Pechos y huevos, las maternidades realistas contra la idealización femenina

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La novela japonesa de Mieko Kawakami es un caleidoscopio donde se retratan la condición femenina actual, la relación corporal, las redes de apoyo entre mujeres y la marginalidad.


Por: Sara Odalys Méndez.

La novela japonesa Pechos y huevos (2021) de Mieko Kawakami no es la típica obra sobre la maternidad y sus recovecos, sino un caleidoscopio donde se retratan la condición femenina actual, la relación corporal, las redes de apoyo entre mujeres y la marginalidad.

El título original, Natsumonogatari (natsu: verano, monogatari: historia; literalmente “historia de verano”), hace un juego con el nombre de la protagonista: Natsu Natsume. El libro es efectivamente eso, la historia de Natsu, escritora pobre y solitaria que narra sus vivencias durante varios años en el caluroso verano de Tokio.

Esta historia está construida, principalmente, por subtramas creados a partir de la relación de la protagonista con su hermana, su sobrina, su madre y abuela fallecidas cuando ella todavía era muy joven, con su editora, con otras escritoras y con varias mujeres más que han formado parte de su vida.

La maternidad de una misma

La primera mitad de la novela es la más decadente. Natsu es sólo una aspirante a escritora, no hace algo para lograrlo y vive empobrecida y endeudada en un barrio abandonado de Tokio. Lo único que la mantiene motivada es la repentina visita de su hermana mayor, Makiko, y su sobrina, Midoriko, que está entrando en la adolescencia.

La narración principal muestra los pensamientos de Natsu y sus recuerdos sobre una primera infancia llena de abusos psicológicos por parte de su padre, de quien pronto sería rescatada gracias al valor de su mamá de irse a vivir con la abuela. Tras esta decisión, esas dos figuras matriarcales pasaron a forjar toda la alegría y esperanza de Natsu dentro de la miseria y marginalidad en la que se encontraba.

Perderlas representó el primer abandono de la realidad, de donde es rescatada por Makiko, su tercera madre, y quien sigue ejerciendo ese papel aun años después de que ambas se convirtieran en adultas.

Esta primera historia viene acompañada de fragmentos del diario de Midoriko, quien ha decidido dejar de hablar con su familia (que realmente sólo consiste en Natsu y su madre, pues la figura del padre aquí de nuevo pasa no sólo a tener un papel de abandonador, sino simplemente a dejar de existir e importar) y sólo comunicarse por papel.

Midoriko representa, en primer lugar, la voz de una adolescente que está descubriendo los cambios de su cuerpo con desdicha: “Que te baje la regla quiere decir que puedes ser fecundada y eso es el embarazo. Y el embarazo significa que aumentan los seres humanos que comen y piensan. Eso me parece algo excesivo, desesperanzador. Yo jamás tendré un hijo, esa es mi intención”. Por otro lado, funciona como la antesala de las propias dudas y pensamientos que tendrá Natsu en la segunda mitad de la novela al desear ser madre.

Esta visión fatalista de la vida por parte de Midoriko no se debe sólo a su desesperanzador cambio corporal, sino también al tema que ha obsesionado a su madre durante los últimos meses y por el que están en Tokio, una cirugía de pechos que arregle los estragos que la maternidad hizo en su cuerpo.

Natsu también se ve afectada por la manía de su hermana hacia los senos propios y ajenos, pues la hace percatarse de la poca importancia y cuidado que le da a su cuerpo, al que sólo usa como el medio para experimentar el mundo, y no de manera muy feliz.

Esta primera parte es, pues, la lucha constante entre el amor hacia las diferentes figuras maternas y la aversión hacia ellas por no haber tomado en cuenta que nacer es la peor desgracia: “Yo no me considero una persona particularmente desgraciada, jamás he pensado que sea tan digna de lástima. Porque los abusos que sufrí, comparados con el hecho de nacer, son algo insignificante”.

“Nacer o no nacer”

Aunque el hilo conductor de toda la novela es la maternidad, lo más importante se encuentra en la segunda parte, cuando ahora una obsesión distinta a la de Makiko sobrecoge repentinamente a Natsu.

Nos encontramos varios años después con un escenario menos decaído, en el mismo barrio pobre de Tokio, pero con una Natsu relativamente exitosa, escribiendo su segundo libro, con ahorros en el banco y con una nueva idea fija: ser madre por fertilización in vitro.

Este deseo de que sea a través de un procedimiento artificial no se debe sólo a su soltería voluntaria de más de dos décadas, sino a que su aversión a las relaciones sexuales la aleja por completo de la posibilidad de embarazarse de forma natural.

El sueño, que podría parecer muy realizable en el mundo occidental, representa en el escenario nipón una tragedia: los valores tradicionales y machistas exigen que sólo las parejas heterosexuales casadas puedan acceder a este tipo de tratamiento.

Así es como Natsu se sumerge en un desfile de información abrumadora en donde se encuentra con diferentes puntos de vista que la hacen dudar, animarse y tener un desgaste emocional imparable.

Por un lado, están las asociaciones internacionales que ayudan a mujeres de todo el mundo, los métodos ilegales con semen en jeringuillas que se pueden introducir en la vagina y rogar por que funcionen, los testimonios de mujeres solteras que lograron hacer realidad su deseo de ser madres, y los grupos de personas nacidas con este método que están en contra de que se realice algo tan atroz como negar a los niños la oportunidad de saber cuál es su verdadera identidad.

Todos estos descubrimientos están acompañados de profundas, variadas y dolorosas reflexiones sobre su propia maternidad, su nacimiento, las maternidades de las demás mujeres y la relación con su cuerpo. Estas meditaciones casi nunca se encuentran cargadas de emociones positivas ni esperanzadoras, mucho menos de la creencia de que lo natural para una mujer es ser madre.

El único remanso que parece salvar a Natsu durante toda su travesía son las demás mujeres a su alrededor que le muestran ejemplos palpables de cómo es la vida con o sin hijos, cuáles son los sentimientos reales que se tienen hacia ellos, no de una devoción absoluta y descabellada, sino principalmente de dudas, cansancios, arrepentimientos y, algunas veces, felicidad.

Sin embargo, la parábola que resume el contenido y el dilema principal de la novela se encuentra en boca de un personaje secundario que sólo aparece para dar solidez a las dudas de Natsu. Esta mujer, nacida por fertilización in vitro y víctima de violaciones grupales por parte de su padre adoptivo y sus amigos, tiene la visión más fatalista de todas y, sin embargo, la más real para entender qué es la maternidad desde la obra.

Para ella, traer un hijo al mundo es igual que tocar en una casa donde adentro hay muchos niños durmiendo plácidamente. Cuando tocas a la puerta, todos se despiertan muy felices; sin embargo, estás segura de que dentro hay un niño para quien despertar significa la mayor tragedia, abrir los ojos al sufrimiento y jamás poder dar marcha atrás.

Ni los niños felices ni el niño desdichado toman la decisión de nacer: la madre es la que toca a la puerta, sabiendo que puede arruinar el sueño placentero de un niño para volverlo una pesadilla sin sosiego.

La novela no plantea en ningún momento la respuesta a este dilema y acepta, desde sus primeras páginas, que nacer es una condena segura. La obra es simplemente un retrato de la condición de ser mujer en un mundo en donde la maternidad puede ser uno de los elementos que acompañen a su existencia. Sin embargo, esta descripción no es una apología de dar a luz ni un rechazo a tener hijos. Es, sobre todo, un estudio minucioso de las problemáticas que atormentan y las alegrías que llenan a las mujeres desde el día en que somos lanzadas al mundo.

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