Los debates acerca de la música son una constante, y que sigan. Continuamos analizando por qué escuchamos unos estilos y no otros. Qué factores determinan que lo que antes era popular ya no lo sea, y al contrario. Ahí están, por ejemplo, las discusiones actuales en torno al reguetón, que levanta odios y pasiones y ha abierto una brecha generacional.
Obviamente, se han producido numerosos cambios sociales, culturales y en la propia industria musical durante las dos últimas décadas y media. Transformaciones que van desde los medios a través de los que escuchamos la música al surgimiento de un eclecticismo cada vez mayor en los gustos. Pero de lo que no cabe duda es de que la música sigue siendo una parte central en nuestras vidas.
Melodías de juventud
Un reciente artículo de la psicóloga estadounidense Vanessa LoBlue aborda precisamente la permanencia de los recuerdos y gustos musicales que se forjan durante la juventud. Factores sociológicos y biológicos o físicos se combinan para encontrar una explicación a este fenómeno.
De un lado, la perspectiva social está muy presente al analizar el peso de la música en la conformación de las identidades, individuales y colectivas. Igualmente, los estilos y canciones con los que socializamos en esas etapas formativas se asocian a momentos clave en nuestra vida. Y, por último, nuestro cerebro cuenta con una mayor capacidad en esos años para escuchar y asimilar nuevos sonidos, algo que se pierde a medida que envejecemos.
En las próximas líneas nos centraremos en los aspectos más sociales, sin negar la importancia de los biológicos.
Dime qué escuchabas…
La música siempre ha tenido un componente generacional y se ha vinculado a una especie de “rebeldía” con respecto a lo que escuchaban las anteriores. Este es un proceso que no ha cambiado, desde el nacimiento del rock and roll o del punk, siguiendo por el grunge o la citada polarización que suscita el reguetón, por poner algunos ejemplos. Pero, como hemos señalado anteriormente, también estamos en un momento más ecléctico, en el que se mezcla la escucha y el disfrute de estilos musicales sin prejuicios.
En otras épocas, un estilo musical marcaba una identidad, una diferenciación más evidente. Las llamadas “tribus urbanas” se vinculaban en no pocos casos con músicas específicas. Se escuchaban unos discos concretos y se iba a los bares y discotecas en donde sonaban esas canciones. Todo estaba más cerrado.
Por poner un ejemplo, hace treinta años sería muy difícil que alguien reconociese que le gustaban a la vez Nirvana, José Luis Perales y Mecano (aunque seguro que se darían casos).
Y a medida que crecemos, llegan cambios que también pueden influir en nuestra relación con la música. Por un lado, parece que se han sedimentado esos gustos o estilos –o épocas– con los que nos hemos socializado. Y por otro, diversos factores, como el surgimiento de obligaciones, laborales y personales, hacen que conforme cumplimos años dediquemos menos tiempo a la música.
Eso no quiere decir que no siga estando presente en nuestras vidas a medida que crecemos, pero quizá de forma diferente. De nuevo hay que tener en cuenta el contexto y, al margen del eclecticismo, cómo ha evolucionado la industria musical y la forma de relacionarnos con ella en los últimos años.
La nostalgia vende
Estos cambios se muestran, por ejemplo, en el éxito de emisoras que programan canciones de los 80 y los 90, repitiéndose muchas de ellas. La nostalgia es un factor que también debe tenerse en cuenta. Vuelven a sonar las canciones de nuestra infancia, adolescencia y juventud. Y artistas o grupos que se asociaban con las generaciones anteriores son puestos en valor.
Incluso son frecuentes los comentarios tipo “las canciones que sonaban en el coche de mis padres”. El factor biológico es clave, pero el componente social está muy presente. Son las melodías también de esa adolescencia y juventud, de esa época.
No debería sorprender, por tanto, el éxito de festivales dedicados a décadas pasadas, o de giras de cantantes y bandas que vuelven. Y tampoco debe dejarse de lado cómo se ha institucionalizado y evolucionado el modelo de festivales, convertidos en buena medida en acontecimientos más sociales que musicales. Y que en no pocos casos tiran también de esa nostalgia colectiva.
En definitiva, las canciones y los estilos musicales que escuchábamos en nuestra adolescencia y juventud tienen una mayor permanencia en nuestra memoria por la conjunción de factores sociales y físicos. Es algo que ha ocurrido siempre: recuerdo cómo buena parte de mis amigos, con los que compartía un similar gusto musical, se “desconectaron” de la música a partir de los treinta.
A esto hay que añadir que ahora también es más sencillo seguir escuchando las “canciones de siempre”, ya sea a través de YouTube, las plataformas de streaming o a las emisoras “nostálgicas”. Y es que la música está asociada a esos recuerdos, a esos acontecimientos y periodos clave en nuestras biografías.