Las buenas condiciones de vida sacan el mejor partido de nuestro potencial, pero hay algo estructural que persiste y que es diferente entre géneros.
Las mujeres siempre han vivido más que los hombres, con independencia del país, la cultura, la raza o el momento histórico. Aunque la esperanza de vida aumenta cuando las condiciones de vida mejoran, como ha ocurrido en muchos países a lo largo de las últimas décadas, la diferencia entre géneros se mantiene.
Las buenas condiciones de vida sacan el mejor partido de nuestro potencial, pero hay algo estructural que persiste y que es diferente entre géneros.
¿Por qué? Para entender cómo somos los seres vivos contamos con dos tipos de razones: las causas próximas y las causas últimas. Las causas próximas aluden a los mecanismos que dan lugar a los efectos que vemos. Por ejemplo, el envejecimiento puede producirse por estrés oxidativo de las células, acortamiento de los telómeros, pérdida del cromosoma Y en muchas células en el caso de los machos, etc.
Pero detrás de todo eso hay una causa última, podríamos decir “de diseño”, y es que el organismo está preparado por la selección natural para una duración que no es infinita. Y esa duración no es cualquiera, sino la mejor para conseguir lo que realmente cuenta en la selección natural: que las instrucciones genéticas sobre cómo fabricar un organismo perduren a lo largo de las generaciones.
Esas instrucciones genéticas permanecen a través del tiempo gracias a la reproducción. Organismos con estrategias reproductivas diferentes tienen longevidades óptimas distintas. Por ejemplo, un ratón de campo cuya estrategia consiste en producir muchas crías en pocos años hará más copias de sus genes que otro que produce una cría al año y está diseñado para vivir muchos. Y es así, sencillamente, porque la probabilidad de llegar a vivir esos años es muy baja si tenemos en cuenta la gran cantidad de depredadores que pueden acabar con su vida en cualquier momento.
En los ciervos, las hembras viven casi el doble que los machos
En muchas especies, machos y hembras tienen estrategias reproductivas bien diferentes. Olvidemos por un momento a los humanos y hablemos de ciervos, que es un animal sobre el que en mi equipo de investigación hemos trabajado muchos años. Los machos basan su éxito reproductivo en llegar a ser dominantes al menos durante algún año, ya que así podrán cubrir a muchas hembras en los típicos harenes de esta especie polígama. Las hembras en cambio, solo producen una cría al año en el mejor de los casos.
Por bueno que sea un macho, no va a poder mantenerse dominante frente a sus rivales más de unos 3-4 años. Es como un deportista de élite en la cima: mucha gloria pero necesariamente breve. Por el contrario, para dejar muchas crías las hembras deben vivir muchos años. Los machos de ciervo ibérico pueden vivir unos 11-12 años como máximo mientras que las hembras alcanzan más de 20.
Lo interesante es que en nuestros estudios hemos encontrado que el diseño en los machos estaba ajustado a esa longevidad comparado con el de las hembras. En concreto, los dientes en los machos son más pequeños de lo que corresponde a su tamaño, por lo que se desgastan antes que en las hembras. Estudiando la evolución de ciervos y otras especies, comprobamos que la selección natural había aumentado el tamaño general de los machos, necesario para ganar en la competencia contra otros machos, pero no había aumentado proporcionalmente el tamaño de sus dientes. Para los machos de estas especies, si querían tener más hijos era preferible darlo todo para fecundar a muchas hembras en unos pocos años de dominancia social que ser más longevos.
Especies poligínicas: machos más grandes que envejecen y mueren antes
Las especies polígamas, y en concreto las llamadas poligínicas (en las que cada macho podría fecundar a muchas hembras), suelen presentar dimorfismo sexual, es decir, morfologías diferentes en machos y hembras. Muchísimas especies, como la humana, en las que los machos tienen un tamaño en promedio mayor que las hembras, además de rasgos sexuales diferentes, como pueden ser las cuernas de los ciervos, la cola del pavo real o la barba en los hombres, suelen mostrar también diferencias entre sexos en longevidad, acordes con el grado de poliginia.
Especies muy poligínicas como el ciervo, donde un macho puede cubrir a decenas de hembras en una temporada, tienen una diferencia de esperanza de vida de 8 años (40 % de reducción en machos respecto a hembras). Sin embargo, en humanos, con una historia evolutiva de moderada poliginia, la diferencia entre hombres y mujeres en longevidad es aproximadamente de un 7 %.
El caso de los dientes en ciervos es solo un ejemplo de causa próxima. En nosotros, los humanos, es probable que estén ocurriendo simultáneamente muchos procesos que dan lugar a esa diferencia de longevidad entre hombres y mujeres.
No importa si actualmente mantenemos o no los comportamientos poligínicos de nuestro pasado. Da igual si conservamos cierto grado de selección natural o no en nuestro mundo moderno. Lo que somos hoy es resultado de aquella evolución y de su traslado a lo largo de las recientes generaciones mediante inercia filogenética, eso que hace que la mayor parte de nuestros genes se copie tal cual a la siguiente generación.
Los organismos se diseñan mediante la selección natural y sólo conociendo cómo funciona esta selección podremos entender el porqué último de cómo somos.