El periodista reconstruye su intento de asesinato, el caos del momento, los seis meses que han pasado, los ataques del presidente y el estancamiento de la investigación: “Alguien trató de matarme. No sé quién, no sé por qué”.
Por: ALEJANDRO SANTOS CID / El País
Fueron 12 segundos rápidos y confusos. El reloj marcaba las 23:10 del jueves 15 de diciembre y Ciro Gómez Leyva conducía de vuelta a casa. Medio país acababa de verlo, como cada día de lunes a viernes, presentar las noticias del día en Imagen Televisión. La calle Tecoyotitla bajaba con algo de tráfico. Era la semana previa a la Navidad, la de las cenas de empresa y las compras de última hora. Él cree que intentó adelantar al coche que le frenaba el paso. Escuchó cuetes. Todo sucedió deprisa a partir de ese momento. Cuando se dio cuenta de que estaban disparando contra él, ya les tenía encima. Una moto con dos personas aceleró, se puso delante. Uno de ellos torció el cuerpo: esa es la imagen que más recuerda el periodista, la de un hombre volteado hacia él, apuntándole a la cabeza con una pistola mientras la moto daba tumbos. También que había mucha luz. Un deslumbre de colores pastel, blancos, azules, naranjas. La moto quedó debajo de una farola. “Pum, pum, pum, pum”, nueve tiros secos se incrustaron en los cristales blindados de la camioneta, en la carrocería, en las llantas. La moto trastabilló.
—Culebreó y se fue a una velocidad que a mí me pareció como la de los efectos especiales de las primeras películas de Star Wars. ¿Te acuerdas cómo se perdían las naves en un punto de fuga?
Así lo describe seis meses después Gómez Leyva. Uno de los periodistas más populares del país acababa de sufrir un atentado a 200 metros de su casa al sur de Ciudad de México. Ahora, una tarde de junio, Gómez Leyva lo recuerda con voz queda, pausada, serena, sentado en su despacho de la redacción de Imagen Televisión, un rato antes de presentar el informativo de la noche.
—Alguien trató de matarme. No sé quién, no sé por qué. Y esa noche tuve suerte.
Cuando quiso darse cuenta de que el segundo pasajero de la moto estaba abriendo fuego contra él, Gómez Leyva se agachó. “Levanté la cabeza. Volví a ver a casi 45 grados a los que dispararon y me volví a agachar. Fue un acto reflejo, un instinto elemental de supervivencia”.
Instantes después, la moto se había perdido calle abajo y él había sobrevivido a los disparos sin un rasguño. Detuvo el coche. Sacó su teléfono para pedir ayuda, pero las manos le temblaban. “Era un caos, pero me tocaba y me percataba de que no estaba herido. No había sangre”. No fue a casa. Recordó que allí cerca reside Manlio Fabio Beltrones, político del PRI y viejo amigo, en una cerrada con seguridad privada. Hacia allí puso rumbo. “Al entrar a la privada, yo sabía que estaba a salvo”. No habían pasado tres minutos desde el atentado.
Cuatro horas de caos
Beltrones lo recibió en casa. Juntos llamaron a Omar García Harfuch, el jefe de la policía de la capital, superviviente, él también, a un atentado. A las 23:33 de la noche, Gómez Leyva habló a su responsable de prensa y pidió que pusiera un tuit: “A las 11:10 pm a 200 metros de mi casa dos personas en una motocicleta me dispararon, al parecer con la clara intención de matarme. Me salvó el blindaje de mi camioneta que yo manejaba y he enterado del asunto a las autoridades. CGL”. A día de hoy, todavía no se perdona que estuviera mal escrito. La excelencia no puede perderse ni la noche en la que un tipo te acribilla desde una moto.
El mensaje fue como gasolina. Se viralizó en cuestión de minutos e incendió las redes sociales, las redacciones de los periódicos, la conversación pública. Mientras tanto, a la casa de Beltrones comenzaban a llegar agentes de la policía, allegados del periodista, la prensa, representantes de todas las Fiscalías de la ciudad, que peleaban entre ellos bajo qué jurisdicción quedaba el crimen. Fueron cuatro horas caóticas en las que Gómez Leyva funcionó por una especie de inercia. Él lo compara con la gestión de una noticia que llega a la redacción a última hora:
—Las redacciones son como las salas de emergencia de los hospitales o un equipo de fútbol, como un pelotón militar. Tienes que tomar decisiones rápidas, muchas veces contradictorias, difíciles, con poca información. Yo tenía conciencia de lo que estaba pasando. Y al mismo tiempo, ya sabes, veía el teléfono y veía los hashtags, las repercusiones que esto había ocasionado. Yo no sabía por qué era contra mí, yo no sabía bien lo que iba a venir. Pensé: ‘Si esto viene del mundo de la política, que no lo creo, entonces va a ser imposible de probar’.
Gómez Leyva no quiere hablar mucho de esas horas: dice que se guarda la exclusiva porque está escribiendo un libro, o un guion, que espera tener acabado para 2025. A las cuatro de la mañana, por fin, se retiró a su residencia. “Yo salí, como todas las noches, de trabajar, con una caja de galletas que me regaló el staff porque eran los intercambios de fin de año. Y llegué a mi casa con un Ejército”. A las siete, pese a las recomendaciones de sus amigos de tomarse un día de descanso, estaba en la radio como todas las mañanas.
—Tres personas que entienden lo que es la vida pública, que entienden lo que es la comunicación, me decían: ‘Vete a tu casa a descansar. Vas a estar muy alterado, no sabes cómo va a ser tu bajón’. Y yo les dije: ‘Imposible. Tengo una muy buena historia que contar, la tengo bastante bien documentada, mejor que nadie, en primerísima persona. ¿Y por qué voy a ceder ante la sevicia, la malignidad, de quienes ya estaban inventando cosas? Si hay un programa en mi vida al que no puedo faltar es al de dentro de tres horas’. Para mí fue una decisión muy sencilla, fue una decisión de periodista.
La vida sigue
—¿Qué pasaba por su cabeza durante todo ese tiempo?
—Yo soy un periodista que durante 35 años he trabajado los temas difíciles de la vida pública en México. Fui reportero de calle en situaciones difíciles muchos años. Cuando dirigía Milenio Televisión nos tocó hacer la crónica día por día de la guerra contra el crimen. Nos han matado reporteros, nos han secuestrado reporteros y hemos recibido amenazas, extorsiones, golpes. Pero nadie me había disparado en la cabeza. Lo verdaderamente novedoso es que me hubieran tratado de matar. En un país tan violento y tan peligroso y donde es tan fácil asesinar, alguien tomó la decisión de hacerlo conmigo. ¿Qué pasaba por mi cabeza? En las horas y días siguientes, una enorme tristeza. No estaba enojado. Tampoco estaba asustado, pero era una sensación de mucha tristeza que me duró un buen tiempo. Una empatía con todas las personas a las que matan en sus poblados y al día siguiente los sicarios, arrogantes, se mueven por las comunidades y las siguen amenazando. Pero me di cuenta también, desde el primer momento, que había sido un privilegiado por vivir un episodio así y salir no solo vivo, sino ileso. Al día siguiente también vino algo inesperado: una demostración de cariño, de solidaridad, de apoyo, prácticamente unánime.
—¿Y cómo han sido estos seis meses?
—Yo tengo 65 años. A mis seres queridos les dije: ‘Difícilmente voy a vivir una situación que supere esto en mi vida’. Y difícilmente volveré a vivir una situación tan fortuita como esta. De alguna manera, mi vida terminó esa noche. Y terminó bien: sano, trabajando, activo. Quiero, a partir de ese momento, regalarme y regalar un buen epílogo de vida, el tiempo que se dé entre el atentado y la decrepitud. Después de las elecciones [presidenciales de 2024], espero una absoluta transformación de mi vida profesional.
Hay cosas, sin embargo, que han cambiado. Gómez Leyva está aprendiendo a vivir con una escolta que le sigue a todos lados, a avisar de cada uno de sus movimientos, a no poder ir a los lugares de siempre. “Pierdes prácticamente toda la intimidad, o al menos la intimidad como tú la habías vivido”. Ayuda que sus dos hijos son ya mayores y él vive solo. Las secuelas psicológicas también están presentes. Como el estrés postraumático, que tuvo que tratar con una terapeuta. Aunque él se niega a verse como una víctima. “Si has visto a los familiares, a los hijos, a las madres, a las parejas de tus compañeros, secuestrados o asesinados, ¿vas a vivir tú en una victimización profesional, existencial…? La vida sigue y estamos en una posición de privilegio en un país brutal.
El periodista y el presidente
Un día antes del atentado, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, dijo que escuchar a los periodistas Sergio Sarmiento, Carlos Loret de Mola y Ciro Gómez Leyva es “dañino para la salud” y puede provocar “un tumor en el cerebro”. No era la primera vez —ni fue la última— que el mandatario descalificó a Gómez Leyva en la mañanera, la conferencia de prensa diaria donde el dirigente marca la agenda política y ataca a sus adversarios. “Eso fue una pésima coincidencia para él y fue el primero en pagar. El hashtag #AmloAsesino estuvo en primer lugar mucho tiempo”, concede el informador.
Gómez Leyva ha evitado la confrontanción con el presidente. En las horas que sucedieron al atentado, su teléfono no dejó de sonar. “No sabes la cantidad de personas que me escribían y que me empujaban para que acusara a López Obrador. Es muy rentable y muy seductor decir que el poder te quiere matar, pero yo no tengo un dato hoy para asegurarlo. Sí tengo cientos de datos para decir que este poder me ha tratado de intimidar, me ha tratado de mermar, me ha tratado de desprestigiar. Pero no los puedo responsabilizar [del intento de asesinato]. Tampoco los eximo de ninguna culpa. Simplemente no lo puedo comprobar”, se explaya.
López Obrador volvió a la carga tres días después. De nuevo en la mañanera, afirmó que el ataque contra el presentador pudo formar parte de un complot mayor para desestabilizar a su Gobierno. Una forma de capitalizar el atentado después de las desafortunadas declaraciones que indignó a gran parte de la opinión pública. La animadversión del presidente hacia Gómez Leyva comenzó en el verano de 2006. Entonces, el político aseguró —y continúa haciéndolo— que Felipe Calderón le robó las elecciones presidenciales. El periodista lo negó en sus artículos.
“En ese momento, pasé a formar parte de la siniestra conspiración de las fuerzas corruptoras de la cual nunca salí. Cuando llegó al poder no me ha soltado ni un momento”. Gómez Leyva cuenta que ha sufrido “una auditoría brutal” ordenada por el Gobierno de la cual salió indemne “después de muchos problemas”. También denuncia el “acoso incesante” de las mañaneras. “Una cantidad de insultos, de mentiras, de señalamientos. Creo que no tenían mucha información y siguen sin tenerla de qué fue lo que ocurrió. Hubo mucho disparate en su discurso, porque por un lado decía que me respetaba, que me estaban protegiendo y que no estaba solo. Y luego me escupía en la cara en la siguiente frase. Vi mucho desquiciamiento del personaje. Cuando se ha referido a ti despectivamente en 300 o 400 ocasiones, ya los golpes duelen menos”, dice, aunque asegura que los ataques que hace desde su posición de poder a los periodistas mexicanos en el país más letal para la prensa son “criminalmente irresponsables”.
Seis meses después, la investigación parece estancada. Nadie reclamó el atentado, no llegaron más amenazas, ninguna pista que apuntara hacia un cartel, un empresario dañado por sus reportajes, un político corrupto. Los que perpetraron el crimen fueron arrestados: 16 personas fueron detenidas y 12 vinculadas a proceso, pero de los autores intelectuales no se sabe nada. Gómez Leyva tiene mil teorías y conjeturas sobre qué pudo pasar esa noche, por qué a él, pero por el momento, los hechos no han venido a respaldar a ninguna. Y mientras tanto, la vida sigue entre redacciones y noticias de última hora. El epílogo del periodista que sobrevivió.