Los antecedentes más antiguos del diseño se encuentran en los taparrabos, pero la versión moderna se ideó en la década de los setenta. Madonna o Cher fueron las primeras en llevarlo, antes de que el tanga se alzara como icono de la cultura pop en a comienzos de este siglo.
Por: ELENA MUÑOZ / El País
La ropa interior ya no se oculta. El sujetador se deja ver sin complejos e incluso las bragas han sustituido en algunos casos al pantalón, como han dejado claro Bottega Veneta y Loewe en sus colecciones primavera-verano 2023. Hasta los calcetines gozan de una popularidad inusitada como accesorio. Pero la prenda que ejemplifica a la perfección la tendencia de la ropa interior a la vista es el tanga, en primer plano cuando asoma de los pantalones de tiro bajo o cuando adorna el escote en la espalda de los vestidos más sensuales. Emblema de la moda años 2000, su regreso coincide con el retorno de la estética de principios de milenio. A su éxito, se suma la glorificación del culo en la era de las pantallas, donde la censura impide mostrar un pezón femenino, pero no pone barreras a esta parte del cuerpo, clave en el nuevo canon de belleza popularizado por iconos pop como las omnipresentes Kardashian. Pero para hablar del verdadero origen del tanga hay que remontarse mucho más atrás que hace dos décadas.
El tanga en 2023: nuevos iconos y diversidad de cuerpos
En 2023, el regreso de la estética imperante hace dos décadas ha devuelto al tanga el protagonismo perdido durante años. Velasco Molpeceres apunta un matiz para entender el éxito del tanga en la actualidad, independientemente del carácter cíclico de las tendencias. En opinión de la periodista y escritora, “en las últimas décadas se ha producido un renacer del culo. El pecho está prohibido, pero el culo no, y eso también pasa en la playa. Hay una ausencia de tabú en torno al culo y eso ha favorecido al tanga como prenda”, y añade que “es curioso que por ejemplo en Europa, en muchos países se permite el toples, pero en Brasil no está permitido y, sin embargo, allí es donde el tanga tiene su mayor protagonismo o representación”. En este sentido, hay grandes diferencias en la forma de lucir el tanga: antes lo veíamos en cuerpos normativos y siluetas delgadas, ahora no hace falta tener una talla 36 para lucir el tanga con orgullo.
Los ejemplos de su retorno se han ido sucediendo a lo largo del tiempo, primero de forma anecdótica y después en cascada. Desde que Hailey Baldwin (o Bieber, en su nombre de casada) diera una de las primeras pistas del regreso de la tendencia en la gala MET de 2019, cuando llevó un vestido-tanga firmado por Alexander Wang, las propuestas se han multiplicado. De cara a la primavera-verano 2023, el tanga asoma sobre las faldas, vestidos y pantalones. Los sellos que han hecho del estilo Y2K su seña de identidad – de Blumarine a GCDS pasando por Dominnico, Jacquemus o Coperni – hacen los guiños más evidentes a la tendencia.
Dua Lipa (con tanga blanco y vestido abierto en la espalda), Kylie Jenner (con microfalda y tanga incorporado) o Rita Ora (con vestido transparente de Nensi Dojaka con tanga a juego) toman las riendas de la tendencia y evidencian el éxito imparable de esta diminuta prenda que promete seguir creciendo a lo grande en 2023.
Antecedentes milenarios
“El tanga es una prenda muy antigua, realmente la primera versión del tanga lo podemos encontrar en los primeros taparrabos. No es una prenda desconocida, pero su origen contemporáneo son los años setenta”, explica Ana Velasco Molpeceres, autora del libro Historia de la moda en España: de la mantilla al bikini (Ed. La Catarata, 2021) y delegada de periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.
Como sucede con el pendiente en la nariz, hoy profundamente arraigado en Occidente, el tanga original tiene sus raíces en civilizaciones milenarias. No existe un consenso sobre la procedencia exacta del tanga, pero los diseños primigenios —toscos, lucidos por hombres y ajenos a la categoría de ropa interior, ya que se llevaban sin nada por encima— se utilizaron en distintas partes de América del Sur, África y Asia. Hace años, la periodista alemana Anja Bergelson, desarrolló una teoría, basada en un laborioso estudio, donde se señalaba el primer y temprano intento de introducir el tanga en España. Todo ocurrió en pleno siglo XVII, tal y como refleja la noticia de la hemeroteca de EL PAÍS. El matrimonio formado por Yáñez Iglesias y Yolanda Luccara viajaba en un velero cuando naufragaron en la isla chilena de Santa d’Or. Las mujeres del lugar lucían una especie de tanga confeccionado con conchas. El matrimonio quedó fascinado con el invento y se dedicó a comercializar telas para la confección del tanga en su versión primitiva. Se instalaron en Salvador (Brasil) y prosiguieron con el negocio. Poco después, decidieron exportar la exótica prenda a España, una idea atrevida en tiempos de la Inquisición. Cuando el temible tribunal religioso tuvo noticia de sus intenciones, ambos fueron condenados a la horca, cumpliéndose la sentencia en abril de 1660.
Tuvieron que pasar siglos hasta que el tanga adquiriera importancia como prenda del vestuario occidental. El tanga moderno, tal y como lo conocemos a día de hoy, empezó a extenderse a partir de la década de los setenta. Se atribuye su creación al diseñador austriaco Rudi Gernreich, artífice también del monokini, el primer bañador toples. El diseñador y activista irrumpió en el mercado de la moda de baño con el tanga. En esa misma década, el fotógrafo Helmut Newton fotografió a las supermodelos Jerry Hall y Lisa Taylor con dicho diseño en un editorial publicado en Vogue en 1975.
La “cola de ballena”, entre la cosificación y el empoderamiento
En Europa, la mentalidad conservadora empezaba a resquebrajarse y la forma de vestir reflejaba esos cambios incipientes. El tanga llegó como un soplo de aire fresco, pero su acogida no fue inmediata. Durante los ochenta, la prenda se dejó ver especialmente como parte del atuendo deportivo que promovían los vídeos de aeróbic en una década de culto al cuerpo, donde el negocio del fitness empezó a desarrollar músculo. Poco a poco, el tanga logró traspasar este ámbito e imponerse como una alternativa poderosa a la ropa interior convencional. Iconos como Madonna ya se divertían al subvertir el significado de la ropa interior, por ejemplo al despojar al corsé de su simbolismo opresor y hacer de este elemento un diseño provocador de una mujer dueña de su cuerpo. La propia cantante, igual que Cher, lució el tanga en los escenarios sin pudor.
La moda hipersexualizada de finales de los noventa y principios de este siglo, personificada en Gianni Versace o Tom Ford a su paso como director creativo de Gucci, fue el contexto ideal para desarrollar todo el potencial del tanga más allá de su uso como prenda interior. La irrupción del tiro bajo también determinó el éxito de la prenda. El responsable de la tendencia no fue otro que Alexander McQueen. El visionario diseñador revolucionó la moda cuando en 1994 presentó sus inauditos bumster pants, unos pantalones de talle tan bajo que dejaban al descubierto el inicio del culo. El británico marcó un hito y dio el pistoletazo de salida a una estética que reinaría durante más de una década.
Antes de que jóvenes de todo el mundo se sumaran a la moda, las celebridades recurrentes en las portadas de revistas y tabloides ya habían dejado claro el poder de la tendencia. De Paris Hilton a Britney Spears, Jennifer Lopez o Christina Aguilera, el tanga vivió su época dorada antes de que la llegada progresiva de los diseños de tiro alto ocultara la prenda de manera literal. El tanga se alzó como un símbolo pop al que el cantante de R&B Sisqó dedicó un tema, Thong Song, que en 2000 lideró los primeros puestos de las listas musicales de medio mundo y logró cuatro nominaciones a los Grammy. En España, las mileniales adolescentes en la época quizá recuerden la campaña de 2003 promovida por Evax con las Tanga Girls, unas superheroínas con las que se promocionaba el uso de uno de sus salvaslips, lanzados a raíz del éxito de esta prenda interior.
Enseñar la goma del tanga (o el triángulo entero, lo que se conocía con el nombre de “cola de ballena”) se convirtió en una tendencia poderosa en las calles, no exenta de polémica. El debate en torno a llevar el tanga a la vista pivotaba entre dos conceptos: cosificación o empoderamiento al vestir según la voluntad de cada una. Dos décadas después, el feminismo se ha hecho fuerte y una de las lecciones aprendidas de la Gen Z, herederos de la tendencia, es que vestir sexy no te hace menos comprometida con la igualdad de géneros. Además, no olvidemos que antes de que el tanga se convirtiera en controversia, el hip hop de los noventa ya había popularizado el llevar la goma de los calzoncillos por fuera del pantalón, colocado por debajo de la cadera. Un gesto que también está de vuelta en el presente, como avalan Dior, Miu Miu o Balenciaga en sus colecciones masculinas.