La actriz estrena ‘Alice (Subservience)’, película de ciencia ficción donde interpreta a un robot maligno, y trata de reivindicar su posición en una industria que solo supo ver su físico.
Una de las películas de terror más exitosas de la temporada pasada fue M3GAN (2022), la historia de una inteligencia artificial en forma de muñeca infantil que desarrollaba tendencias homicidas. No cuesta imaginar que en algún despacho a alguien le pareció graciosa la broma de explotar la popularidad de aquel título utilizando, como homólogo del robot M3GAN, a Megan Fox (Oak Ridge, Tennessee, Estados Unidos, 38 años). Este viernes 27 de septiembre llega a la cartelera española Alice (Subservience), una intriga de ciencia ficción con tintes eróticos donde la actriz que saltó a la fama por Transformers (2007) interpreta a una niñera cyborg, adquirida por un padre de familia para sustituir temporalmente a su mujer hospitalizada y que se encargue de las tareas domésticas. Como es fácil de prever, la situación no tarda en escalar a un escenario al estilo de La mano que mece la cuna (1992), con el robot tratando de hacerse con el control de la familia y el amor del marido cueste lo que cueste.
Aunque es poco probable que esta coproducción entre Bulgaria y Estados Unidos sea la película con la que Fox regrese por todo lo alto a primera línea –en EE UU ha ido directamente al mercado del alquiler online, sin pasar por salas–, Alice es el nuevo intento de la actriz por reflotar su carrera desde un perfil más cercano a la acción, tras años donde apenas ha sido noticia al margen de sus idas y venidas con el cantante Machine Gun Kelly, con quien mantiene un intermitente noviazgo desde 2020. El año pasado participó en su primera película de alto presupuesto en una década, Los mercen4rios, donde interpretaba a la pareja de Jason Statham, repartía unos cuantos golpes y destacaba dentro de un reparto repleto de viejas glorias del mamporro ochentero. También, en un 2021 todavía de semiconfinamiento por la pandemia, obtuvo cierta atención y sorprendentes buenas críticas por Till Death: Hasta que la muerte nos separe, thriller de supervivencia igualmente rodado en Bulgaria que tuvo estreno simultáneo en salas y plataformas. En Alice, Megan Fox repite con el mismo director, el australiano S.K. Dale.
Ironías del destino, su nueva película compartirá marquesinas con Transformers One, última entrega (esta vez, en clave de animación) de la larga franquicia con la que Fox se abrió paso en Hollywood. Su sonado despido de la saga marcó, entre otros acontecimientos, el final de su etapa de mayor popularidad, después de comparar al director Michael Bay con Hitler –y, al mismo tiempo, con Napoleón– en una entrevista para la revista Wonderland en 2009, mientras la secuela Transformers: La venganza de los caídos seguía proyectándose en cines. “Es una pesadilla trabajar con él. No tiene ninguna habilidad social. Es vulnerable y frágil en la vida real, y luego en el plató es un tirano”, profundizó. Bay, dos años después, no contó con la actriz para la tercera película, aunque aseguró no sentirse molesto con Fox y atribuyó a Steven Spielberg, productor ejecutivo, la decisión de expulsarla. Para enterrar el conflicto, Bay le otorgó el papel de la reportera April O’Neil en las dos películas de las Tortugas Ninja que él produjo en 2014 y 2016, fríamente acogidas.
Madre de tres hijos de 11, 10 y 8 años con el también actor Brian Austin Green (con quien sigue un método de crianza no binaria), Megan Fox creció en una familia de evangelistas con un padrastro, según ella, abusador a nivel verbal, mental y emocional. Debutó en el cine con personajes muy secundarios en vehículos de lucimiento para las gemelas Olsen o Lindsay Lohan y, antes de Transformers, siendo todavía menor, tuvo un primer encuentro con Michael Bay como extra no acreditada en Dos policías rebeldes 2 (2003), en una escena ambientada en un local de striptease. “Le dijeron: ‘Michael, tiene 15 años, no puedes sentarla en la barra y no puede tener una bebida en la mano’. Así que su solución al problema fue ponerme a bailar en bikini bajo una cascada empapándome. Eso es un microcosmos de cómo funciona la mente de Bay”, contó la actriz a Jimmy Kimmel en 2009.
Con el advenimiento del movimiento #MeToo, declaraciones como esa –a la que Kimmel no se le ocurrió nada mejor para responder que el incómodo chiste “¿Acaso no es un microcosmos de cómo funcionan todas nuestras mentes?”– o la constante sexualización sufrida por Fox durante aquella etapa (especialmente, en las revistas masculinas) fueron revisadas y llevaron a que se mirase la carrera de la actriz desde otra perspectiva. La estrella, en cualquier caso, no llegó a compartir ninguna historia de abuso a propósito del movimiento. “Uno puede asumir que yo tendría bastantes historias, y las tengo, pero no hablé por muchas razones”, dijo a The New York Times. “Simplemente creía, basándome en cómo había sido recibida por la gente y por las feministas, que yo no sería una víctima simpática”.
Devórame otra vez
No se puede decir que las películas protagonizadas por la intérprete tras sus aventuras con las Tortugas Ninja, entre las que se incluye la vilipendiada Zeroville (2019), dirigida por James Franco, o Tras la pista del asesino (2021), uno de los subproductos que Bruce Willis encabezó bajo los síntomas de la afasia, encontrasen grandes adeptos. En el plano artístico, Megan Fox ha atraído en este tiempo más interés por su poemario de 2023 Los chicos guapos son tóxicos (editado en España por Almuzara), y las revelaciones que de él se desprendían: desde la relación de maltrato que confesaba haber sufrido con alguien no especificado, hasta las palabras de amor y desamor que dedicaba a Machine Gun Kelly. En televisión, apareció entre 2016 y 2017 en la comedia New Girl y creó una serie documental, Legends Of The Lost (2018), a raíz de su interés en los misterios arqueológicos y las teorías sobre antiguas civilizaciones alienígenas (Fox también ha hablado públicamente de astrología o energías).
No obstante, un trabajo de Fox comentado y reivindicado progresivamente con los años ha sido la película de terror Jennifer’s Body (2009), cuyo fracaso en el momento de su estreno, encadenado con el posterior desastre financiero de Jonah Hex (2010), adaptación de un cómic de DC, fue visto como el canto de cisne de la actriz en Hollywood. En aquel título, la actriz encarnaba a una adolescente que, como consecuencia de un rito satánico fallido, empezaba a alimentarse de hombres atraídos por sus encantos. La promoción se centró, paradójicamente, en el físico de Fox, lo que desvirtuó de forma directa el tema que trataba. Victoria Santamaría Ibor, personal docente investigador de la Universidad de Zaragoza y autora de “Me como a los chicos”: Feminidad monstruosa en ‘Jennifer’s Body’ (2022), explica a ICON que la película es “hoy en día venerada por muchos no solo como una película de culto en el cine de terror, sino también como una película feminista y adelantada a su tiempo”, símbolo de que sí ha habido un cambio en la percepción del público hacia su coprotagonista a raíz del movimiento #MeToo.
Para Santamaría, la directora Karyn Kusama y la guionista Diablo Cody utilizaban en la película la imagen de “mujer sexualmente activa” de la estrella al servicio de su discurso: “Jennifer’s Body exagera la imagen de Megan Fox como sex symbol y la deforma hasta volverla monstruosa. La película tiene un tono irónico hacia la propia imagen de Fox, una actriz que solo ha interesado a Hollywood en relación a su sexualidad. En vez de ser un objeto sexual para los hombres, Jennifer [el personaje de Fox] es la que trata a los hombres como objetos de consumo. Su sexualidad está directamente unida a su monstruosidad: es una mujer insaciable que consume a chicos como si estos fueran productos de belleza”. La académica recuerda que la actriz “fue ridiculizada a raíz de sus declaraciones sobre lo incómoda que se había sentido en Transformers” y que “muchas de sus declaraciones la han posicionado como alguien que dice lo que piensa por muy irreverente o polémico que sea. No es la víctima perfecta ni ha intentado serlo nunca”, al tiempo que “ha afirmado que siempre se ha sentido rechazada por el público y que ha habido pocos esfuerzos por entenderla”.
En recientes entrevistas, Fox también se ha mostrado orgullosa por el reconocimiento tardío a Jennifer’s Body, que no ha dejado de defender, y por el modo en que la película dialogaba con su estrellato. “Hubo una percepción generalizada de mí como un súcubo, si es que eso tiene algún sentido, durante la primera década de mi carrera. Eso empezó a cambiar más recientemente, cuando la gente volvió a ver algunas de mis entrevistas y me escuchó hablar”, dijo a The Washington Post en 2021. “Estaba muy perdida y trataba de entender cómo se suponía que debía sentirme valiosa en ese horrible infierno patriarcal y misógino que era el Hollywood de aquella época. Yo ya había hablado contra eso y todos, incluidas otras mujeres, me rechazaron por ello”.
En aquel artículo, donde la actriz también declaraba sentirse conectada a Juana de Arco y “a todas las mujeres perseguidas a lo largo de la historia”, se empezaba a hablar de un “renacimiento” de Fox a raíz de Till Death. Semejante vaticinio aún está lejos de cumplirse, pero, 15 años después de Jennifer’s Body, los que disfrutaron de aquella versión caníbal de la intérprete pueden encontrar en cines, al menos, consuelo viendo al robot de Alice debilitando a algún que otro hombre.