En las últimas décadas, la industrialización, el consumo desmedido y la sobreexplotación de los recursos han contribuido a degradar la naturaleza. Una solución para cuidar del planeta es cambiar los patrones de producción y consumo: no gastar más de lo que la Tierra puede ofrecernos para que sea un lugar sostenible.
El 29 de julio de 2021 quedó marcado en el calendario como el Día de Sobrecapacidad de la Tierra. En tan solo 210 días de ese año, los habitantes del planeta habíamos gastado todos los recursos y servicios ecológicos que la naturaleza puede regenerar a lo largo de 365 días. Habíamos dejado al planeta en números rojos.
En las últimas décadas, el consumo desmedido y una cultura cada vez más acostumbrada a usar y tirar han aumentado enormemente nuestro impacto sobre la naturaleza. En 1970, el exceso de recursos no superó la capacidad de regeneración de la Tierra hasta el 23 de diciembre. Desde entonces, esta fecha ha ido adelantándose hasta situarse casi en la primera mitad del año.
La sobreexplotación de los recursos está estrechamente ligada a los dos grandes problemas medioambientales que sufrimos en la actualidad: la crisis de biodiversidad y el cambio climático. Para hacerles frente y cuidar al planeta, es necesario comenzar por adecuar el uso de recursos a aquello que este puede ofrecernos. En otras palabras, no consumir más que lo que tenemos.
En deuda con la naturaleza
Más o menos 1,7 planetas. Esto es lo que necesitaríamos para que la humanidad continúe consumiendo recursos como hasta ahora. Sin embargo, el ritmo no siempre es el mismo. Si toda la población mundial viviese como los ciudadanos de EE. UU., harían falta cinco planetas. De hacerlo como los españoles o los brasileños, necesitaríamos 2,5 y 1,7 planetas, respectivamente.
La industrialización y la demanda de alimentos, agua y materias primas han provocado un importante impacto en la naturaleza. A su vez, la actividad humana ha generado –y sigue generando– grandes emisiones de gases de efecto invernadero que aceleran el cambio climático. Todo ello tiene como consecuencia el deterioro de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad, algo que, a su vez, repercute en nuestra calidad de vida.
“La especie humana depende de que el resto de las especies y de los ecosistemas estén en buenas condiciones para sobrevivir. Sin un entorno bien conservado, no vamos a poder tener una vida sana”, explica Emilio V. Carral Vilariño, doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad de Santiago de Compostela y profesor en el área de Ecología del mismo centro. “El resto de las especies no nos necesitan a nosotros. Es más, somos la única que, en lugar de cuidar su entorno, lo degrada y lo contamina”.
De acuerdo con el profesor la universidad gallega, la principal amenaza para el planeta son las actividades humanas, extractivas, intensivas y muy destructivas. “Muchas veces nos preguntamos cómo cuidar el planeta, cuando este se cuida perfectamente él solo. Su principal amenaza es una especie autodenominada sapiens sapiens, que tiene que aprender a utilizarlo de forma racional y sin agredirlo”.
El mapa de los ecosistemas degradados
Uno de los ecosistemas más importantes para regular el clima de la Tierra es también la mayor selva del planeta. El bosque tropical del Amazonas es, además, el hogar de millones de personas y una gran fuente de alimentos, agua y materias primas. Sin embargo, y debido en gran parte a su sobreexplotación, en las últimas dos décadas ha ido perdiendo su capacidad para recuperarse de problemas como los incendios y las sequías.
De acuerdo con el estudio ‘Pronounced lost of Amazon rainforest resilience since the early 2000s’, publicado en Nature Climate Change, el 75 % del Amazonas está a punto de alcanzar un punto de no retorno. Los cambios del clima, la degradación de sus terrenos y la deforestación –muchas veces, para extraer madera, pero también para crear nuevas tierras cultivables y servir de pasto a la ganadería– han propiciado que gran parte de su territorio pueda terminar teniendo ecosistemas similares a los de la sabana.
“Las selvas tropicales son algunos de los ecosistemas más degradados. Son también muy importantes porque figuran entre las zonas más biodiversas del mundo, funcionan como inmensas depuradoras y producen mucho vapor de agua y humedad relativa. Tienen la capacidad de regular el clima de todo el planeta”, explica Vilariño.
“Sin embargo, estos ecosistemas están también entre los más amenazados. En África apenas quedan íntegros, y en algunas zonas de Asia están siendo deforestados para cultivar bienes como aceite de palma”, añade el experto. De acuerdo con Carro de Combate, organización que analiza el impacto de lo que consumimos, el de palma de aceite es uno de los cultivos más vinculados a la deforestación de países asiáticos como Malasia, hasta finales del siglo pasado, e Indonesia, en la actualidad. Tal y como señalan desde WWF, cada hora se deforesta en Indonesia la superficie de 300 campos de fútbol para plantar palma.
De acuerdo con el sexto informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), entre los ecosistemas especialmente afectados por la subida de la temperatura están también los arrecifes de coral, fundamentales para mantener los mares sanos y garantizar la pesca, y los glaciares andinos, que surten de agua a los habitantes de esta región montañosa.
“Cuando hablamos de conservación, todos los ecosistemas son importantes. Además, impactos como la contaminación son globales, por lo que ya no existe ningún lugar en el planeta que no esté afectado de forma directa o indirecta por la actividad humana”, señala Vilariño.
Entre todos: soluciones para cuidar el planeta
Las soluciones para frenar el deterioro de los ecosistemas pasan por proteger la biodiversidad y frenar el cambio climático. Para lograrlo, es necesaria la acción de los gobiernos (sobre todo, los de los países desarrollados, los que más consumen y contaminan), los organismos internacionales, las empresas y la población. Solo entre todos es posible dar un giro de 180 grados a la forma en que tratamos el planeta y hacemos uso de sus recursos.
El informe ‘Tackling Biodiversity & Climate Crises Together and Their Combined Social Impacts’, elaborado por la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) y el IPCC, propone acciones para proteger la biodiversidad y abordar la crisis climática de forma conjunta. De este modo, señalan sus autores, hay más probabilidades de hacer frente a la crisis medioambiental de forma exitosa.
Entre las estrategias destacan detener la degradación de los ecosistemas y optimizar su conservación (prestando especial atención a aquellos ricos en carbono, como las selvas tropicales) y promover prácticas agrícolas y forestales sostenibles. Esto permitiría, sobre todo, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y garantizar espacios sanos para la biodiversidad.
Otra de las estrategias pasa por cambiar los patrones de consumo. Dejar de consumir más que lo que el planeta nos ofrece y evitar que el Día de Sobrecapacidad de la Tierra se marque, cada año, más pronto en el calendario. “Tenemos que plantearnos qué estamos haciendo y si verdaderamente necesitamos consumir tanto. El resto de las soluciones para ganar en sostenibilidad son necesarias, pero no dejan de ser parches si no tenemos la concienciación necesaria para cambiar nuestro sistema de consumo”, señala Vilariño. “Podemos hacer programas de conservación y fomentar la economía circular, pero esto no valdrá de nada si no se extraen y se consumen menos recursos”.
Para conseguir cambiar los patrones de consumo, es necesario empezar por la legislación. Sin embargo, a nivel individual existen también muchas opciones para marcar la diferencia. Reducir el consumo de carne, cambiar el coche por el transporte público o la bicicleta, evitar la compra de productos de usar y tirar e intentar reparar y reciclar los artículos en lugar de desecharlos son algunas de ellas.