo andaban que los detuvieran”, dice una. “Los soldados, cuando miran una troca nueva, te tiran”, añade otra. En las horas que han pasado desde el ataque, varias cuentas en redes sociales han divulgado la foto de otro de los muertos, Wilberto Mata, posando con armas. En las imágenes y los textos que las acompañan vinculan al joven con el Cartel del Noreste, herederos regionales de Los Zetas.
— ¿Qué pensáis de estas fotos y esta información?
— Mira, dice una de ellas, él era el único que sí trabajaba con ellos, pero ese día estaba de civil. Porque cuando ellos trabajan no pueden ir a antros ni nada.