Entre 1986 y 1987 ingresaron a México más de 50,000 toneladas de leche radiactiva y de 2,000 toneladas de mantequilla también contaminada.
El 26 de abril de 1986 ocurrió uno de los accidentes nucleares más graves de la historia, el colapso de la central de Chérnobil, en la disuelta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), cuyas consecuencias incluso llegaron a México.
La radioactividad emitida tras el colapso fue 200 veces superior a las producidas por las bombas que Estados Unidos detonó contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, en agosto de 1945.
Como consecuencia de catástrofe, firmas irlandesas de producción de leche y mantequilla sufrieron la contaminación radioactiva de sus productos, lo que no las detuvo para buscar colocar la mercancía entre sus clientes.
Eduardo Cavazos era representante en México de Irish Dairy Board y An board Baine Coop Ltd., de acuerdo con una relación de los hechos publicada por el biólogo César Carrillo Trueba en la revista Ciencias de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en el número de julio-septiembre de 1997.
Aunque el entonces embajador de México en Brasil, Antonio González de León, advirtió al Gobierno de su país, a cargo de Miguel De la Madrid, del intento de vender estos productos contaminados, la hoy desaparecida Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo) adquirió los lácteos.
“El primer embarque con leche radiactiva llegó a México en junio de 1986. A partir de entonces, durante ese año se importaron más de 28.000 toneladas de lácteos procedentes de Irlanda”, recuerda Carrillo Trueba en la publicación universitaria.
“Aun sabiendo que había productos contaminados en busca de mercados, el gobierno mexicano nunca realizó análisis alguno para asegurarse de que no hubieran entrado al país”, refiere.
Una empresa que compraba leche a la Conasupo analizó el producto y determinó que contenía una gran cantidad de elementos radiactivos y notificó a la empresa estatal, que no obstante las advertencias hizo caso omiso e incluso siguió procurando el negocio con el proveedor irlandés.
Gustavo Luna Garnica era el director de la Conasupo entonces y en 1987 procuró la importación a Irlanda de 39.000 toneladas de lácteos, que ingresaron a México por el puerto de Veracruz.
No fue sino hasta marzo de 1987 que las autoridades encargadas de la seguridad nuclear inspeccionaron el caso.
“La información se mantiene a nivel estrictamente confidencial y se decide no comercializarla. Se intenta diluir con leche no radiactiva a fin de disminuir la cantidad de elementos radiactivos, pero no se logra. Ante este fracaso, el área de comercialización distribuye toda la leche contaminada y el total de la mantequilla”, denuncia la revista universitaria.
Entre 1986 y 1987 ingresaron a México más de 50,000 toneladas de leche radiactiva y de 2,000 toneladas de mantequilla también contaminada.
Fue hasta 1988 que la Secretaría de Salud federal admitió el ingreso de lácteos contaminados, pero sólo reconoció 3.000 toneladas y en febrero de ese año el mandatario priista De la Madrid argumentó que la dosis de radiactividad de la leche no rebasaba las normas vigentes.
Aunque en diciembre de 1995 se impulsa en la Cámara de Diputados una comisión pluripartidista encargada de investigar los hechos, en septiembre de 1996 los diputados del Partido Revolucionario Institucional (PRI) participantes en la misma decidieron cerrar el caso, con el apoyo del bancada tricolor, entonces mayoritaria.El episodio nuclear de la URSS motivó la escritura del libro Voces de Chérnobil, de la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, condecorada con el premio Nobel de literatura en 2015.