Éste es el libro en el que se basó ‘Matrix’

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El ensayo ‘Cultura y simulacro’, de Jean Baudrillard, configuró las tesis principales de un clásico de la ciencia-ficción.


Por: Noel Ceballos

En 1996, Larry y Andy Wachowski se reunieron con Will Smith, una de las grandes superestrellas hollywoodienses del momento, para hablar de dos pastillas. Ya sabes: la azul le proporcionaría una vida de lujo, una falsa sensación de felicidad, ningún sobresalto serio y la bendita ignorancia de quien no sospecha que vive dentro de una ilusión. En este contexto, la pastilla azul representaba elegir el reboot de la serie de televisión ‘Wild Wild West’ como su próximo proyecto, en lugar de fiarse de estos dos jóvenes guionistas prodigio de Warner Bros. y protagonizar ‘Matrix’, cuyo pitch (tal como el propio Smith reconoció años más tarde) no entendía. De modo que el actor rechazó la pastilla de roja y descubrió, tras el pésimo resultado crítico y comercial de su western steampunk, los peligros del modo de vida azul, que potencia lo sencillo sobre lo arriesgado. Y pensar que todo esto podría haberse solucionado si Smith hubiera leído a Baudrillard…

Dos seguidores de la filosofía posmoderna intercambiando opiniones sobre la influencia del álgebra semántica en la construcción de un orden simbólico inmanente. Foto: ‘Matrix’ (Wachowski, 1999)

Sin embargo, antes de tener el producto terminado, la mejor manera de comprender las intenciones de este revolucionario guión de blockbuster (o, al menos, de entrar en contacto con su sustrato teórico) pasaba por sumergirse en las páginas de un libro que, pese a haberse publicado en 1981, no había sido traducido al inglés hasta trece años después. Los Wachowski debían de tenerlo bastante fresco —a no ser, claro, que sepan leer filosofía en francés— cuando le vendieron a Warner un pack con tres proyectos : dos thrillers de acción al gusto de la época, ‘Asesinos’ (1995) y ‘Lazos ardientes’ (1996), más otro de ciencia-ficción un tanto más complicado. La reunión con Smith no fue una anomalía, ya que los hermanos insistían en entrevistarse con todos los potenciales candidatos al papel de Neo que el estudio les pusiera sobre la mesa: para ellos, era fundamental que los intérpretes de ‘Matrix’ fuesen capaces de comprender y explicar ‘Matrix’. Una vez pasaban esa primera prueba, y una vez los tenían bajo contrato, el siguiente paso era obligarles a leer ‘Cultura y simulacro’, orden que también recibió el departamento técnico.

Por supuesto, uno no puede tener una reunión con el Fresh Prince a mediados de los noventa y ponerle deberes literarios, pero estamos convencidos de que un vistazo a ‘Cultura y simulacro’ (1981), uno de los ensayos más populares del sociólogo-filósfo-teórico cultural francés Jean Baudrillard, habría sacado a Smith de cualquier duda que hubiese podido tener. Tras el estreno de ‘Matrix’, muchos de los conceptos que el autor propone en su tratado, como el desierto de lo real o la relación mapa-territorio en una sociedad regida por un sobredimensionado orden simbólico, penetraron para siempre en el inconsciente colectivo, transformándose así en grandes hitos del pensamiento post-marxista para las masas.

Jean Baudrillard

¿Qué tenía Baudrillard para resultarle tan imprescindible a los Wachowski? Para empezar, su noción de hiperrealidad, cimentada sobre el convencimiento profundo de que nuestra sociedad post-industrial y tecnológicamente acelerada ha sustituido el contenido por el continente. Los símbolos ocupan por completo el lugar de la vieja y buena experiencia de la realidad, hasta el punto de que el ser humano la ha olvidado para abandonarse a un simulacro de constructivismo social y filtración mediática. El libro hablaba de cómo los medios (en especial, la televisión) e internet han levantado un orden simbólico en cuatro etapas, la última de las cuales estaba integrada en su totalidad por signos que, en lugar de reflejar una realidad profunda, nos remiten sólo a otros signos, en un proceso diseñado para enmascarar la ausencia de cualquier base genuina tras nuestro puramente artificial día a día.

En lugar de centrarse en los modos de producción, Baudrillard ponía el acento de su pensamiento en los de reproducción: la manera en que las masas, liberadas ya de esa falsa conciencia que les diagnosticó el marxismo, se han abonado a un consumo voraz de imágenes falsas, convencidas de que el mundo real por el que una vez mereció la pena luchar ha desaparecido. ‘Cultura y simulacro’ se valía de la prosa de Borges para aterrizar estos conceptos complejos, mientras que ‘Matrix’ inventó su propia metáfora: bebés humanos sumergidos en líquido amniótico y conectados, a través de cables más orgánicos que mecánicos, a una gran fuente de energía que, a cambio, presenta para ellos un simulacro sin aparentes fisuras. Sólo los más perspicaces, o los que han sido “despertados” por un hombre con gafas de espejo redondas y sin patillas, pueden darse cuenta de que el mundo en el que creen vivir desde la infancia no es real, en el sentido más amplio del término, sino una materialización de esa cuarta fase del simulacro que explicaba Baudrillard.

La hipótesis de la simulación no era una novedad en el audiovisual, sino que ya había inspirado la extraordinaria miniserie ‘El mundo conectado’ (1971), de R.W. Fassbinder, que ese mismo 1999 tendría un remake norteamericano titulado ‘Nivel 13’. Ambas obras bebían de una novela, ‘Simulacro Tres’, que el especialista en pulps Daniel F. Galouye había publicado en 1964, pero es de justicia reconocer que las ideas con las que estamos jugando aquí también habían nutrido desde mediados de siglo la prosa de Philip K. Dick y Frederik Pohl, por citar sólo a dos tótems de la SF con ciertas dudas acerca de lo que veían sus ojos. El atractivo de ‘Cultura y simulacro’ a los ojos de dos entusiastas del género es evidente: por fin la filosofía metafísica empezaba a parecerse a un número especialmente bueno de ‘Amazing Stories’, favor que ellos le devolverían al usar a Baudrillard como punto de partida para un trabajo llamado a revolucionar el cine fantástico.

No todo el mundo disfrutó por igual del proceso. A Keanu Reeves sí le pareció interesante tener que leerse a Baudrillard, así como ciertos textos seleccionados de Lacan y Dylan Evans, antes siquiera de que los Wachowski le entregaran el guión, pero Carrie-Ann Moss aparece en ‘The Matrix Revisited’, colosal disco de extras incluído en casi todas las ediciones domésticas de la trilogía, admitiendo que tuvo problemas con ello. Además, muchas de las ideas de la película sobre cibernética y organización social parecen proceder de otro libro, ‘Out Of Control: The New Biology Of Machines, Social Systems, And The Economic World’, que Reeves también recuerda haber tenido que leer. La pregunta, por supuesto, es si los directores se pasaron de exigentes con su equipo, o si realmente consideraban que un entendimiento a nivel profundo de las diferentes capas de sentido que componían su visión era imprescindible para poder ejecutarla. Como mínimo, hemos de reconocer que nadie podría acusarlos de no habérselo tomado en serio.

Carrie-Anne Moss, Lana Wachowski y Keanu Reeves

Veinte años después del estreno de ‘Matrix’, la mayor parte de nuestros conflictos se desarrollan en las mismas plataformas digitales donde pasamos gran parte de nuestro tiempo (tanto laboral como de ocio). Los símbolos han llegado a ser tan relevantes para la construcción de un orden social que estamos dispuestos a ir a la guerra cultural por ellos a la más mínima ocasión. Y los últimos avances experimentales en el terreno de la mecánica cuántica parecen sugerir que el modelo de comprensión de la realidad que teníamos hasta ahora es imperfecto, apostando por esa multiplicación de experiencias de Lo Real (que pasaría inmediatamente a ser un concepto no objetivo) descritas en ‘Cultura y simulacro’. De modo que, posiblemente, las ahora hermanas Wachowski tuviesen razón cuando, a finales del siglo XX, hicieron todo lo que estuvo en su mano para conseguir que el mayor número posible de personas leyese Baudrillard.

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