El mundo celebra los 106 años de Julio Cortázar, uno de los autores más leídos y queridos de América Latina.
Julio Cortázar solía decir que su nacimiento, un 26 de agosto de 1914, fue “producto del turismo y la diplomacia”, y es que este eterno argentino nació en Bruselas porque para ese momento su padre era agregado comercial de la embajada argentina en Bélgica.
En el continente europeo, específicamente entre Bélgica, Suiza y España, vivió hasta los cuatro años, cuando su familia decidió volver a Buenos Aires. Tenía cuatro años cuando pisó por primera vez tierra argentina. El resto de su infancia transcurrió en Banfield, una localidad al sur del Gran Buenos Aires. De esos años recordó “mucha servidumbre, excesiva sensibilidad, una tristeza frecuente”. Su padre los había abandonado cuando Cortázar tenía seis años y nunca más volvió a saber de él.
Desde entonces vivió con su tía, su hermana menor, Ofelia, y con su madre, quien en medio de las dificultades sembró en él los valores que años más tarde lo convirtieron en una referencia.
“Mi madre fue muy imaginativa y con una cierta visión del mundo. No era una gente culta, pero era incurablemente romántica y me inició en las novelas de viajes. Con ella leí a Julio Verne. Es extraño porque las mujeres no leen a Julio Verne. Mi madre leía mala literatura, no era culta, pero su imaginación me abría otras puertas. Teníamos juego: mirar el cielo y buscar la forma de las nubes e inventar historias. Esto sucedía en Banfield. Mis amigos no tenían esa suerte. No tenían madres que mirasen las nubes. En mi casa había una biblioteca y una cultura”, dijo en una entrevista a la escritora mexicana Elena Poniatowska.
En esa entrevista, Cortázar también confesaba que de niño era muy enfermizo y con una vocación para lo mágico y lo excepcional.
“Pasé mi infancia en una bruma de duendes, elfos, con un sentido del espacio y del tiempo distinto al de los demás”.
De esas convalecencias en casa nació su entrega a los libros y su vena literaria. Cuentan que a los nueve años ya había leído a Julio Verne, Víctor Hugo y a Edgar Allan Poe. Leyó y leyó tanto que su madre una vez lo llevó al doctor para que evaluara si era normal. La recomendación del doctor fue separarlo de los libros, una medida que a los pocos días su madre desatendió.
Entre los nueve y diez años Cortázar empezó a escribir y, según cuentan, eran de tal calidad sus escritos que muchos dudaban de su autoría. Su amor por la literatura lo sembró también en los niños durante los años que ejerció como profesor en Letras.
En 1951 Cortázar decidió trasladarse a París y a partir de ese año empieza su gran producción literaria de cuentos y libros como Rayuela, Historia de cronopios y de famas, 62 Modelo para amar, Bestiario, El perseguidor, entre otros.
Además de sus grandes obras, fueron muchas las reflexiones que dejó Cortázar. Fue uno de los que defendió el valor de lo colectivo porque “cansa ser todo el tiempo uno mismo”, fue él quien advirtió que “la humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día en que haya cesado la explotación del hombre por el hombre” y que “la esperanza le pertenece a la vida” porque “es la vida misma defendiéndose”.
Cortázar, el amante de los gatos, del amor, el defensor de los humildes y de las causas justas, el hombre que nunca aceptó las cosas “tal como me son dadas”, el creador de los cronopios, aquellos personajes imaginarios redondos color verde que imaginó por primera vez durante un concierto en homenaje a Igor Stravinski, murió en Francia el 12 de febrero de 1984 a los 69 años por una leucemia. Su cuerpo fue enterrado junto a su esposa Carol Dunlop.
A 36 años de su muerte, aún es homenajeado en diversas partes del mundo su tumba aún es visitada por amigos y admiradores que le dejan flores, cartas, libros abiertos o billetes de metro con una rayuela dibujada porque, como diría él “las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”.