En Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, un pueblo entero prevé una catástrofe inminente y ninguno de sus habitantes parece poder o querer actuar para evitarla, hasta que es demasiado tarde. No queremos ser ese pueblo.
En este corto período de tiempo, el COVID-19 ha provocado cambios trascendentales y ha magnificado los problemas que ya aquejaban a nuestras economías y sociedades. El aumento de las desigualdades, una sensación generalizada de injusticia, la profundización de las brechas geopolíticas, la polarización política, el incremento del déficit público y los elevados niveles de endeudamiento, una gobernanza global ineficaz o inexistente, una excesiva financiarización, la degradación del medio ambiente… son algunos de los principales desafíos que existían antes de la pandemia. La crisis del coronavirus los ha agravado todos.
¿Podría la debacle de la COVID-19 ser el relámpago antes del trueno? ¿Podría tener la fuerza suficiente para desatar una serie de cambios profundos?
No podemos saber cómo será el mundo dentro de diez meses, y mucho menos dentro de diez años, pero lo que sí sabemos es que, a menos que hagamos algo para reiniciar el mundo de hoy, el mundo del mañana se verá profundamente afectado. En Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, un pueblo entero prevé una catástrofe inminente y ninguno de sus habitantes parece poder o querer actuar para evitarla, hasta que es demasiado tarde. No queremos ser ese pueblo.
Para evitar semejante destino, necesitamos poner en marcha el gran reinicio sin demora. No es algo que «sería deseable», sino una necesidad absoluta.
Si no se abordan y se corrigen los males tan profundamente arraigados en nuestra sociedad y nuestra economía, podría aumentar el riesgo de que finalmente, como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia, el reinicio venga impuesto por crisis violentas, como conflictos armados e incluso revoluciones.
Nos corresponde a nosotros tomar el toro por los cuernos. La pandemia nos brinda esta oportunidad: «representa una oportunidad inusual y reducida para reflexionar, reimaginar y reiniciar nuestro mundo»
La profunda crisis provocada por la pandemia nos ha brindado multitud de oportunidades para reflexionar sobre cómo funcionan nuestras economías y sociedades y cómo no. El veredicto parece claro: necesitamos cambiar; debemos cambiar. ¿Pero podemos? ¿Aprenderemos de los errores que cometimos en el pasado? ¿Abrirá la pandemia una puerta a un futuro mejor? ¿Pondremos nuestra casa global en orden? En pocas palabras, ¿pondremos en marcha el gran reinicio? Reiniciar es una tarea ambiciosa, quizás demasiado ambiciosa, pero no tenemos más remedio que hacer todo lo posible para llevarla a cabo.
Se trata de hacer que el mundo sea menos divisivo, menos contaminante, menos destructivo, más inclusivo, más equitativo y más justo de lo que era antes de la pandemia. No hacer nada, o demasiado poco, es caminar como sonámbulos hacia una situación de creciente desigualdad social, desequilibrio económico, injusticia y degradación ambiental. No actuar equivaldría a dejar que nuestro mundo se volviera más mezquino, más dividido, más peligroso, más egoísta y simplemente insoportable para grandes segmentos de la población mundial. No hacer nada no es una opción viable.
Dicho esto, todavía falta mucho para que el gran reinicio sea un hecho consumado. Puede que haya quien se resista a la necesidad de acometer esta tarea, temerosos de su magnitud y deseosos de que el sentido de urgencia disminuya y la situación vuelva pronto a ser «normal».
El argumento a favor de la pasividad es el siguiente: ya hemos pasado por crisis similares (pandemias, severas recesiones, brechas geopolíticas y tensiones sociales) y volveremos a superarlas. Como siempre, las sociedades se reconstruirán, y también sus economías. ¡La vida sigue! La lógica contraria al reinicio también parte de la convicción de que la situación mundial no es tan mala y que solo necesitamos limar algunas asperezas para mejorar.
Es cierto que la situación mundial actual es, por término medio, considerablemente mejor que en el pasado. Debemos reconocer que, como seres humanos, nunca nos había ido tan bien. Casi todos los indicadores clave que miden nuestro bienestar colectivo (como el número de personas que viven en la pobreza o mueren en conflictos armados, el PIB per cápita, la esperanza de vida o los índices de alfabetización e incluso el número de muertes causadas por pandemias) han mejorado continuamente a lo largo de los siglos, de forma especialmente notable en las últimas décadas.
Pero han mejorado «en promedio», una realidad estadística que no tiene sentido para quienes se sienten excluidos (casi siempre porque lo están). Por lo tanto, la convicción de que el mundo actual es mejor de lo que ha sido jamás, aunque correcta, no puede servir de excusa para conformarse con el statu quo y no buscar soluciones a los numerosos males que lo siguen aquejando.
Ahora estamos en una encrucijada. Un camino nos llevará a un mundo mejor, más inclusivo, equitativo y respetuoso con la Madre Naturaleza. El otro nos llevará a un mundo que se parece al que acabamos de dejar atrás, pero peor y constantemente sal- picado de sorpresas desagradables. Por tanto, debemos hacer las cosas bien. Los desafíos que tenemos por delante podrían ser más importantes de lo que hasta ahora hemos querido imaginar, pero nuestra capacidad para reiniciar también podría ser mayor de lo que nos habíamos atrevido a esperar.
Puedes leer la versión completa del libro COVID-19: El Gran Reinicio aquí.