La integración del alcohol en la vida comunitaria ha desarrollado una falta de conciencia sobre los problemas asociados a su abuso.
El consumo de alcohol está muy extendido en la población, especialmente entre los más jóvenes. Es un rito de iniciación a la vida adulta que resulta barato, es accesible, facilita la socialización, reduce el estrés, desinhibe el comportamiento verbal y se asocia al ocio y a las celebraciones. Hay una serie de costumbres hechas tradición: no hay fiesta sin alcohol, no hay local recreativo sin bar. La integración del alcohol en la vida comunitaria ha desarrollado una falta de conciencia sobre los problemas asociados a su abuso. A diferencia de otras drogas, muchos jóvenes (y no tan jóvenes) no perciben el riesgo y piensan que, en todo caso, excederse es un problema que afecta a otras personas.
¿Por qué se bebe tanto? Principalmente, por el amplio arraigo social de este hábito y por la percepción generalizada de que el alcohol forma parte de las pautas de ocio y de integración social. Se bebe por todo y por nada: para divertirse con una risa fácil, para consolarse, para alternar con amigos, para ligar, para espantar la soledad, para olvidar.
Como ocurre también con el resto de las drogas, los hombres son más bebedores que las mujeres, pero ellas son más susceptibles a algunos efectos adversos de la bebida (por ejemplo, ser víctimas de violencia machista). Hay cuestiones de tipo biológico (suelen pesar menos, tienen menor capacidad de procesamiento hepático y mayor proporción de tejido graso) que explican la necesidad de consumir menores cantidades de alcohol en las mujeres. A nivel motivacional, los hombres buscan más el efecto euforizante del alcohol, mientras que las mujeres tienden a encontrar en esta sustancia un alivio del estrés o de la depresión. Sin embargo, entre los jóvenes las diferencias de consumo y motivacionales entre uno y otro sexo son más difusas.
Beber alcohol deja de ser divertido y se convierte en un problema cuando una persona bebe en solitario y con un estado de ánimo negativo, lo hace en ayunas o fuera de las comidas, no puede estar en una reunión sin beber, tiene lagunas de memoria (olvida conversaciones, citas o compromisos), se muestra irritable, celoso o desconfiado, sufre un deterioro del rendimiento laboral o académico, pierde amistades, se siente culpable en los momentos de lucidez y miente sobre la cantidad de alcohol que consume. Lo que se produce, en último término, es una interferencia negativa en la vida cotidiana, la incorporación de un consumo de alcohol creciente a los hábitos cotidianos (no hay día sin alcohol) y un deseo intenso de beber, incluso en circunstancias inadecuadas. El alcohol se ha convertido en el eje central de los pensamientos, emociones y actividades de la persona. Entonces se encienden las luces rojas de alarma.
El alcohol puede ser la puerta de entrada al consumo de cocaína u otras drogas estimulantes para contrarrestar el sopor o somnolencia generados por el abuso de alcohol, seguir el ritmo de la música y continuar bebiendo el resto de la noche (tener una borrachera lúcida) o incluso para adoptar una forma caótica de consumo indiscriminado y masivo de todo tipo de sustancias.
Estas personas no son conscientes del alcance del problema porque distorsionan la realidad (creen beber menos de lo que beben) y porque se percatan del rechazo social que generan las personas con problemas de alcohol. Beber está bien visto socialmente, pero perder el control sobre el consumo genera un rechazo social y una marginación de la persona afectada. Todo ello retrasa la búsqueda de una ayuda terapéutica.
Lo novedoso de muchos jóvenes de hoy es que van a beber hasta que el cuerpo aguante y que salen con el objetivo de emborracharse (no de divertirse). Se ha pasado del patrón mediterráneo (consumo más lento, en compañía y con menores cantidades), al nórdico, con ingestas muy altas e intoxicaciones exprés. Es el caso de las personas que apenas beben alcohol a diario, pero que llevan a cabo periódicamente atracones de bebida, sin que sean conscientes del riesgo asumido. Estos consumos episódicos de alcohol (botellones) se concentran habitualmente los fines de semana de noche o en fiestas populares y con el estómago vacío (lo que hace que el alcohol se absorba más rápidamente, llegue antes al cerebro y produzca más daño). Beber con ansia cinco o más copas o dos o tres cubatas y cuatro o seis cervezas en menos de dos horas es lo que caracteriza al atracón de bebida. Aguantar un mayor consumo sin emborracharse no es un indicador de salud, sino de enfermedad, en función de la tolerancia adquirida.
El daño producido por el abuso de alcohol es mayor en los adolescentes por el deterioro cognitivo (memoria, atención, concentración). En el cerebro, los lóbulos frontales, que rigen el autocontrol y la percepción del riesgo y modulan la actividad de los circuitos emocionales, no completan su maduración hasta los 18-25 años. El alcohol y las drogas deprimen su actividad. Por ello, este tipo de consumo implica riesgos (conducción temeraria o sexualidad sin protección) o conductas disfuncionales (peleas o agresiones sexuales). En el caso de la violencia se unen al efecto desinhibidor del alcohol las actitudes negativas hacia la víctima (machismo, homofobia o xenofobia).
Si se persiste en el consumo de alcohol a pesar de sus consecuencias perjudiciales, se trata de un problema, no de una diversión. En estos casos, el consumo de alcohol es inversamente proporcional a la presencia de actitudes sanas hacia la salud, el uso creativo del tiempo libre y las relaciones sociales gratificantes.
En resumen, el consumo moderado de alcohol en personas adultas no tiene por qué resultar perjudicial si están sanas y sin contraindicaciones médicas, llevan una dieta saludable y una vida activa, no han tenido problemas previos con el alcohol, no toman bebidas destiladas (ginebra, whisky, ron), no se extralimitan y prescinden por completo del alcohol en situaciones determinadas, como conducir. En cualquier caso, si una persona no bebe, lo mejor es que siga sin beber y aprenda a divertirse sin hacerlo; si bebe una o dos copas de vino algunos días, pero no todos, y lo hace en buena compañía puede seguir así, siempre que no lo haga con un estado de ánimo negativo (deprimido, enfadado o ansioso); y si bebe más de dos copas, debe procurar beber menos porque supone un riesgo para su salud. Y si una persona no puede controlarse por sí misma, no hay de qué avergonzarse por buscar ayuda cuando se necesita.